El Maestro no sólo miraba la ostentosa ofrenda, sino que posaba también su mirada divina en el interior de las personas.
Jesús miró a todos los humanos teniendo en cuenta sus características. También miró a los prepotentes ya a los humildes, a los enriquecidos y a los empobrecidos, a los enjoyados y vestidos con ricas telas y a los cubiertos de harapos. Y, en muchos casos, no pudo evitar hacer comparaciones. Los ojos de Jesús veían a los ricos echando de lo que les sobraba, quizás atractivos donativos echados en el arca por manos enjoyadas que deslumbraban los ojos de todos los presentes. Jesús miraba.
Lo que pasaba era que el Maestro no sólo miraba la ostentosa ofrenda, sino que posaba también su mirada divina en el interior de las personas. Jesús no aceptaba la vana y orgullosa ofrenda de aquellos que estaban de espaldas al dolor de los pobres, al grito de los sufrientes y marginados.
Pero Jesús no miró sólo a los ricos ofrendantes. También miró lo que, quizás, ya los otros espectadores, atraídos por el brillo de las pingües ofrendas de los ricos, ya no miraban. ¡Cómo iban a mirar a los pobres que, malvestidos, cubiertos probablemente con andrajos, se acercaban al arca! No tenía interés ver a los que echaban un centimillo. Les daban la espalda y esperaban ansiosos a ver los grandes donativos de aquellos enriquecidos, aunque dieran de lo que les sobraba.
La gente del pueblo que miraba, jamás harían una comparación entre el rico que hacía lucir su oro, y el pobre que, quizás maloliente y malvestido, se acercaba a echar una nadería, algo sin importancia para el sustento del templo. Sólo había una persona que miraba con unos ojos diferentes… pero era el Maestro, el que conocía lo que el pueblo no podía conocer: el interior de las personas, la prepotencia de muchos, el enaltecimiento de muchos corazones que querían lavarse dando algo de lo mucho que tenían, de lo que les sobraba.
Jesús sí se atrevió a hacer la comparación entre el rico y el pobre o, mejor aún, entre los ricos y una mujer viuda muy pobre. ¿Quién podría ganar en la comparación? Para muchos, si les hubieran propuesto hacer esa extraña comparación, sería de risa. No se habrán parado a reflexionar sobre ello. El oro y la prepotencia de los ricos, les cegaba. Era imposible que en su mente surgiera la posibilidad de una balanza comparativa entre las ofrendas de los ricos y la de la viuda muy pobre.
Jesús no sólo observó: “Levantando los ojos vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas”, sino que, un poco más adelante, hizo la comparación entre los ricos vanagloriosos y la mujer viuda y, además, muy pobre.
Quizás una lección para sus discípulos y una lección también para nosotros hoy. Y lo extraño para muchos, es que, en esa comparación, sale ganando de largo, la mujer viuda y muy pobre. Además, cuantifica su ofrenda de esta manera: “Echó más que todos ellos (los ricos ostentosos), porque echó todo lo que tenía para su sustento”. Lo dio todo, echó todo, compartió todo, ofrendó todo lo que tenía sin preocuparse de su sustento. De nuevo se cumple uno de los valores más importantes del Reino: “Los últimos serán los primeros”… y parece que nosotros, nunca aprendemos, pues seguimos deslumbrados, en muchos casos, por el brillo del oro del mundo.
Una lección importante a aprender hoy: No nos dejemos deslumbrar por los ricos ostentosos que, muchas veces, están cubiertos y amparados por fachadas hipócritas. Jesús compara a la viuda muy pobre con estos ricos y, extrañamente para algunos, ésta sale ganando y es aprobada como más solidaria y mejor donante.
El icono de la viuda muy pobre contrasta con el de los ricos y el de los religiosos ostentosamente hipócritas. Es una inversión de valores, en la línea de los valores del Reino, que resulta escandalosa para los que no quieren entender, precisamente, los valores del Reino que, a veces, parece que, a pesar de ser o considerarse seguidores del Maestro, muchos los desconocen. Es posible que al pueblo de Dios hoy le falte humildad y reconocimiento de su “pobreza” en muchos sentidos. Así, la lucha por las apariencias, máxime si están contaminadas con hipocresía y vanagloria, es una pobreza superior y más grave que la pobreza económica. Es algo que puede destruir la verdadera y auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana.
La iglesia debe volver su mirada a los sencillos y a los humildes de la tierra. Aprender a mirar como Jesús miró y, siempre que sea posible, aprender a comparar como Jesús comparó… aunque, quizás, esto último sea solamente una prerrogativa del Maestro.
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