Somos más solidarios con los pobres en Navidad, pero, si lo hacemos sólo de manera coyuntural y puntual, algo hacemos mal.
En la Navidad, y deberíamos tomar ejemplo para que fuera así siempre en nuestras vidas, deberíamos eliminar todas las barreras de raza, de etnia, de origen, y de situación económica. O sea, eliminar todo aquello que es inhumano y contrario al espíritu navideño. Difícil la última, la de eliminar las diferencias inhumanas en torno a la economía que dan casi mil millones de hambrientos en el mundo y más de media humanidad en pobreza más o menos severa.
Quizás por eso, ante lo inhumano, somos más solidarios con los pobres en Navidad, pero, si lo hacemos sólo de manera coyuntural y puntual, algo hacemos mal. No creo que así se pueda celebrar la auténtica Navidad. Esta sed de solidaridad debiera convertirse en un clamor por la justicia y por un mejor reparto de bienes entre todos os seres del planeta tierra. Eso también estaría dentro de las líneas de celebración de una Navidad, humana y divina a la vez, que comienza con un Dios pobre sin lugar para Él en el mesón de la vida.
En España, sí, en España, esta Navidad no acabaremos con el problema de esa cantidad de niños pobres que pueblan nuestras ciudades y pueblos. Es algo inhumano. Algunos creyentes quizás intenten compartir con ellos al sentirse sensibilizados ante la pobreza del propio niños Dios. Pero debemos llegar más allá, dar un paso más y pasar esta solidaridad a hacerla algo cotidiano en nuestras vidas, mientras que, en un nuevo paso profético, denunciamos toda injusticia y despojo de los pobres. Quizás así la Navidad cobraría mucho más sentido y comprenderíamos mejor el mensaje de un Dios que nace en pobreza.
Navidad sin fronteras raciales, ni de religión, ni de situación económica, debería ser la petición de los cristianos y, además, la asunción de un nuevo estilo de vida más humano con nuevos valores, los que irrumpen en nuestra historia con la figura de Jesús en el mundo. Solidaridad y amor navideño. Bases de las prioridades, estilos de vida y preferencias de los creyentes en el Dios que nace en pobreza como ejemplo a sus seguidores.
A veces ya he hablado de este tema que es más de la tradición que de realidades históricas, pero que nos anima a eliminar esas barreras entre las que incluimos las económicas. Lo digo de nuevo porque es ejemplarizante. Dice la tradición, y lo representa a través de la costumbre de sus belenes, que hay una característica llamativa que nos puede ayudar a eliminar las diferencias en Navidad, las prepotencias de raza o cultura, los orgullos de contarnos entre los integrados y ricos del planeta ante tal cúmulo de pobres.
Se nos cuenta que cuando montamos o preparamos un belén en los hogares que así lo hagan, más común en el campo católico que en el evangélico, ponemos al buey y al asno juntos. La Navidad como ejemplo de eliminación de fronteras, de clases, de etnias más o menos privilegiadas. Simbolismo de hermandad navideña, de universalidad del mensaje, de una humanidad amorosa como la vemos en un Jesús que fue humano, muy humano.
Tradición ya conocida, pero quizás necesario ir repitiendo. El buey, el animal de la ofrenda del ritual judío se pone en hermandad y junto al asno que rea excluido, rechazado y considerado indigno para formar parte del ritual judío. Una gran lección de la tradición humana que hace saltar en pedazos todos los malvados gestos de inhumanidad. Navidad sin barreras, Navidad en hermandad, juntos y eliminando las diferencias que nos pueden separar del Dios nacido en pobreza, en un pesebre.
Ya entre los hombres no puede haber barreras como las que hemos comentado. Parece que ni siquiera entre los animales. Navidad tiene así un mensaje universal. Todos somos iguales ante el Dios de la vida ante el que, quizás, también se acoge el respeto y el trato igualitario digno a los animales. Navidad es amor, es respeto, es postrarse ante el Dios que nace pobre, se humaniza a fin de vencer todo lo inhumano, para así dar ejemplo de identificación y mano tendida a los marginados y proscritos de la historia. Con el espíritu humanitario y divino de la Navidad, las fronteras y diferencias entre los hombres deben saltar hechas pedazos.
Navidad: La igualdad del pueblo de los hijos de Dios. Que fluya la fraternidad, lo humano, la ayuda mutua, el clamor por la justicia, el amor entre los hombres y que, de manera definitiva, lo inhumano se convierta en polvo y nada. Por eso en Navidad debe fluir la alegría. Que nuestro grito navideño, sea dicho junto al sonido de las zambombas o panderetas o sea expresado en la intimidad, debería ser: ¡Todos somos iguales delante de Dios! Reflejemos así el espíritu de la Navidad y el hecho de un Dios que nace identificándose con los pobres y humildes para darnos ejemplo de fraternidad universal.
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