La historia humana no se explica bien sin la realidad de las fuerzas malignas y su comandante en jefe.
Después de escribir sobre los ángeles -el ejército de Dios- es lógico que también hablemos de su archienemigo: el primer ser que se opuso a los planes y el orden de Dios. Su nombre más conocido es Satanás, que en hebreo significa “adversario” o “acusador”. La palabra “diablo” describe otra faceta de su actividad: viene del griego “diábolos” y quiere decir: “el que causa confusión”. Y hay muchos más nombres.
La historia humana no se explica bien sin la realidad de las fuerzas malignas y su comandante en jefe. Ha dejado sus huellas en muchos acontecimientos. No se puede entender la historia de la humanidad sin la existencia de un ser poderoso que solo tiene una meta: destruir y negar todo lo que viene de Dios.
No cabe duda que se ha tratado este tema en el mundo cristiano desde dos ángulos opuestos. Ambos van hacia posturas extremas: por una lado existe un sensacionalismo enfermizo que ve demonios detrás de cada resfriado y arbusto y por otro lado una actitud de racionalismo bautizado que no da más importancia al tema.
El hecho es: Satanás existe y aún goza de buena salud. Su existencia se da por sentado en la Biblia. 7 de los 39 libros del Antiguo Testamento hablan de él. Y si vamos al Nuevo Testamento nos llama la atención que todos los autores lo mencionan. Pero quien más habla de él es Jesucristo mismo. Uno de los pasajes que más detalladamente habla de Satanás y nos desvela su carácter, sus estrategias y su conocimiento es Mateo 4: la tentación en el desierto.
Sin embargo, mucha gente hoy en día no cree en la existencia de Satanás. Su índice es particularmente alto precisamente entre los teólogos. Muchos de ellos han “desmitologizado” a Satanás: no es más que una forma de hablar de lo que está mal. Y queda por definir lo que está mal. Pero desde luego rechazan tajantemente la posibilidad de la existencia de Satanás como persona.
El teólogo protestante alemán Rudolf Bultmann escribió una frase famosa:
"No se puede usar la luz eléctrica y el aparato de radio, o echar mano de modernos medios clínicos y médicos cuando estamos enfermos, y al mismo tiempo creer en el mundo de espíritus y milagros del Nuevo Testamento”.1
El proceso de secularización que también está profundamente influenciando en la teología, nos ha remitido a lo visible y relegado a lo invisible al país de las maravillas de Alicia. El universo teológico se ha cerrado. Pero no ocurrió de la noche a la mañana.
Desde los tiempos de la Ilustración, tanto ángeles como demonios han sido degradados a ser simplemente personajes de cuentos de hadas. La teología del siglo XIX ayudó a hacer desaparecer al diablo. Luego le tocó el turno a Dios.2 El teólogo protestante Schleiermacher (1768-1834) escribió una teología sistemática que prescinde completamente tanto de ángeles como de Satanás y los demonios.3 Y no iba a ser el último en hacerlo.
Estratégicamente hablando: el “no existir” ha sido uno de los mayores logros del diablo. Porque es más fácil actuar cuando los expertos dicen que no existes.
No es el momento de investigar y exponer más a fondo las consecuencias devastadoras para la fe cristiana de este enfoque racionalista. Pero de una forma más o menos patente se puede apreciar perfectamente el silencio elocuente del tema en las teologías racionalistas que caracterizan hoy en día al mundo protestante.
Es bastante popular la idea de que Jesucristo mismo, siendo el Hijo de Dios, se adaptara a las ideas mitológicas de su tiempo, diablo y demonios incluidos. Según un buen número de eruditos protestantes formaba supuestamente parte de la encarnación de Jesucristo profesar ideas que no eran verídicas, con tal de no llamar la atención. Personalmente opino que este tipo de teologías demuestran simplemente una falta de seriedad y rigor. Si uno profesa la fe cristiana no puede elegir a su antojo lo que acepta y lo que no acepta. Si esto es criticable en una persona normal y corriente sin mayor formación, en el caso de un teólogo llega simplemente a ser patético. No hay cristianismo sin la firme convicción de la existencia de un mundo invisible con todo lo que eso conlleva.
[destacate]Uno de los mayores logros del diablo, estratégicamente hablando, es que se niegue su existencia.[/destacate]Negando la existencia de Satanás como persona o atribuyendo su actividad simplemente a un principio maligno tiene graves consecuencias por ejemplo para la cristología. Si Jesucristo no sufrió la tentación desde fuera, entonces la tentación vino desde su interior. Lo cual significa que Jesucristo no era sin pecado.
Para Jesucristo el diablo era una realidad y esto define su obra: Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.4
Aunque es cierto que la mayoría de las enfermedades no tenían trasfondo demoniaco en la Biblia, los endemoniados en el Nuevo Testamento no eran simplemente personas enfermas. Basta el testimonio de un observador muy cuidadoso en cuestiones médicas e historia como Lucas para entender eso.
No, nuestro mundo no es un mundo cerrado definido por los parámetros racionalistas. Toda la Biblia deja muy claro que los espíritus malignos existen y que su jefe tiene nombre y apellido. En muchos libros bíblicos vemos como juega un papel importante en el trasfondo de acontecimientos históricos.
La venida de Cristo a este mundo solo tiene significado si la batalla contra Satanás es una realidad. Si Satanás no existe y la historia de Génesis 3 es solo mitología, entonces no hay necesidad de redención.
A Satanás se le describe en la Biblia como el ángel rebelde y caído. En el Nuevo Testamento tenemos dos referencias de este acontecimiento.5 Cuando ocurrió esta rebelión, Lucero6 se llevó un gran número de ángeles. No cabe duda de que el diablo es sumamente inteligente y bien informado. Su intención principal desde el inicio ha sido impedir la llegada de la simiente prometida, el Mesías. Y una vez llegado el Mesías, hace todo lo posible para impedir el conocimiento de la victoria de Cristo en la cruz.
No es una exageración decir que todos los acontecimientos de la historia en última consecuencia, tienen que ver con esta lucha por la extensión del evangelio. Hacemos bien en cultivar una cosmovisión más amplia que la secularista que prevalece hoy en día y que solo busca explicaciones que se apoyan en lo visible.
El pueblo de Dios era bien consciente de esta amenaza desde el inicio. Los israelitas estaban rodeados de naciones que practicaban religiones paganas que desafiaban abiertamente a Dios. Deuteronomio 32:17 es uno de los primeros versículos que llaman directamente “demonios” a las fuerzas detrás de la adoración de esos ídolos. Y en este sentido, la Ley de Moisés prohíbe tajantemente prácticas relacionadas con el culto pagano.
La meta de Satanás está clara: apartar este mundo de Dios y ponerlo bajo su control.
Ante esta realidad no deja de sorprender cuán poca atención se da en la teología actual a la demonología. Muchas preguntas quedan sin respuestas por la simple razón de que los teólogos han abandonado el tema casi por completo para entregarlo a charlatanes y embaucadores “evangélicos” que hacen su agosto con sus particulares versiones de la demonología y que distan años de luz de la cosmovisión bíblica.
La Biblia nos presenta a Satanás como a un ser muy poderoso y temible, pero a la vez bajo los límites estrictos que Dios le impone. Satanás no puede moverse a sus anchas y no puede conquistar nada sin el permiso de Dios. Solo a Cristo le fue dado todo el poder en los cielos y en la tierra.
Los planes de Dios prevalecerán a pesar de la oposición satánica. Uno de los pocos teólogos recientes que dedica algo que valga la pena a ese tema es G.C. Berkouwer. Y el advierte en sus escritos dogmáticos:
Cualquier demonología que subestima la ‘subordinación’ de los demonios a Dios solo puede fracasar en entendimiento del mensaje bíblico. 7
En este mundo invisible que nos rodea no hay solo lugar para los ángeles de Dios. Aún lo comparten con seres malvados: los demonios y su cabeza, llamado Satanás.
De eso quiero seguir escribiendo en las próximas semanas.
Notas
1 Rudolf Bultmann: Neues Testament und Mythologie, en Kerygma und Mythos (ed. H.W. Bartsch), Hamburg 1948, p. 18;
6 Parece que Lucero (no Lucifer, nombre que no aparece en la Biblia) es el nombre original que recibió. Por lo menos esto parece indicar Isaías 14:12.
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