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Como Dios, Cristo nos da el “sí” divino; y como ser humano, Cristo es nuestro “amén”, la más excelente respuesta que pudiéramos haber dado a la iniciativa del amor de Dios.

ENROLADO POR LA GRACIA AUTOR 1053/Joel_Sierra 27 DE DICIEMBRE DE 2025 21:00 h
Foto de [link]Arvin Yuan[/link] en Unsplash

Porque todas las promesas de Dios son en él “sí” y, por tanto, también por medio de él decimos “amén” a Dios, para su gloria por medio nuestro. (2 Corintios 1:20 Reina-Valera Actualizada 2015)



 



Una joya teológica



Gracias, Señor, porque el Sí de tu amor viene a nosotros sin dudas ni titubeos.



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Hay cuestiones en la vida para las que se necesita mostrar decisión y definición. Hay afirmaciones que contienen consecuencias implacables. Así como cuando comienza a germinar una semilla –lo que estuvo latente durante mucho tiempo se despierta y comienza un proceso que ya no se detendrá, ni se revertirá. El proceso es resultado de una especie de “decisión” que desencadena la vida. Así también pasa con la gestación humana. Cuando comienza el proceso, inmediatamente después de la concepción, no hay vuelta atrás. No se detiene más que por la muerte, porque es un proceso implacable que va desarrollándose hasta formar un bebé; y que no retrocede ni da marcha atrás.



Así también es la llegada de un nuevo día. Empieza a clarear en la madrugada, y cada minuto que pasa hay más y más luz. La mañana es una afirmación implacable que nada puede detener, y que de ninguna manera da marcha atrás.



Cuando los contrayentes dan su sí para casarse, también se desencadena una serie de procesos y desarrollos que ya no tienen marcha atrás. El estar casados no es lo mismo que el estar solteros. Hay implicaciones legales, sociales, familiares, emocionales y espirituales que se desencadenan a partir del “sí” que se ofrece públicamente en la ceremonia de bodas. El novio y la novia se acercan al momento de su boda con la certeza de su afirmación. No son al mismo tiempo “sí” y “no” para su cónyuge. No puede emprenderse el proyecto de vida en común diciendo de manera indefinida al mismo tiempo “sí” y “no”. Estar casados es una condición de vida que se desprende de la definición de una afirmación. Es el desarrollo implacable de un “Sí” que se ha comprometido ante Dios y ante el mundo.



Del mismo modo, el Nuevo Testamento afirma que Dios nos ha dicho que sí en Cristo, y que por medio de Cristo nosotros también respondemos a Dios con una afirmación expresada con la palabra “amén” en el culto.



Posiblemente 2 Corintios 1:20 sea (aparte de Juan 3:16) el texto más importante de todo el Nuevo Testamento. El misionero Pablo estaba explicando sus planes de ir a visitar a los corintios, y les dice que pueden estar seguros de ello porque Pablo y los otros misioneros de su equipo no son indecisos ni indefinidos, ni dicen “sí” para vivir un “no”. Ellos son seguidores de un Maestro que nos ha enseñado a decir “sí” o “no” con toda definición. Pero en su explicación, Pablo ha tocado un punto que resulta ser toda una joya teológica de grandísima importancia.



 



Cristo-ventana



En la explicación de Pablo sobre su intención definida de pasar a visitar a los corintios nos ha dejado una joya teológica acerca del papel de Cristo en la redención del universo.



Identificamos en 2 Corintios 1:20 dos mitades que están vinculadas por uno que está en medio. Hay dos lados, dos extremos. Son dos territorios, dos realidades. Estas dos realidades son diferentes entre sí y no están comunicadas de manera natural. No existe una zona de transición en la que gradualmente una se convierta en la otra. Están separadas de manera drástica. Una es la realidad de Dios, y la otra es la nuestra.



Entre Dios y nosotros hay un enorme abismo. Hay una gran diferencia. No pertenecemos ni al mismo género ni a la misma especie. Nuestros caminos y los caminos de Dios no son iguales. Como el cielo es mucho más alto que la tierra, así, la realidad de Dios en comparación con la nuestra es mucho más sublime, gloriosa, perfecta e insondable en su altura, anchura y profundidad. Dios está muy por encima de nosotros, los humanos.



Pero aparece en el texto una tercera realidad: un protagonista que funge como ventana entre las dos realidades. Ese es Cristo. Cristo es la ventana entre Dios y nosotros. Por esta ventana podemos asomarnos para conocer la realidad de Dios, y Dios por medio de esta ventana nos ha hecho llegar su luz.



Lo maravilloso de esta preciosa verdad es que Cristo funge como mediador entre Dios y los humanos, y cumple una doble función: Por un lado, todas las promesas que ha hecho Dios son “sí” en Cristo. Cristo es el “sí” de Dios para la humanidad. Y al mismo tiempo –por el otro lado—este mismo Cristo es el “amén” que nosotros le damos a Dios como respuesta.



Nosotros como humanos, respondemos –por medio de Cristo—a la iniciativa del amor de Dios. Cristo es nuestra respuesta afirmativa a la gran afirmación que Dios nos ha dado, precisamente en Cristo. Como Dios, Cristo nos da el “sí” divino; y como ser humano, Cristo es nuestro “amén”, la más excelente respuesta que pudiéramos haber dado a la iniciativa del amor de Dios.



Entonces, Cristo es una ventana que nos comunica a la realidad de Dios, que nos hace presente a Dios. Hace que en nuestra vida y en nuestros asuntos brille la luz de Dios. Por medio de Cristo viene a nosotros la realidad de Dios. Y nosotros, por medio de Cristo, y en Cristo, respondemos “amén” a todo lo que Dios ha hecho. En esto consiste la Navidad: es el “sí” que nos da Dios en Cristo, y el “amén” que respondemos al amor de Dios cuando conocemos a Cristo.



 



En él se cumple todo



En la Navidad celebramos el “sí” que nos da Dios en Cristo, y el “amén” que, en Cristo, la humanidad responde a la iniciativa de Dios. Todas las promesas que ha hecho Dios se cumplen en Cristo. No sólo algunas promesas, sino todas.



Esto es muy importante porque hay quienes afirman –equivocadamente—que todavía quedan pendientes de cumplirse algunas profecías del Antiguo Testamento. Pero queremos tomar en serio la afirmación de 2 Corintios 1:20. Cuando vino Cristo, TODAS las promesas de Dios se cumplieron y son “sí” en Cristo. En la Navidad celebramos que Dios ha cumplido TODAS sus promesas.



Veamos tres ejemplos. En Zacarías 6:15 se profetiza la reconstrucción del templo: “Vendrá gente de lejos, para ayudar a reconstruir el templo del Señor”. Pues bien; todas las promesas del Señor son “Sí” en Cristo. Es en Cristo que se da la verdadera reconstrucción del verdadero templo, ya que nosotros somos piedras vivas en el templo de Dios (1 Pedro 2:5). Nosotros formamos parte de ese templo nuevo que ha reconstruido Dios en Cristo. Ese templo espiritual es la iglesia.



Además, se promete la reparación del tabernáculo caído de David. Amós 9:11 dice que Dios restauraría la casa real, la dinastía de David, que se había caído por los terribles errores humanos, por los pecados del pueblo, pero Dios promete reparar esa casa –esa dinastía—de David. Esto se cumplió en Cristo. Los mismos apóstoles traen a colación este texto profético cuando en Hechos 15:16 (en el Concilio de Jerusalén) afirman que Dios está reparando el tabernáculo caído de David en Cristo, en la comunión de cristianos, de aquellos que doblamos la rodilla ante el señorío de Cristo, sin importar si somos judíos o gentiles. Nosotros somos el reinado restablecido de aquel hijo de David que es Jesús.



Por último, mencionemos el retorno del remanente. Hay muchos textos que hablan del retorno, como Isaías 49:6. El Siervo de Jehová haría volver al remanente de Israel y ser luz a todas las naciones al llevar la salvación a todos los pueblos de la tierra. El cumplimiento de esta palabra no está pendiente. Ya se ha cumplido en Cristo. Romanos 11:5 dice que, por la gracia de Dios, ese remanente ya conoce la salvación en Cristo. Precisamente en Cristo es que se da este retorno. En Cristo está el verdadero remanente del pueblo de Israel. Es sólo en Cristo. Esta esperanza se ha cumplido en Cristo. No está pendiente de cumplirse. Todas las promesas de Dios son SÍ en Cristo.



Esperamos el retorno de Cristo, y el juicio final, mas no esperamos que se reconstruya ningún templo, porque ya está reconstruido; ni que se restaure la monarquía de David, porque ya está restaurada; ni que regrese ningún remanente de ningún pueblo a ninguna parte, porque ya regresó en Cristo. Todo se ha cumplido y se sigue cumpliendo en Cristo.



 



Todo se hace realidad



Si todas las promesas que ha hecho Dios se han hecho realidad en Cristo, entonces hay que aplicar esta verdad a nuestra vida el día de hoy.



¿Hemos sido perdonados? La respuesta es que sí somos perdonados, en Cristo. ¿Estamos reconciliados con Dios? ¿Hay alguna oportunidad de salvar esta enorme distancia entre Dios y nosotros? ¿Podemos superar el gran pleito cósmico que la humanidad tiene contra Dios? Sí. Sí hay oportunidad para reconciliarnos con Dios, en Cristo.



¿Será que Dios nos ha elegido para ser su pueblo? ¿A pesar de no ser los más altos o fuertes, ni los más organizados o avanzados? ¿Con toda nuestra historia de mestizaje, injusticias, violencia y corrupción? La respuesta es: ¡SÍ! También a nosotros nos ha elegido. En Cristo sí somos elegidos para ser su pueblo.



¿Será que Dios nos llama? ¿Acaso nos está llamando para seguir a Cristo? La respuesta es: ¡Sí! No es a la vez sí y no. Es sí. Nos llama el Señor para seguirle y para servirle. Nos llama a ser su instrumento de paz en un mundo lleno de guerras.



¿Será que Dios nos sustenta? ¡Sí! En Cristo, Dios nos da abundantemente de todas sus riquezas, y nada nos falta. Si Dios nos llama, también nos sustenta. Si Dios nos invita a esta aventura de fe caminando de la mano con Cristo, Dios nos equipa y nos empodera.



¿Dios nos empodera? ¿A hombres y también a mujeres? ¿Pueden las mujeres, solteras o casadas, con o sin hijos, tomar ministerios, ser líderes en el pueblo de Dios? La respuesta es: ¡Sí! Dios nos empodera como sus siervos y siervas.



Todas las promesas de Dios se han hecho realidad y son SÍ en Cristo. Así lo constatamos en cada episodio de los Evangelios. En ellos vemos el Sí de Dios en acción, alcanzando, tocando, sanando, transformando y llenando de esperanza a cada persona que cruzó su camino.



Por Cristo, entonces, Dios nos ha dado su afirmación, y nosotros podemos responder con un fuerte “Amén”. En Cristo se encuentra nuestra respuesta a la iniciativa de Dios. En Cristo está nuestra fe y nuestra vida. No podemos responder apropiadamente a Dios si estamos fuera o lejos de Cristo. Solamente en Cristo; solamente en él. La salvación se encuentra en él.



 



Un botón de muestra



Imaginemos la condición de aquel hombre que no podía caminar en el pasaje de Marcos 2. Tenía una seria discapacidad motriz. Gracias a la ayuda y la creatividad de sus amigos, logró encontrarse con el Señor Jesús, quien le dijo: “Hijo mío, tus pecados quedan perdonados”.



Casi todos los que atiborraban aquella casita de Capernaum estaban convencidos de la condición pecaminosa de aquel hombre con discapacidad. En su modo de pensar, era precisamente por su pecado que tenía esa discapacidad motriz. Ante todos ellos, el Señor Jesús se atribuyó a sí mismo una función exclusivamente divina: el perdonar pecados. Era una prerrogativa que sólo le corresponde a Dios.



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El Señor Jesús es el “sí” de parte de Dios para la humanidad. Jesús le perdonó sus pecados a aquel hombre. Y no sólo a él; a nosotros también nos ha dicho: “Sí. Sí te perdono”. Y por este “sí” del Señor Jesús somos muchos que hoy en día vivimos para proclamar la buena noticia. A todos nos ha llegado el evangelio gracias a alguien que nos comunicó esta afirmación divina. Dios nos extiende la mano, nos abre los brazos, busca reconciliarse con nosotros. Dios nos ama, nos busca y nos alcanza para decirnos: “Hijo mío, te perdono. Tus pecados quedan perdonados”.



Cristo también reconstruye la vida. A aquel hombre con discapacidad le hizo volver a caminar. Con el Señor Jesús no existen los callejones sin salida. Con él no hay caminos cerrados, ni historias en las que no hay opción de salida. Con el Señor Jesús se abren caminos nuevos. Él abre caminos en el desierto, ahí donde no hay camino. Con el Señor Jesús siempre hay reconstrucción de la vida.



En Cristo, Dios nos ha dicho que sí de esta manera. Nos perdona, y nos reconstruye la vida. Además, por medio de Cristo, nosotros respondemos “amén” glorificando a Dios. Él es nuestro medio de interlocución entre Dios y nosotros. No hay otra forma de comunicarnos con Dios. No hay otro camino más que asomándonos a esta ventana que es Cristo para mirar la realidad de Dios. Desde Cristo, Dios nos ha mirado a nosotros; y desde Cristo, nosotros miramos a Dios.



Señor, queremos asumir tu afirmación en nuestra manera de vivir para ti. Que podamos decir que sí a la alegría, a la justicia, a la salud, a la paz y a la verdadera libertad que hay en tu Hijo, el Mesías Jesús. Amén.



 



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