Creer que se puede cristianizar a la sociedad desde arriba es tanto un mal entendimiento neotestamentario como una ingenuidad histórica.
Vuestra espada no debe encargarse de enseñar teología. De otra manera si los teólogos consiguen que tratéis su enseñanza con las armas, lo mismo podrá reclamar con razón el médico: que lo defendáis con vuestras armas de las opiniones de otros médicos; lo mismo reclamará el dialéctico, el orador y las demás artes. Pero si no podéis tratar estas artes con hierro, tampoco la teología, dado que ella reside en las palabras y en el espíritu no menos que las otras. Y si un buen médico puede proteger su doctrina suficientemente con su ciencia sin ayuda del magistrado, ¿por qué no podría hacer lo mismo un teólogo? Pudo Cristo, pudieron los apóstoles y podrán quienes los imitan.
David Joris (1554)[1]
Consciente de la pesada carga que significaba para los anabautistas la insurrección de Thomas Müntzer al pretender tomar el cielo por asalto (1524-1525), y los acontecimientos que se estaban desarrollando en 1534 en el reino mesiánico de Münster, Leupolt Scharnschlager destacaba los ánimos pacifistas de su congregación, “meditad y considerad que yo y los míos estamos y tenemos que estar en esta posición [de defender sus creencias]; pero que ni ellos ni yo tenemos la intención de conservarnos y conservar nuestra fe con violencia o defendiéndonos, sino con paciencia y padecimientos, hasta la muerte corporal, con la fuerza de Dios, por la cual rogamos”.[2]
Su arma, puntualizó Scharnschlager, era la persuasión, no la fuerza armada. Incluso afirma que la cuestión no era qué parte tenía la mayoría ciudadana de su lado, y con ello establece lo que en lenguaje moderno de derechos humanos hoy llamamos derechos de las minorías: “Aun cuando yo y los míos fuéramos cien mil en la ciudad, sería mejor para nosotros, ante Dios, que nos alejáramos o que nos dejáramos expulsar antes de expulsaros a vosotros con violencia y provocar así grave escándalo contra el amor de Dios (aunque so pretexto del mismo). Si tenéis cristianos ojos del espíritu comprenderéis lo que digo”.[3]
Como buen polemista Leupolt estableció puntos de coincidencias con sus oponentes, y por lo mismo les trajo a la memoria que ellos sabían bien que no era posible, ni deseable, forzar a la conciencia con imposiciones. Porque si de tiranía se tratara en asuntos de fe, entonces los reformadores de Estrasburgo (y otros como ellos en otras ciudades) quedarían al arbitrio de quien tuviera el poder de su lado para normar las creencias de los demás: “Pero si la fe no hubiera de ser libre ¿habríais actuado en contra del Emperador y del Papa, suprimiendo los conventos imágenes y misas? ¿No estaríais obligados a reimplantarlos inmediatamente? En contra de eso aducís que nuestra fe no es la verdadera, que la verdadera fe es la vuestra. Yo os respondo: lo mismo os dicen a vosotros el Emperador y el Papa; os dicen que la vuestra no es la verdadera fe, que la verdadera es la de ellos. No obstante eso, vosotros no queréis pasar de la vuestra a la de ellos. Pues bien, ¿entonces por qué debemos ceder nosotros ante vosotros?”[4]
La comparación realizada por Leupold estaba sacando a la superficie una doble medida para casos iguales: los clérigos/teólogos y Concejo de Estrasburgo justificaron el derecho que les asistía cuando rompieron con la Iglesia católica, para en su lugar proteger el fortalecimiento de la Reforma; pero negaban el derecho a seguir su conciencia a los anabautistas y buscaban imponer por ley que se retractaran de sus enseñanzas y prácticas.
Entonces hubo y ahora también existe, en algunos círculos cristianos permeados de contantinianismo, la tentación de usar los aparatos del Estado con el objetivo de adoctrinar y forzar a la gente para que se sujete a determinadas creencias y prácticas prescritas desde el poder. Creer que se puede cristianizar a la sociedad desde arriba es tanto un mal entendimiento neotestamentario como una ingenuidad histórica. El giro constantiniano consistió en hacer de la fe cristiana, antes fieramente perseguida, una religión tolerada y, posteriormente, la oficial del Imperio romano:
En el año 312, Constantino, uno de los firmantes del edicto de tolerancia de Galerio del año anterior, derrotó a Majencio en la batalla de Puente Milvio, a las afueras de Roma, y se convirtió en emperador único en el occidente del Imperio. Un año más tarde, en la ciudad de Milán en 313, Constantino llegaba a un acuerdo con Licinio, emperador de la pars orientalis, por el que, en aplicación y ampliación de lo firmado con Galerio dos años antes, los cristianos veían reconocidos sus derechos civiles y la práctica pública de su religión. El acuerdo, que la historiografía consagró luego impropiamente como “Edicto de Milán”, se convirtió, gracias al subsiguiente apoyo declarado por parte de Constantino, en la rampa de lanzamiento de la proyección de la Iglesia y de una cómoda difusión del cristianismo. Unos decenios más tarde, en 380, el Edicto de Tesalónica de Teodosio I dio un paso más, y decisivo, a favor de aquella institución y su doctrina convirtiendo al Imperio romano en un Estado confesionalmente católico con exclusión de los restantes cultos. En apenas ochenta años, la Iglesia había pasado de perseguida a colaboradora de persecuciones y los emperadores de perseguidores de aquella a presidentes de sus concilios ecuménicos, universales.[5]
Hacia 1570 Hans Schnell, anabautista de la Hermandad Suiza, publicó un tratado en el que resumía “una visión de la historia de la Iglesia extensamente compartida en los círculos anabautistas de la época”.[6] Entonces escribió que el emperador romano Constantino
Fue bautizado por el papa Silvestre, el Anticristo, el hijo de la perdición, cuya venida se produjo por obra de ese mismo demonio repugnante. Por eso recibió falsamente el nombre de cristiano. Porque la Iglesia cristiana se transformó en esa época en Iglesia anticristiana [...] Cuando Constantino asumió y aceptó el nombre de cristiano [...] entonces vino la apostasía, de la cual Dios nos guarde eternamente. Amén.[7]
Años antes, en 1531, Pilgram Marpeck, denunció en su escrito Exposición de la ramera babilónica que con la conversión de Constantino se introdujeron el bautismo infantil, la fusión entre el poder eclesial y el temporal, la sustitución de la Cena del Señor por la misa y la coerción y el uso de la violencia en asuntos de fe. Lo mismo la Crónica Hutterita, redactada inicialmente en los primeros años de la década de los años setenta del siglo XVI y después continuada por diversos autores, databa el comienzo de la corrupción del cristianismo cuando Constantino “abolió la cruz y forjo la espada”.[8]
Un asunto más que plantea la vigorosa carta tiene que ver con tópicos hermenéuticos. Los anabautistas creían en la Revelación progresiva de Dios, en que Cristo es la plenitud de la promesa dada por el Señor en el Antiguo Testamento. En razón de esto enarbolaron una interpretación cristológica de las Escrituras, por lo que afirmaban sus creencias y normaban sus conductas con lo que llamaban la Ley de Cristo.[9]
En la perspectiva cristológica había que juzgar todas las cosas de acuerdo a la Revelación final de Dios, según el Verbo encarnado, el Cordero que fue inmolado y venció. Además del acercamiento cristológico, éste, de acuerdo con la hermenéutica de los anabautistas, debía concretizarse éticamente según el ejemplo de Jesús. Así su óptica tenía claras diferencias con las doctrinas dominantes:
En el protestantismo nos encontramos con un Cristo celestial, una figura cósmica que a través de su autosacrificio hace posible la salvación del alma. En el catolicismo Jesús se encuentra con frecuencia y de manera sobresaliente en la misa, donde constantemente es ofrecido de nuevo por los pecados del hombre. En el anabautismo encontramos lo que sólo podemos llamar anacrónicamente el “Jesús histórico”. Jesús es todo lo que los credos históricos afirman de él, pero también es más: porque es también el ejemplo para el cristiano. No es sólo el centro del sistema teológico al que uno da su asentimiento, sino que es más bien el centro de un estilo de vida.[10]
Por lo mismo, en la línea anterior, Leupold Scharnschlager llamó a los señores del Concejo a dirimir las diferencias cristológicamente, al encomiarles que estudiaran por ellos “mismos las Sagradas Escrituras, que dan testimonio de la limitación y el empleo de la espada terrena”.[11] Con el fin de no confundir normatividades propias del Antiguo Testamento y aplicarlas en los tiempos del Nuevo Pacto en Jesucristo, argumentaba en favor del estudio del Nuevo Testamento:
En lo que refiere al poder especial, a la espada y al dominio de Cristo, del Espíritu Santo, de los cristianos y de la fe. Lo encontraríais explicado en todos los aspectos. Y puesto que vosotros os consideráis y os tenéis por un poder temporal para castigo de los que hacen lo malo, y además por un poder cristiano, es decir, espiritual, encontraréis una sutil y hermosa diferenciación y una información clara —y muy útil para vuestras almas— de cómo se ha de proceder en ambos aspectos. Y comprenderíais qué malos son los resultados y qué grave equivocación se comete cuando se confunden entre sí ambos poderes, ambas espadas, ambo dominios, y se pretende gobernar también lo espiritual, con la espada y el poder temporal o establecer y gobernar lo temporal con la espada y el poder espiritual. Acerca de la espada y el poder temporal se informa en Rom. 13:1ss; Lc. 22:25; Mt. 20:25; Mc. 10:42 y en otros pasajes más. Acerca de la espada y el poder espiritual se habla en Ef. 6:10-17; 2 Co. 10:4ss; 13:10; Mt. 10:8; 1 Pe. 5:1ss.[12]
Estamos ante un llamado, el de Scharnschlager, para practicar la tolerancia, entendida como el derecho a existir de los diferentes y la función de las autoridades para normar la convivencia, o por lo menos la coexistencia, entre quienes tienen distintas creencias. En este punto el jabonero mantenía la misma línea que los anabautistas en 1525 al defender su derecho de no ceñirse a las creencias de la Iglesia oficial de Zúrich, y daba continuidad a los señalado sobre los límites del poder gubernamental en la Confesión de Schleitheim.
De manera sintética el portavoz de los anabautistas de Estrasburgo presentó en pares contrastantes lo que había desarrollado a lo largo de su alegato, las funciones de cada poder, el encargado de gobernar en un espacio común a toda la ciudadanía, y el ejercicio de poder, según el ejemplo de Cristo, en la comunidad de fe: “El poder cristiano es un poder especial, tiene una función determinada, naturaleza, reglas y características determinadas, se ejercita sobre un pueblo determinado. Eso vale por toda la eternidad. El poder temporal mata con espada material; el cristianismo no mata a nadie con espada material. El poder temporal está obligado a proteger a los cristianos y a los justos de lo malo, Rom. 13:4; pero no está obligado a actuar en la fe y en cosas espirituales o a perseguir o a expulsar por causa de ellas”.[13]
Consciente de que la única herramienta de la cual podía valerse era la persuasión, Leupold Scharnschlager exhortó a los concejales para que meditaran sobre las palabras “expuestas por mí y los míos, tomadlas en cuenta y [concedednos] vuestra misericordia, a los que hemos huido de la intolerancia del papado para refugiarnos entre vosotros, permitidnos que saboreemos en la honra el pan ganado con nuestras manos. Dejadnos vivir y habitar entre vosotros, en vuestra ciudad, libres en la fe y sin violencias ni presiones sobre nuestra conciencia, en asuntos del alma”.[14]
Por cierto que en la temática de la defensa y práctica de la tolerancia, hay una deuda histórica, por parte de los especialistas en el tema con el anabautismo pacifista. Sin hacerlo de una manera sistemática, no eran pensadores dedicados a la tarea intelectual sino creyentes bajo persecución, argumentaron de manera práctica sobre el respeto a la diversidad y los derechos de las minorías. Antes que Sebastián Castellio,[15] personaje que muchos expertos en el tópico de la tolerancia consideran el precursor,[16] los anabautistas en casos como los que hemos citado, Zúrich en 1525 y Estrasburgo en 1534, al igual que en otros momentos del siglo XVI y lugares, defendieron vigorosamente la libertad de conciencia y el necesario respeto del Estado a la misma.
La defensa y argumentación en favor de la tolerancia por parte de los anabautistas precede por dos décadas a las razones dadas por Castellio, quien concluyó Contra libellum Calvini, en latín, en junio de 1554. Circuló en copias manuscritas porque la obra no pudo ser impresa. Era una respuesta al escrito en el que Juan Calvino justificaba la pena de muerte impuesta a Miguel Servet en Ginebra el 27 de octubre de 1553: Defensa de la fe ortodoxa sobre la sagrada Trinidad contra los prodigiosos errores del español Miguel Servet, que se publicó en febrero de 1554.
Para Sebastián Castellio “el castigo de los calificados como herejes a la pena capital no encuentra apoyo en ningún pasaje del Evangelio”. Rechazaba “que el Antiguo Testamento ofrezca fundamento alguno que justifique la muerte de los herejes y mucho menos como afirmaba Calvino, dicha Ley permanezca bajo el reinado de Cristo”[17] En palabras de Sebastián:
[Calvino] se remite a Cristo para demostrar que la Ley permanece bajo su reinado y que el mismo sistema de castigo que está en la Ley perdura también en las causas por asuntos religiosos […] ¿Pero quién en su sano juicio le concederá que la Ley permanece bajo el reinado de Cristo ¿Quién puede tolerar que se le arrebate a Cristo para regresar con Calvino junto a Moisés? Quédese Calvino con los discípulos de Moisés, junto con sus judíos. Ya vino a nosotros el Mesías, nuestro Legislador, cuya Ley queremos obedecer”.[18]
Es interesante la semejanza argumentativa entre Castellio y lo presentado por Leupold Scharnschlager ante el Concejo abogando para evitar su expulsión. Tras varios meses de polémica entre las autoridades y los anabautistas “en febrero y marzo de 1535, el ayuntamiento de la ciudad de Estrasburgo ordenó finalmente que los hijos de todos los ciudadanos fueran bautizados dentro de las seis semanas siguientes a su nacimiento, y que se exigiera el juramento civil a todos los separatistas bajo la pena de destierro”.[19] Ambas exigencias, el paidobautismo y el juramento iban contra el entendimiento anabautista del Nuevo Testamento, por lo tanto rehusaron dar cumplimiento a las ordenanzas. Leupold Scharnschlager, el jabonero, y sus condiscípulos anabautistas fueron desterrados de Estrasburgo. La de ellos fue una historia de desarraigo porque, como Abraham, esperaban una ciudad “de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor” (Hebreos 11:10, NVI).
Notas
[1] David Joris, “Cuánto daño hacen al mundo las persecuciones”, en Sebastián Castellio, Sobre si debe perseguirse a los herejes, Instituto de Estudios Sijenenses Miguel Servet, Huesca, 2018, p. 146.
[2] Leupold Scharnschlager, “Llamamiento a la tolerancia dirigido al Concejo de Estrasburgo”, en John H. Yoder (compilador), Textos escogidos de la Reforma radical, Biblioteca Menno, Burgos, 2016, pp. 227-228.
[3] Ibid., p. 231.
[4] Ibid., p. 228.
[5] José Ángel García de Cortázar, Historia religiosa del Occidente medieval (Años 313-1464), Ediciones Akal, Madrid, 2012,
p. 59.
[6] John D. Roth (editor), “Introduction”, Constantine Revisited. Leitharts, Yoder and the Constantinian Debate, Pickwick Publications, Eugene, 2013, p. XI.
[7] Ídem.
[8] Ibid., pp. XI-XII; https://gameo.org/index.php?title=Hutterite_Chronicles; Walter Klaassen y William Klassen, Marpeck. A Life of Dissent and Conformity, Herald Press, Waterloo-Scottdale, 2008, p. 92. Sobre el tema del giro constantiniano ver Walter Klaassen, “The Anabaptist critique of Constantinian Christendom”, The Mennonite Quarterly Review, vol. 55, núm. 3, 1981, pp. 218-230; Alan Kreider, The Change of Conversion and the Origin of Christendom, Wipf and Stock Publishers, Eugene, 2006.
[9] Sobre el tema de la hermenéutica anabautista consultar John Howard Yoder, Prefacio a la teología. Cristología y método teológico, Biblioteca Menno, Burgos, 2017; Lloyd Pietersen, Reading the Bible After Christendom; Stuart Murray, Biblical Interpretation in the Anabaptist Tradition, , Herald Press, Harrisonburg, Virginia, 2012.
[10] Walter Klaassen, citado por Stuart Murray, Biblical Interpretation in the Anabaptist Tradition, Pandora Press, Kirtchener, Ontario, 2000, p. 86.
[11] Leupold Scharnschlager, “Llamamiento a la tolerancia dirigido al Concejo de Estrasburgo”, p. 229.
[12] Ibid., p. 230.
[13] Ídem.
[14] Ibid., pp. 230- 231.
[15] Crítico de Calvino, sobre todo a partir de que el reformador de Ginebra justificó teológicamente la despiadada ejecución de Miguel Servet (octubre de 1553). Además puso en tela de juicio el férreo dominio, hasta tiránico lo llamó, que Calvino ejercía en aquella ciudad.
[16] Perez Zagorin, How the Idea of Religious Toleration Came to the West, Princeton University Press, New Jersey, 2003, pp. 93-144; Stefan Zweig, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia, tercera reimpresión, Acantilado, Barcelona, 2005.
[17] Sergio Baches Opi, “Introducción”, en Sebastián Castellio, Contra el libelo de Calvino, Instituto de Estudios Sijenenses Miguel Servet, Huesca, 2009, pp. 18-19.
[18] Ibid, p. 19.
[19] George H. Williams, La Reforma radical, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, p. 335.
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