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Los zarpazos del mal

Si hay algo que Jesús ha dejado claro, en el N.T., es que Dios no es un sádico que se complace en hacer sufrir al ser humano.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 04 DE JULIO DE 2020 10:00 h
Foto de [link]Thomas Dumortier [/link] en Unsplash.

Si Dios está detrás de todo lo que ocurre, ¿es también el responsable de todas las guerras, de todas las catástrofes naturales, las injusticias cometidas a inocentes, el hambre, la muerte de los niños, las pandemias, los accidentes, el mal, etc.?



Hace 2300 años, un filósofo griego llamado Epicuro se paseaba por las calles de Atenas planteando a la gente un terrible dilema. Epicuro decía: Frente al mal que hay en el mundo existen dos respuestas: o Dios no puede evitarlo, o no quiere evitarlo. Si no puede, entonces no es omnipotente. Y si no quiere, entonces es un malvado. Cualquiera de las dos respuestas parecía hacer trizas la imagen de la divinidad. Este dilema ha llevado a mucha gente al ateísmo; pues resulta inadmisible que Dios, pudiendo evitar las calamidades que suceden a diario, no pueda o no quiera hacerlo. ¿Qué podemos decir los cristianos? 



En primer lugar, se debe evitar la tentación de atribuir el mal a Dios, como han hecho algunos predicadores protestantes. Por ejemplo, Pat Robertson, el famoso tele-evangelista estadounidense, declaró públicamente que la verdadera causa del terremoto de Haití del 2010 fue un castigo divino porque los isleños hicieron hace años un pacto con el diablo. Semejante afirmación, además de ser ofensiva para Dios y para los haitianos, elimina nuestra responsabilidad humana. En efecto, por nuestra culpa, muchos de los cataclismos naturales que padecemos afectan sobre todo a los más pobres porque, donde ellos viven, las casas están peor hechas, existen menos hospitales, hay menos médicos, menos bomberos, menos recursos, y menos prevención. Además, muchos terremotos, inundaciones y catástrofes tienen un origen en la irresponsable actitud del hombre, que viene destruyendo incesantemente la naturaleza. De ahí que culpar a Dios de tales sucesos resulte insensato. 



Además, si hay algo que Jesús ha dejado claro, en el N.T., es que Dios no es un sádico que se complace en hacer sufrir al ser humano. Ya en el primer sermón que pronunció en su vida, llamado el sermón de la montaña, enseñaba que Dios "hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos".  Es decir, Dios beneficia incluso a los pecadores. Y, para enseñar esto, adoptó una metodología muy eficaz: comenzó a curar a todos los enfermos que le traían, les explicaba que lo hacía en nombre de Dios porque Él no quiere la enfermedad ni el sufrimiento de nadie. Del mismo modo, cuando le pidieron ayuda porque su amigo Lázaro había fallecido, no dijo: "No, conviene dejarlo muerto porque ésa es la ley natural y la voluntad de Dios". Al contrario, lo resucitó para enseñar que Dios no se complace en la muerte, ni la quiere. 



En otra ocasión, cuando sus discípulos vieron a un ciego de nacimiento, y le preguntaron: "Maestro, ¿por qué este hombre nació ciego? ¿Por haber pecado él, o porque pecaron sus padres?" (Jn 9,1-3). Jesús les explicó que si Dios se dedicara a mandar enfermedades por los pecados, se habría extinguido ya raza humana. En otra oportunidad vinieron a contarle que se había derrumbado una torre en un barrio de Jerusalén y había aplastado a 18 personas. Y Jesús les aclaró que ese accidente no era querido por Dios, ni era castigo por los pecados de esas personas, sino que todos estamos expuestos a los accidentes y por eso debemos vivir preparados (Lc. 13:4-5).



Todo esto vuelve inaceptables las declaraciones de los que, cuando sufren algún contratiempo o accidente, responsabilizan a Dios. Pero aún cuando Dios no quiera el mal, el dilema de Epicuro sigue interpelándonos: ¿por qué no lo evita? ¿no puede o no quiere? En realidad el enigma del filósofo griego está mal planteado. No podemos decir que "Dios no puede impedir" el mal que hay en el mundo. Lo correcto es decir que "es imposible que en el mundo actual no haya mal". ¿Por qué? Porque el mundo actual es finito, limitado, precario, caído, sometido al mal y a la muerte. A todas estas limitaciones les llamamos “mal”. De modo que la finitud, la imperfección, la carencia, la privación, estarán siempre presentes como parte de la naturaleza, hasta que el Señor vuelva.



El mundo, tal como hoy es, tiene sus propias leyes que lo rigen de manera autónoma, y Dios no suele manipular estas leyes a su antojo para evitar permanentemente el mal, porque esto iría contra las decisiones que él mismo adoptó. Es verdad que, como hemos visto, Dios puede obrar el milagro y suspender las leyes naturales en algún momento concreto, pero esto tiene una finalidad pedagógica y no es permanente. Por lo tanto, no es que Dios "no quiera" o "no pueda" evitar el mal, sino que simplemente este planteamiento carece de sentido. 



La idea de un mundo natural como el nuestro sin mal es tan contradictoria como la de un círculo cuadrado. Lo cierto es que hoy vivimos en un mundo así: caído, sometido a las leyes naturales y al mal. La cuestión que debe preocuparnos es: ¿cómo debemos vivir en un universo como el nuestro? ¿qué podemos hacer? Dios quiere el bien, ama el bien y asiste a cuantos trabajan por el bien. De manera que nuestra tarea es colaborar con Dios, para que cada vez haya más bien a nuestro alrededor, no reprocharle la existencia del mal. ¿En qué podemos nosotros ayudar a Dios en su lucha contra el mal? ¿Contribuimos a disminuir el mal que existe a nuestro alrededor o, por el contrario, nos dedicamos a aumentarlo?



¿Cómo responder a las críticas del teólogo racionalista, Rudolf Bultmann, y de sus seguidores?



Muchos teólogos reconocen que este enfoque racionalista y liberal de Bultmann no puede explicar adecuadamente la fe que manifiestan los cristianos primitivos en los milagros de Jesús, tal como se relatan en los evangelios. Las cinco observaciones siguientes son prueba de ello:




  • Los relatos de los milagros son una parte integrante importante en la narración de los evangelios



Casi la mitad del relato de Marcos sobre el ministerio público de Jesús (200 versículos de los 425 que hay en Mc. 1-10) está constituida por milagros. Si se estima que los milagros son añadiduras o embellecimiento posterior de la predicación evangélica original, como opinan algunos, ¿qué hechos contenía entonces la predicación original? La teoría de que los milagros son añadiduras tardías no se aviene con ninguno de los datos de las fuentes evangélicas ya que las fuentes más antiguas hablan también de milagros.




  • Presuponer la imposibilidad de los milagros es olvidar el carácter especialísimo de la intervención divina en la historia de Jesús



Es muy arriesgado y temerario poner límites a lo que fue posible en este momento único de la historia, partiendo de nuestra experiencia ordinaria actual.




  • La distinción entre milagros de curaciones y milagros en la naturaleza es oportuna, pero no tiene ninguna justificación real en la concepción bíblica



En una concepción del universo, como la que tenía el hombre de la Biblia, donde no sólo la enfermedad y la muerte, sino también las catástrofes naturales eran signos del poder de Satanás, la entrada en escena del reino de Dios que Jesús predicaba, exigía una demostración de poder que se realizó mediante los milagros.




  • Si los milagros del evangelio hubieran sido creados para realzar la figura de Jesús como obrador de prodigios, el elemento maravilloso habría sido destacado mucho más de lo que realmente está



Jesús aparece continuamente negándose a hacer milagros. Nunca pretende alardear de su poder sobrenatural (Mt. 4:5-7; Lc. 23:6-12; Mc. 8:11-13; Mt. 12:38-42; Mc. 15:31-32). El evangelista Marcos muestra a Jesús intentando evitar la atención que despiertan sus milagros (Mc. 7:33; 8:23; 9:25). El Señor previene a la gente del peligro de los milagros que pueden seducir demasiado incluso a los santos (Mc. 13:22-23) e insiste en que los prodigios más grandes no pueden reducir ni substituir a la fe genuina (Lc. 16:31).




  • La fe en Jesús que tenían sus seguidores, y a la que se alude en los relatos de milagros, no posee la riqueza de la fe que experimentan después de la resurrección



La resurrección de Jesús fue el milagro definitivo y necesario que dio sentido a toda su predicación y ministerio. Si eliminamos el milagro de la resurrección, Jesús queda reducido a una taumaturgo (un mago; un hacedor de maravillas como tantos otros) pero ya no es el Hijo de Dios que vence a la muerte. Toda su predicación quedaría sesgada y lo convertiría en un simple maestro de moral, pero nada más. Sin embargo, la fe en el milagro principal de la resurrección es una fe dirigida al poder de Dios que opera en Jesús, mientras que los demás milagros fueron el arma principal en su lucha contra Satanás (Mc. 3:22-27). La expulsión de demonios, la curación de las enfermedades, la revivificación de personas que habían fallecido, el poder sobre la naturaleza y las catástrofes naturales, etc., muestran la omnipotencia divina sobre el mal y lo demoníaco.



¿Cuál es la finalidad principal de los milagros del Maestro? 



No es, ante todo, despertar la fe. No pretenden que las personas crean por la fuerza del prodigio. El objetivo de los milagros de Jesús y de sus apóstoles es, principalmente, mostrar el amor y la misericordia de Dios hacia el ser humano. Son signos que mueven a ver la acción ininterrumpida del Padre (su providencia) por el bien de sus hijos. Los milagros anticipan ya desde ahora la situación del futuro escatológico: entonces no habrá enfermedad, ni sufrimiento, ni muerte, sino sólo vida.



Por tanto, los relatos de los milagros que encontramos en los evangelios son fieles a lo que describen y no son una narración mitológica, fruto de la comunidad primitiva. Los milagros siguen siendo acontecimientos extraordinarios, -que no nos podemos explicar desde nuestro mundo natural- mediante los cuales Dios da un signo de su revelación.



Uno de los principales problemas del ser humano actual es que ha perdido su capacidad de admiración ante la naturaleza. Hoy sufrimos una pérdida del sentido del asombro ante lo milagroso. La creación del universo, la aparición de la vida, el surgimiento de la conciencia humana, el hecho de que cada día se ponga y aparezca el sol, que se abran las flores en primavera, que un pequeño óvulo al ser fecundado por un minúsculo espermatozoide se convierta en una persona, etc., etc., ¿acaso no constituyen auténticos milagros, a pesar de ser fenómenos naturales que consideramos habituales? Entender cómo ocurren biológicamente no explica cómo surgieron por primera vez. Sin embargo, nada parece sorprender o maravillar al hombre contemporáneo. Todo se explica apelando al inmenso poder que supuestamente tiene la naturaleza.



Como dice Pablo: “profesando ser sabios, se hicieron necios” ¿por qué? Porque no supieron ver a Dios en sus obras: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Ro. 1:21). Tal como reza la famosa frase de Albert Einstein: “Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro”. Y nosotros, ¿vemos a Dios cada día? ¿le reconocemos en su creación? ¿nos comunicamos con Él? ¿colaboramos en su lucha contra el mal? ¡Ojalá nuestra vida sea un auténtico milagro que manifieste el poder de Dios y le glorifique constantemente!


 

 


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