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2016. Angustia ante la finitud

En la filosofía humana fuera de Dios, en la experiencia existencial que no puede agarrarse a lo eterno, al Eterno, sólo se ve la perspectiva de la muerte.

DE PAR EN PAR AUTOR Juan Simarro 12 DE ENERO DE 2016 15:26 h
angustia Niña, malestar / foundry (Pixabay - CC0)

El año 2016 ha comenzado recordándonos que el tiempo pasa y que somos finitos. ¡Qué tragedia! Sobre todo para los que no creen. A éstos sólo les queda la frase existencialista del ser para la muerte. Ante esta perspectiva poco nos consuela lo comentado en el artículo sobre la Nochevieja sobre el eterno retorno de todas las cosas. Nos deja fríos.



Para muchos, el ver que envejecemos, que hemos nacido para morir y que las generaciones pasan, deja un vacío en el hombre, un sinsentido en el hondón de su alma, una inquietud que les puede llevar al trágico refrán que dice: “Nacer para padecer y para después morir… más valiera no nacer”. Es el sinsentido de la finitud de la vida, del ser para la muerte, sinsentido que nos puede hundir en lo que muchos llaman una angustia existencial.  



Podríamos llegar a la conclusión que el Predicador en el Eclesiastés, desde su prisma de sabiduría humana aplicado a la reflexión sobre la vida, recala en su conocida frase: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. La finitud, desde la perspectiva del hombre natural no creyente, nos lleva al “todo es vanidad, dolor y aflicción de espíritu”.



Para el no creyente, desde la perspectiva de la finitud todo es tristeza tanto para los sabios según el mundo como para los necios. Ni siquiera la memoria de ellos será eterna.  Así, el Predicador, que se sitúa metódicamente en la perspectiva de la sabiduría humana, en el libro de Eclesiastés llega a decir: “Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria; pues en los días venideros ya todo se habrá olvidado, y también morirá el sabio como el necio. Aborrecí por tanto la vida”. ¿No notáis el vacío existencial ante la finitud? ¿Qué os dice esta amargura que le lleva hasta el aborrecimiento de la vida?



En la filosofía humana fuera de Dios, en la experiencia existencial que no puede agarrarse a lo eterno, al Eterno, sólo se ve la perspectiva de la muerte. Esto agobia y hunde en la desesperanza, en la carencia de sentido de la vida y de todas las cosas que se dan en ella.



Sin embargo, el hombre se afana por acumular, por poseer, por tener casas robustas que aguantarán el paso de más de doscientos años, por no conformarse solamente con el pan de cada día, sino por intentar dejar a sus descendientes cuanto más mejor. Pero atención: Un hacha pende sobre las cabezas de todos los humanos. Un hacha que lleva grabada una inscripción: “Por mucho que nos afanemos en nuestros trabajos, todo será vanidad y olvido”.



Podemos contemplar la finitud. Así, ante las acumulaciones injustas y necias parece que se puede decir: Tú te podrás agobiar y afanar en conseguir grandes fortunas, en subir en la escalada social ante los ojos de los que observan las riquezas como prestigio, pero se enciende continuamente otra luz roja: Tus días están contados. Lo podrás dejar a tus hijos, pero sus días también están contados y así sucesivamente. La finitud nos envuelve como con una mortaja de la cual no podemos desprendernos. Un sudario que nos recuerda que todo es finito, que todo es vanidad. Que da más sentido a la vida el ser solidario que el ser acumulador de fortunas finitas y condenadas a la podredumbre.



Todo es finito. Todo nos puede llevar a la angustia y al sinsentido. Si te sitúas en este paradigma desde la sabiduría humana, no vas a avanzar mucho en tu carrera. Desde estas perspectivas, el río de tu vida no camina hacia el infinito. Su cauce no correrá avanzando sin límites. Llegará al mar, pero el mar no se llena. Apenas se notará y no dejará memoria. Eso es una filosofía muy española y que los niños han estudiado en nuestros colegios cuando aprenden la obra del escritor Jorge Manrique que nos dejó versos como éste: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”. De nuevo la idea de finitud que planea sobre nuestras vidas. Todo es vanidad por su finitud, su limitación en el tiempo. Todo circula y corre hacia la muerte.



Angustia ante la finitud. Terrible tragedia para el hombre que no se aferra al Dios eterno. Podré acumular, hacer cosas, ensalzarme pisando a mis coetáneos, lucir con la falsa luz del oro, pero el paso del tiempo seguirá implacable y caminaremos como los ríos hacia el mar. La muerte que nos iguala a todos. Así, el predicador en el Eclesiastés nos deja esa frase terrible y que quiere acabar con el orgullo humano, con sus insolidaridades, con su desamor: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. ¡Reflexiona, hombre! Recuerda la casa del luto.



Es curioso que ante la idea de la finitud a la que todos estamos abocados, el predicador valora más la experiencia de la casa del luto que la experiencia de la vana alegría o de los jolgorios de la vida.  Nuestro tiempo finito es breve ante la idea de eternidad. Estamos envueltos por el manto de la finitud. El manto de la tragedia para muchos hombres hoy. Hay que ser sabios para enfrentarse a la limitación de nuestro tiempo. “El corazón de los sabios está en la casa del luto; mas el corazón de los insensatos en la casa en la que hay alegría”. Los necios no han captado el auténtico sentido de la vida que no consiste en aferrarnos a lo finito.



Nuestro tiempo es corto. ¿Cierra esto la puerta a la esperanza? La Biblia nos enseña a ser conscientes de nuestra finitud humana. No tiene por qué angustiarnos. De ahí  que el sabio va a ser el que sabe decir al Señor que nos enseñe a contar nuestros días. La Biblia nos enseña a pedir al Señor así: “Enséñanos a contar nuestros días”. Clave para encontrar sentido a la vida y para fundamentarla en lo eterno que va más allá de la muerte. No. El hombre no es un ser para la muerte. Hay otra perspectiva que se nos abre cuando pedimos al Señor que nos enseñe a contar nuestros días.



Puede parecer triste, puede parecer trágica la realidad a la que nos enfrenta el Predicador en el Eclesiastés: Nos enfrenta finalmente a la descripción de la decrepitud del cuerpo, de su agotamiento, de su finitud… y nos da un consejo: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud”. Es el antídoto para el sinsentido de la vida que muchos experimentan ante la idea de la finitud, del ser para la muerte. Es la única forma de llegar a lo que la Biblia llama el temor de Dios que nos llevará a guardar sus mandamientos. Es la forma de evitar la angustia vital ante la finitud.



La afirmación después será rotunda y hablará de plenitud, de poder conseguir llenura y echar fuera todo vacío. Nos habla del todo, no de algo o de una parte que nos ayude. Acordarte de tu Creador, tener temor santo ante él y guardar sus mandamientos, será “el todo” del hombre. Ya no nos agobiará nunca más la idea de finitud ni la frase existencialista que nos indica que el hombre es sólo un ser para la muerte. Es lo que destruirá todas tus angustias.


 

 


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