Roma no es un lugar mejor porque ha creado un sistema teológico que no está comprometido con la sola Escritura, ni con Cristo solo ni con la sola fe.
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No soy inglés, ni anglicano, pero la historia de la conversión del antiguo obispo anglicano Michael Nazir-Ali al catolicismo me ha impactado. No es el primer anglicano evangélico que se convierte al catolicismo y probablemente no será el último. Se apoya en una tradición que tiene importantes antecedentes como la conversión a Roma de John Henry Newman (1801-1890) y muchos más. Sin embargo, Nazir-Ali era un conocido anglicano evangélico que pertenecía a la familia ‘evangélica’ y era una voz respetada en este mundo.
Las transiciones de este tipo tienen motivaciones personales que, en última instancia solo conoce el Señor y la persona implicada. Esto quiere decir que las especulaciones están fuera de lugar. Lo que sí es posible -y de hecho necesario- es reflexionar sobre las cuestiones públicas y teológicas involucradas.
He aquí algunas observaciones que pueden hacernos reflexionar. Comentando el tema, el renombrado pensador evangélico Os Guinness en una reciente entrevista dijo: “Institucionalmente, el cambio tiene mucho sentido... Roma es un transatlántico mucho más prestigioso para navegar que la maltrecha barca de Lambeth”. Sin embargo, “en términos del propio Evangelio, el cambio no tiene sentido y detesto pensar que los factores eclesiásticos pesan más que los teológicos al final del día”. Y de nuevo: “La iglesia más humilde de África Occidental, aún fiel al Evangelio, habría sido un destino mejor”.
En el mismo artículo, el reverendo Roger Salter añadió más elementos de reflexión: “¿Cómo puede ser Roma el hogar de cualquier adherente auténtico de la Reforma agustiniana del siglo XVI, donde la doctrina de la gracia recuperó su audaz y hermosa claridad? ... Roma está tan profundamente dividida como el anglicanismo entre los progresistas y los ortodoxos. Y el Papa actual no sólo traiciona a su propia Iglesia perseguida (en China, por ejemplo), sino que abraza una serie de herejías, incluido el universalismo”.
Estos comentarios subrayan puntos importantes e indican al menos dos defectos principales. Permítanme explicarlos brevemente.
La preocupación del obispo Nazir-Ali por la trayectoria seguida por la Iglesia anglicana en algunas cuestiones doctrinales y morales clave le hizo mirar a Roma como un lugar mucho más seguro con el que identificarse. La imagen de Roma se percibía como una institución tradicional, estable y con autoridad, con un aura de integridad doctrinal y moral.
Como suele ocurrir en historias similares, dada su estructura dogmática y jerárquica “romana”, Roma es vista como un refugio seguro en la agitación de nuestros días, un baluarte contra las fuerzas liberales y secularizadoras y un lugar mejor para encontrar protección y apoyo. La cuestión es si el obispo Nazir-Ali es consciente de las evoluciones del catolicismo romano bajo el papado de Francisco, que son el resultado de las tendencias derivadas del Vaticano II. No solo se refieren a la “enseñanza incierta” del actual Papa sino que pertenecen a tendencias bien establecidas en el catolicismo contemporáneo.
[destacate]El catolicismo romano ha rediseñado el lenguaje de la “hermandad” sustituyendo su significado espiritual por uno biológico.[/destacate]Un ejemplo bastará. En cuanto a sus tendencias universalistas, desde Juan Pablo II y aún más bajo Francisco, Roma fomenta la oración conjunta con los musulmanes, dado que, según el Vaticano II, ellos “junto con nosotros adoran al Dios único y misericordioso” (Lumen Gentium 16). Al fin y al cabo, somos “todos hermanos” (por citar el título de la última encíclica papal), no solo con los musulmanes sino con toda la humanidad. El catolicismo romano ha rediseñado el lenguaje de la “hermandad” sustituyendo su significado espiritual (es decir, la pertenencia a la misma familia que los creyentes en Cristo) por uno biológico (o sea, la pertenencia a la misma especie humana). Esta sustitución tiene inmensas connotaciones teológicas, soteriológicas y misionológicas. Es otra forma de decir que todos somos hijos de Dios, que todos nos salvamos siguiendo nuestros diferentes itinerarios religiosos y que los cristianos ya no tenemos que buscar conversiones a Cristo entre personas de otras religiones.
El Papa Francisco pide regularmente a los musulmanes que oren por él porque todos somos “hijos de Dios” y dice que los ateos van al cielo porque, después de todo, son buenas personas. Aunque son bíblicamente insostenibles, estas posturas “políticamente correctas” se pueden escuchar en la Iglesia anglicana, pero también en el más alto nivel de la autoridad docente católica romana.
En muchos aspectos, de hecho, la confusión doctrinal y moral que hizo que la Iglesia de Inglaterra dejara de ser soportable para el obispo Nazir-Ali es muy similar a la que atraviesa el catolicismo romano desde el Vaticano II. Esa confusión es aún más evidente hoy en día, dados los numerosos escándalos morales y financieros que han puesto de manifiesto la ruptura y los fracasos del sistema católico romano.
Al ser “romana”, es decir, centrada en una estructura jerárquica que da una idea de estabilidad, Roma es también “católica”, esto es, una esponja capaz de “actualizarse” y desarrollarse para adaptarse a las situaciones cambiantes. ¿Ha sido el obispo Nazir-Ali presa de una visión miope, selectiva y, al fin y al cabo, idealizada de Roma, una especie de ilusión en tiempos de crisis personal? ¿Ha comprendido realmente la realidad actual del catolicismo romano en su conjunto antes de abrazarlo?
Hay otro punto -y quizás más importante- que hay que señalar. Roma no es mejor que Lambeth, y no solo en cuanto a sus inestables y poco fiables normas doctrinales y morales. Roma no es un lugar mejor porque ha creado un sistema teológico que no está comprometido con la sola Escritura, ni con Cristo solo ni con la sola fe. En otras palabras, Roma no abraza el evangelio bíblico tal como fue redescubierto en la Reforma Protestante, aunque contiene elementos de una cultura religiosa “conservadora” que, sin embargo, está evolucionando rápidamente hacia una posición más pluralista e inclusiva.
Como evangélico, el obispo Nazir-Ali debería haber tenido suficiente conciencia espiritual para ver lo que está en juego con el catolicismo romano desde el punto de vista doctrinal. ¿Cómo puede una Iglesia, como la católica romana, que está dogmáticamente comprometida con la salvación por la fe y las obras, un canon aumentado de las Escrituras, la intercesión de los santos y de María, una serie de devociones y prácticas espurias, la adoración eucarística, la infalibilidad papal, los dogmas de la inmaculada concepción y la asunción corporal de María, etc., ser un lugar mejor para un cristiano preocupado por la verdad bíblica y el evangelio de Jesucristo?
A pesar de algunas áreas de acuerdo aparente y formal (por ejemplo, el credo de Nicea), hay desacuerdos aún más profundos con Roma. El vocabulario de Nicea es el mismo: Dios Padre, Jesucristo, la salvación, el Espíritu Santo, la virgen María, la iglesia, una santa iglesia católica apostólica, el bautismo, la remisión de los pecados, pero si bien las palabras son compartidas, no se puede decir lo mismo de su significado teológico. Cuando un católico romano se refiere a la “virgen María”, a la “salvación”, a la “iglesia”, etc., quiere decir cosas que están muy lejos de la simple enseñanza bíblica. Los recientes movimientos “católicos” en la doctrina y la práctica católica romana (por ejemplo, las lecturas histórico-críticas de las Escrituras y el universalismo en la salvación) hacen que la diferencia sea aún más aguda.
El artículo de 2016 Is the Reformation Over? A Statement of Evangelical Convictions [¿Ha terminado la Reforma? Una declaración de convicciones evangélicas], firmado por docenas de líderes evangélicos mundiales, lo dice muy bien: “Las cuestiones que dieron origen a la Reforma hace quinientos años siguen muy vivas en el siglo XXI para toda la iglesia. Aunque damos la bienvenida a todas las oportunidades para aclararlas, los evangélicos afirmamos, con los reformadores, las convicciones fundamentales de que nuestra autoridad final es la Biblia y que nos salvamos solo por la fe”. Roma no comparte estas convicciones.
El nuestro no es el momento de cruzar el Tíber. Al otro lado del río, la realidad es diferente de lo que parece y, lo que es más importante, está viciada en cuanto a sus compromisos básicos. El nuestro es el momento de seguir defendiendo el evangelio bíblico de Jesucristo. No sé si Lambeth es el mejor lugar para que un creyente encuentre su hogar espiritual, pero ciertamente, Roma es peor.
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