Aún en los momentos más oscuros llenos de soledad y sufrimiento, sabían que el Señor estaba cerca y era su único refugio.
“El que no ha experimentado la desesperación, no sabe la magnitud de la esperanza.” Albert Einstei
“En medio de la tormenta, el mar se calma cuando encuentras el puerto seguro.” William Shakespeare
Quisiera meditar sobre dos personas muy distintas y distantes en el tiempo, que tuvieron esa terrible sensación de lo que supone sentirse acorralados y la forma en que los dos respondieron a ella.
El primero es David en el Salmo 142 y el segundo Eric Liddell.
Este Salmo tiene, como todos los de David, un toque de intimidad con el Señor muy especial; no en vano era un hombre conforme al corazón de Dios. Es un Masquil, es decir, un Salmo de instrucción, y recojo unas palabras de Matthew Henry citando a Spurgeon:
“Él llama a esta oración Masquil, un “salmo de instrucción”, debido a las buenas lecciones que él mismo aprendió en la cueva, lecciones que aprendió de rodillas y aprendió tanto, que deseaba enseñar a otros.”
La cueva era probablemente la cueva de Adulam, mencionada en 1ª Samuel 22:1, aunque las cuevas de En-gadi (1 Samuel 24:1) también son una posibilidad. Adulam parece ser la mejor opción.
Podemos observar dos notas que recorren todo el Salmo, la primera es la de esta terrible sensación de impotencia y desesperanza, la otra, es la de una aplicación decidida del alma indefensa ante su Señor expresando su desesperación en oración, en angustia, y pidiendo a Dios que lo libre de sus enemigos; aunque hay algo que resalta un Salmo breve pero muy intenso, la confianza en que el Señor escuchará su clamor y la dará la victoria.
El Salmo 142 tiene una aplicación poderosa para nuestras vidas en momentos de desesperación, cuando nos sentimos solos o atrapados en una situación sin salida; podemos aprender del hombre que tenía un corazón conforme al corazón de Dios a ser valientes al reconocer nuestras vulnerabilidades y buscar ayuda en el único que puede liberarnos.
Dios, en su misericordia, se convierte en nuestro refugio, y es en él donde encontramos verdadera paz.
La otra persona de la que quiero escribiros, tiene una historia de vida conocida por todos, me estoy refiriendo al atleta olímpico Eric Liddell, como he dicho anteriormente.
Eric Liddell nació en China en 1902, hijo de misioneros escoceses, fue conocido como “El corredor de Dios” debido a su extraordinario talento para el atletismo.
Durante los Juegos Olímpicos de París en 1924, Eric ganó la medalla de oro en los 400 metros, pero lo que realmente lo hizo famoso, fue su negativa a correr en los 100 metros, una de las carreras más esperadas, porque se celebraba en domingo, día de descanso y adoración para su Señor
Y no quiero entrar en esto, pero deberíamos meditar un poquito en estas cosas, porque salvo casos especiales y legítimos, el respeto por el día del Señor, al día de hoy, nos va una tantito escaso...
La fe de Liddell era inquebrantable; sin embargo, la historia de Eric no termina en este punto. Después de su éxito olímpico, decidió seguir el llamado de Dios y servir como misionero en China, dejando atrás su prometedora carrera en el atletismo.
Cuando Japón invadió China, Eric y su familia se encontraron atrapados en un campo de concentración en territorio japonés. Allí vivió situaciones extremas de sufrimiento y angustia, rodeado de dolor y muerte.
Durante ese tiempo, su fe fue puesta a prueba de manera profunda, pero Eric nunca dejó de confiar en Dios. En medio de la desesperación encontró consuelo en la oración y muchos de sus compañeros prisioneros fueron tocados por su ejemplo de esperanza y valentía.
En aquel campo de concentración partió con el Señor, pero en todo momento mostró una serenidad que sólo puede venir de un corazón lleno de esperanza en Dios, a pesar de la desesperanza que le rodeaba.
David en el Salmo 142, al igual que alguien como Liddell, tan distantes en el tiempo, mostraron que, aún en los momentos más oscuros llenos de soledad y sufrimiento, sabían que el Señor estaba cerca y era su único refugio.
¡Acorralados y liberados!
Oración:
Señor, ayúdame a confiar en ti y a esperar en tu ayuda en toda dificultad por la que me permitas que pase. Dame un corazón como el de David que, a pesar de mis fallos, sea conforme al tuyo, y dame una fortaleza inmensa para seguir las huellas de Eric Liddell, escogiéndote siempre a ti, aunque para el mundo pierda. Te entrego mi vida con sus dolores, afanes, pruebas... Qué sea una muestra de tu amor y misericordia a todo el que me pueda observar. En el Nombre de Jesús
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