La fe puede mover los elevados y encrespados montes de las políticas injustas.
Estamos en un proceso electoral ante el que los cristianos no debemos ser totalmente pasivos, puesto que va a afectar a nuestro prójimo para bien o para mal. La fe no nos debe llevar a la contemplación ni a la retirada de las realidades políticas o sociales. Nunca.
Hay una realidad bíblica incontrovertible: La fe siempre debe estar en acción, la fe es siempre activa, transformadora de la realidad, comprometida no sólo con Dios, sino con el hombre. El compromiso con el hombre, también nos debe llevar a observar y, si es posible, actuar en los procesos políticos, incluso de los partidos de turno, aunque nuestra meta sea vivir LA POLÍTICA, así con mayúsculas que no es precisamente, la política partidaria.
También está claro que la fe viva actúa siempre a través del amor, como diría el Apóstol Pablo. Así, las obras de la fe se tienen que notar en nuestros comportamientos, nuestras prioridades y estilos de vida, en la cultura que se da en nuestros entornos a la que debemos intentar también evangelizar, en la vida social en su dimensión más amplia y, lógicamente, también en la vida política. La obra y la acción de fe, no debe estar ajena a los procesos políticos que se dan en nuestros entornos.
La fe debe ser como un volcán en erupción que intenta el cambio, la transformación, y la renuncia a los valores consumistas en los que se mueve tanto la sociedad como la política, a los que hay que destruir, para promover en el mundo los valores del Reino. Eso no es politizar la fe, sino cubrir con las acciones y obras de fe tanto la vida social como la vida política que va a afectar a nuestros prójimos y, fundamentalmente, a los más vulnerables.
Cuidado con vivir solamente en la intimidad una fe desencarnada a la que cortamos su dimensión política y social, sus obras de amor que deben trasformar la realidad injusta que nos rodea. La fe, actuando por amor, si la pusiéramos “a trabajar” los creyentes el mundo, sin duda, comenzaría a cambiar de forma rápida y radical muchos de los valores políticos, especialmente los que están en contracultura con los valores bíblicos, los valores del Reino. Si pensamos que las obras de la fe a través del amor no tienen nada que ver con la realidad sociopolítica que nos rodea, estamos totalmente equivocados y vivimos una fe desarraigada de la realidad en la que Dios nos ha puesto en nuestro aquí y nuestro ahora.
No. No debemos vivir la fe como si fuera solamente algo trascendente que mira a la metahistoria, a un más allá después de la muerte, como si no existiera ningún tipo de praxis de la fe, o como si la fe de la que nos hablaban tanto Jesús como los profetas, no tuviera ninguna relevancia social o política para transformar, por amor al prójimo, las realidades culturales, económicas y políticas que desequilibran al mundo y oprimen a tantas y tantas personas que quedan sumidas en la exclusión, pobreza, violencia y marginación.
Muchas veces no nos creemos que la fe pueda mover montañas, menos aún en la vida política, y la queremos vivir en la intimidad o entre los muros de las iglesias, sin pasar a las obras de la fe que siempre debe ser activa y transformadora de toda realidad que ha sido presa de las estructuras de pecado y de las estructuras económicas injustas que lanzan a la cuneta de la vida a tantos y tantos prójimos nuestros. La fe en acción, las obras de la fe, pueden trasladar y destruir las montañas de las políticas injustas y de las realidades sociales y culturales impregnadas de egoísmo y deseos de injustas acumulaciones. Así, la fe nunca puede estar de espaldas al hecho político.
La fe, en su acción y en la puesta en práctica de sus obras lanzadas al mundo a través del amor, pueden incidir y cambiar los males sociales, pueden incidir en el hecho de que en la sociedad se vea el amor al prójimo, pueden incidir en que las políticas injustas cambien debido a las obras de la fe, así como el uso de la voz y de la denuncia profética, de tantos y tantos cristianos que hay en el mundo que deberían siempre vivir su fe dejándola actuar en compromiso con el prójimo.
Lo curioso del caso es que puede haber cristianos que caen en la crítica de los que tienen esa fe actuando en el mundo a través del amor, esa fe actuante arraigada en el mundo, en la sociedad, en la cultura y en la política, que es como un bálsamo denunciador de la injusticia al estilo de los profetas. La problemática es que, muchas veces, no nos creemos esta realidad tan estrictamente bíblica: que la fe puede mover los elevados y encrespados montes de las políticas injustas, haciendo que esas masas montañosas se trasladen a algún infinito en donde permanezcan recluidas para no volver más al ámbito de los humanos creados a imagen y semejanza del mismo Dios.
Quizás la fe que vivimos pasivamente y sin compromiso con el hombre, la fe que no incide en la transformación y destrucción de los males políticos y sociales, no es la fe de la que habla la Biblia, de la que nos presenta el Apóstol Pablo actuando a través del amor. ¡Pobre fe la de algunos que la bien en la pasividad e indiferencia ante los males sociopolíticos que empobrecen, marginan y excluyen a tantos y tantos prójimos nuestros! ¡Cuidado!, porque, quizás, pueda ser una fe sin amor, lo que nos llevaría a hablar del concepto bíblico de “fe muerta”, la fe que se muere y que deja de ser por una falta de amor en acción en un mundo cruelmente injusto.
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