Sé perfectamente que en mi obediencia, saldrá el corderito del matorral, y también que no tengo otro lugar a donde ir.
“Muchas veces me he puesto de rodillas, con la abrumadora convicción de que no tenía a dónde ir. Mi propia sabiduría y la de todo aquello por encima de mí, parecían insuficientes ese día”.
Abraham Lincoln
Siempre me ha fascinado y me ha causado la más profunda admiración la figura de Abraham Lincoln; recuerdo a mi abuelo paterno, el mejor cuenta… cuentos, historias, leyendas y realidades, relatarme con todo lujo de detalles el asesinato de este precioso hombre por cualquier ángulo por el que se le pueda observar; y la preciosa frase que he dejado en el encabezamiento de este artículo, me deja demasiado clara su postura y relación en cuanto a Dios. No me extraña que hiciera lo que hizo, incluso perder su propia vida por defender sus ideas y a los más desvalidos. Os dejo unos pequeños trazos de su vida:
Abraham Lincoln fue un político y abogado estadounidense, 16º Presidente de los Estados Unidos de América. Su figura es reconocida por haber abolido la esclavitud.
Nació en Kentucky el 12 de febrero de 1809. Murió el 15 de abril de 1865 en Washington D.C, asesinado por un secesionista.
Abraham Lincoln nació en el seno de una familia modesta de raíces británicas en Hodgenville, en Kentucky. Pronto se mudó a otros lugares como Indiana y Springfield. Debido a los pocos recursos económicos de los que disponían, siempre tuvo que trabajar para ayudar a su familia.
Hacia 1830 se trasladó con su familia a Illinois, donde consiguió empleo como comerciante en el río Mississippi. Poco después se estableció en la ciudad de New Salem, donde se unió a las fuerzas políticas locales. Aquí es cuando mostró estar en contra de la esclavitud.
Cinco días después de la rendición de los secesionistas sureños, Abraham Lincoln fue a la Ford’s Opera House de Washington para ver una representación teatral con su esposa Mary.
Uno de los actores que actuaba esa noche era un ferviente seguidor de los confederados y, por tanto, odiaba a Lincoln: John Wilkes Booth. Conocedor de que el presidente asistiría a la función, planeó su asesinato.
Sin que encontrase ningún impedimento o dificultad, Booth llegó hasta el palco del presidente. Con sigilo, sacó un arma, apuntó a su cabeza y le disparó por la espalda. La leyenda dice que poco después pronunció las palabras Sic Semper tyrannis!: «Así llega siempre la muerte a los tiranos».
A la mañana siguiente, 15 de abril de 1865, Abraham Lincoln murió en su habitación de la Casa Blanca.
Todos en nuestras vidas pasamos por momentos difíciles, en estos momentos vivimos bajo el paraguas de una pandemia que amenaza con rebrotes de todo tipo. Mucha gente pasa de todo, otra vive obsesionada, y bajo esa pandemia brutal, existe gente que enferma de cáncer, corazón, y multitud de cosas que tienen que ir más lentas a causa de los difíciles momentos que estamos atravesando.
En circunstancias como las que estamos viviendo en las que el corazón se me encoge un poquito, me acuerdo de alguien cuya fe fue probada hasta el extremo, estoy refiriéndome a Abraham, el padre de la fe, citado con mucha vehemencia en la galería de los héroes de la fe recogida en Hebreos 11.
Cuando Dios llama a Abram en Ur de los caldeos, era un hombre relativamente joven para aquel entonces; se le presenta, le habla, le dice que deje toda su tierra y su parentela y le hace una preciosa promesa.
¿Cómo reaccionaríamos nosotros si nos ocurriera algo parecido? ¿Realmente creeríamos a un Dios absolutamente desconocido para nosotros, viviendo en una sociedad politeísta, sin tener descendencia con la preciosa Sarai, siendo rico y de buena posición?
Me encanta cuando el Señor lleva a aquel escogido y le muestra las estrellas del cielo y las arenas del mar… ¿Puedes contarlas?… ¡Pues así haré de ti tu descendencia! En esa preciosa promesa iban implícitas muchas cosas, pero aquel bendito hombre de fe, creyó a Dios y le fue contado por justicia, se lió la manta a la cabeza y se fue con todo lo que tenía, su esposa y su sobrino, hacia una ciudad que no conocía.
Fueron muchos los años de espera, muchas las pruebas difíciles, también unos cuantos errores como el de Egipto, y de allí Agar, eso trajo a Ismael… Pero Abraham siguió creyendo a Dios y cuando humanamente era totalmente imposible y Dios oyó reír a Sara a sus 90 años, al escuchar que iba a ser madre, Dios cumplió la promesa ¡al fin!
Quiero pasar por alto todo el tremendo tema de Agar e Ismael, algo brutalmente fuerte, y aquello de…. ¡el viviente que me ve! Para llegar al tremendo episodio de la gran prueba de Abraham, el pedido por parte de Dios del sacrificio del hijo de la promesa, para la mayoría de los comentaristas un adolescente de unos aproximadamente 17 años. Por mucho que me esfuerce, jamás podré ser capaz de comprender como se sintió Abraham, aquella noche en silencio entre mil preguntas calladas en el alma, el ni decir una sola palabra a su esposa Sara, la angustia tremenda de su corazón; pero su increíble fe.
Son tremendas las palabras que Abraham les dice a sus criados al pie del Moriah, “quedaos aquí, el muchacho y yo subiremos, adoraremos y volveremos”.
“Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos”. La analogía con Cristo es tremenda…
• Ambos fueron amados por su padre.
• Ambos se sometieron en obediencia.
• Ambos llevaron la leña (cruz) para su sacrificio.
• Ambos fueron sacrificados en un monte de Jerusalén.
• Ambos fueron librados de la muerte el tercer día.
Me impresiona la fe de Abraham, y me impresiona la obediencia de Isaac. Muchos comentaristas, como hemos dicho antes, dicen que era un adolescente pasando a joven; pero los comentaristas judíos creen que tenía algo más de 30 años.
Subiendo el monte, la pregunta de Isaac, era…. “Padre, he aquí la leña, he aquí el fuego, ¿donde está el cordero?” La respuesta era, “Dios proveerá”.
Por más que quiera ponerme en el lugar de Abraham, no puedo imaginarme su lucha interna o sus pensamientos; pero sí puedo ver su obediencia perfecta.
Un holocausto de aquella magnitud implicaba matar y luego quemar, quemar en adoración. Ni padre ni hijo se resistieron, pero el momento en el que el Ángel de Jehová grita… “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios”. Es entonces cuando sale el corderito de entre los matorrales, y esto me enseña que jamás saldrá para mi “el corderito de entre los matorrales”, hasta que haya cruzado el umbral de la puerta de la obediencia.
Y aquí es cuando vuelvo a la increíble frase de Lincoln…
“Muchas veces me he puesto de rodillas, con la abrumadora convicción de que no tenía a dónde ir. Mi propia sabiduría y la de todo aquello por encima de mí, parecían insuficientes ese día”.
No sé el tipo de prueba que estás atravesando, o que es lo que pide Dios de ti…. Sí sé lo que le pidió a Lincoln, lo que le pidió a Abraham, y lo que me pide a mí.
Cualquier prueba o fuego de esta magnitud, cuesta tremendo dolor y tremenda valentía por parte de cualquiera, en nosotros está el decir…. ¡No, lo siento, es demasiado para mí! O el simplemente responder… No entiendo ni comprendo Padre, esto me está costando mucho; pero ¡de acuerdo! Doblo mis rodillas y obedezco, sé perfectamente que en mi obediencia, saldrá el corderito del matorral, y también que no tengo otro lugar a donde ir. ¡Esta es mi respuesta! ¿Cuál es la tuya?
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