Tú, Señor, nunca convertirás las piedras en pan ni por caprichos egoístas de nadie, ni para engordar a los ya satisfechos.
Para muchos de los acumuladores de la tierra parece que todas las piedras del mundo se les convierten en pan. ¿Sería esto lo que quería Satanás cuando quería que Jesús convirtiera las piedras en pan? Hoy se da este hecho escandaloso en el que no hay piedras que se conviertan en pan justo, en pan solidario. Es sólo pan para unos pocos ante la mirada de los hambrientos y subalimentados del mundo. Quizás sea la argucia de Satanás o, en su caso, la del dios de las riquezas. Por tanto, yo diría que no, que no siempre se conviertan las piedras en pan. Sobre todo cuando va a ser pan tentador, pan egoísta, pan guardado, pan insolidario, pan no compartido, el pan de la perdición.
Mi ruego sería: Señor, si tú quieres, haz que las piedras se conviertan en pan para los pobres, para los excluidos, para los niños que están subalimentados, para los mil millones de hambrientos en el mundo. Ahí, en estos parámetros escandalosos de la pobreza en el mundo, tendría sentido que las piedras se convirtieran en pan. ¡Que se haga el milagro, Señor!
En cambio, a veces, parece que las piedras se convierten en pan insolidario, pan exclusivo para los acumuladores que desequilibran el mundo con sus desiguales e injustos repartos. Parece que hoy, las rocas del mundo, sus piedras, se convierten en pan para muchos egoístas a los que parece que las riquezas se multiplican de forma insolidaria y egoísta. Pan injusto, pan maldito. Malditos aquellos que lo que tocan lo convierte en pan para ellos solos, para llenar sus almacenes. Pan insolidario, pan no compartido.
Señor, que no siempre se conviertan las piedras en pan. Que en los contextos de injusticia, entre los acumuladores de la tierra, no se haga el milagro. Ya ves que en el mundo parece que haya piedras que se transformen en manos satánicas en un pan insolidario, en fortunas egoístas ante la mirada de más de medio mundo en pobreza. Señor, en estos contextos, que las piedras no se conviertan en pan. Que no se produzca el milagro. El milagro preñado de injusticia no es tal. Es abuso y despojo de los pobres.
Ricos insolidarios: No tentéis a Dios pidiendo más riquezas, rogando que las piedras se convierten en pan sólo para engordar vuestras barrigas ante el escándalo de la pobreza en el mundo. Señor: Que no siempre las piedras se transformen en pan.
Señor, que no se haga el milagro por el capricho egoísta de nadie. Que no te tienten incluso rindiéndote pleitesía falsa cuando lo que quieren es sólo el pan para ellos, pan no compartido, pan maldito. Que no conviertas nunca las piedras en pan insolidario, hogaza injusta que no se comparte.
Señor: Que no siempre se conviertan las piedras en pan. Las abundancias injustas quizás sea un pseudomilagro del falso dios, Mamón, el que ha aprendido a convertir las piedras en pan insolidario para los acumuladores de la tierra. Algún día pagarán por su egoísmo, despojo y acumulación ante las bocas hambrientas de tantos humanos, niños, mujeres y hombres.
Tú, Señor, nunca convertirás las piedras en pan ni por caprichos egoístas de nadie, ni para engordar a los ya satisfechos, ni para llenar algunas casas con abundancias desmedidas. Ahí nunca conviertas las piedras en pan, Señor.
Señor, que no siempre se conviertan las piedras en pan. Yo sé que tú puedes hacer el milagro, que puedes convertir piedras en pan al igual que hiciste el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Era para los sencillos que, cansados, tenían hambre.
Señor, si quieres, convierte las piedras en pan para los hambrientos de la tierra, los pobres, los niños que no llegan a desarrollarse. Haz con ellos el milagro, pero no cedas a la tentación de los ahítos, de los egoístas, de los que acumulan más de lo que tienen y que, además, son capaces de orar a ti pidiendo que conviertas las piedras en pan para ellos. Ya tienen su falso dios, el dios de las riquezas, el dios se las multiplica como si, realmente, las piedras se convirtieran en panes para ellos. ¡Malditos! Que no se atrevan a tentarte a ti, el Dios de la vida.
Señor, que no siempre se conviertan las piedras en pan. Yo sé que, si un día conviertes las piedras en pan, no va a ser para los que guardan en almacenes lo que pertenece a otros, ni para los que tienen en sus mesas la escasez de los hambrientos. Esos han convertido piedras en pan maldito. Sí, pan egoísta, pan injusto.
Si algún día quieres, Señor, haz que las piedras se conviertan en pan entre los necesitados de la tierra, que sea pan compartido, pan bendecido. Yo sé, Padre, que tú harías el milagro de convertir en pan las propias piedras si te lo pidiera un mundo que buscara justicia, que practicara misericordia, que aprendiera a compartir como entre hermanos. Un mundo que supiera seguir uno de tus valores del Reino: poner a los últimos como primeros. En estos parámetros sí que sería lícito convertir las piedras en pan en ausencia del tentador.
Señor, que no siempre se conviertan las piedras en pan. No entre los que practican la idolatría del consumismo y son gobernados por los estilos de vida satánicos siguiendo prioridades alejadas de tus enseñanzas. Entre ellos me parece normal y bueno que las piedras no se conviertan en pan. Porque no sólo de pan vivirá el hombre, sino de esa palabra justa y rehabilitadora que sale de la boca de Dios.
Señor, que no siempre se conviertan las piedras en pan. ¿Quién convierte esas piedras en pan maldito entre aquellos que adoran el becerro de oro, los que acumulan desmedidamente, los que, egoístamente engordan ante el hambre en el mundo? ¿Quién hace que las piedras se conviertan en pan para algunos que están de espaldas al grito de los pobres de la tierra? ¿Quién convierte las piedras en pan en medio de una sociedad egoísta e insolidaria ante la mirada triste de tantos pobres en la tierra que conforman el mayor escándalo de la humanidad?
No, Señor. Sé que no eres tú. Que tú no creas ni conviertes nada en pan maldito entre los acumuladores injustos. Porque tú amas la justicia y nunca te dejarás tentar por los poderes satánicos que desequilibran la tierra, que desnivelan la balanza de la justicia, que oprimen y engordan entre los posesivos: “mi, mío, mis, míos… hasta llegar a la necedad de aplicarlo al alma: “Alma mía… come y bebe, regocíjate”. No saben que el que, realmente, puede convertir las piedras en pan justo, vendrá esta noche a pedir su alma. Gracias, Señor, por no ser tú el que conviertes las piedras en pan maldito entre los insolidarios y aquellos que quieren seguir las enseñanzas del gran Tentador.
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