Pronto se fue desencantando de cómo se estaba efectuando el movimiento de Reforma bajo la figura de Calvino.
El protestantismo de Casiodoro de Reina tuvo puntos de contacto con las principales fuerzas doctrinales protestantes de su época, pero no se identificó totalmente con alguna de ellas. En este sentido, como apunté al final de la entrega anterior, el protestantismo de Reina era sui generis en un contexto de aguda confesionalización en el campo protestante.
Doris Moreno en su obra Casiodoro de Reina: libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI (Sevilla, Fundación Pública Andaluza Centro de Estudios Andaluces, 2017), revalora al personaje más allá del perfil por el cual es conocido: el de ser el primer traductor de la Biblia de los idiomas originales al castellano, cuyo fruto fue la llamada Biblia del Oso publicada en 1569. En sí mismo el arduo trabajo de traducción realizado por Casiodoro, que se valió de lo antes realizado por Francisco de Enzinas y Juan Pérez de Pineda, ha sido fuente por siglos para el protestantismo iberoamericano y ello representa un aporte central para sucesivas generaciones que han abrevado en la Biblia del Oso los preceptos bíblicos. Es imprescindible tener esto presente, al mismo tiempo que no reducir la figura y obra de Casiodoro a la de traductor de las Escrituras.
Reina llegó a Ginebra a finales de 1557. La figura preponderante era Juan Calvino, y la organización eclesiástica de la ciudad reflejaba los postulados teológicos del reformador francés. Casiodoro huyó de Sevilla para evadir a las fuerzas inquisitoriales y las mismas lo llevarán a juicio. Como apunta Doris Moreno, antes de su exilio “había leído a radicales disidentes como [Bernardino] Ochino o [Juan de] Valdés”. Tanto su experiencia de primera mano con la persecución y el conocimiento de propuestas en el terreno del protestantismo distintas a las dominantes (luterana y calviniana), se conjugaron para irse desencantando de cómo se estaba efectuando el movimiento de Reforma en Ginebra.
En la ciudad que Calvino tutelaba teológicamente, Reina conoció los pormenores del caso Miguel Servet. Además se integró a la iglesia de italianos en Ginebra, en la cual había “crítica con la política y doctrina de Calvino”. En cuanto a lo acontecido a Servet, Doris Moreno describe que Reina “se sentía profundamente emocionado cuando paseaba por la colina de Champel y recordaba que el 27 de octubre de 1553, en aquel mismo lugar había muerto quemado vivo, encadenado a sus libros, en una hoguera encendida con leña verde su compatriota Miguel Servet. Aquella muerte golpeaba sus entrañas”. Casiodoro escribió: aquel “gran hombre” fue condenado “por falta de caridad”, hubiera podido hacer “un gran provecho a nuestra nación”. Consideraba “que el señor Calvino habría hecho quemar a Servet en Ginebra injustamente y por envidia”.
El mayor crítico del actuar de Calvino en el caso Servet fue Sebastián Castellio, él escribió pocos meses después de la ejecución que tanto conmovió a Casiodoro de Reina un opúsculo, publicado anónimamente, bajo el título Historia de la muerte de Servet. Después se sabría el nombre del autor, lo que le acarrearía la rotunda enemistad de Calvino y sus seguidores. Castellio consideró cómplice del “escándalo de escándalos” a Juan Calvino. Para refutar el señalamiento, Calvino redactó Defensa de la fe ortodoxa, que salió de la imprenta en febrero de 1554, donde el reformador de Ginebra “justificó el asesinato de herejes como Servet” (Perez Zagorin, How the Idea of Religious Toleration Came to the West, Princeton University Press, New Jersey, 2004, p. 97).
Un nuevo escrito de Castellio acerca del caso Miguel Servet apareció en marzo de 1554, Sobre si los herejes deben ser perseguidos, firmado con el seudónimo de Martín Bellius. Hizo una defensa de la libertad para disentir doctrinalmente de un determinado cuerpo de creencias tenido por el verdadero, el cual no debería ser sostenido mediante la violencia y el poder político. Para Castellio las diferencias de opinión entre cristianos nunca deberían llevar a que algunos, con el respaldo del gobierno, impusieran sus convicciones a otros, y menos que recurrieran a la pena de muerte para extirpar a los que pensaban distinto en materia teológica.
Conociendo la postura de Calvino sobre que en Ginebra debería haber una sola confesión religiosa aprobada por las autoridades y excluir a las demás, Reina, nos informa Doris Moreno, “defendió que los anabaptistas debían ser considerados como hermanos y tradujo al castellano y publicó entre los refugiados españoles en [Ginebra] Sobre si los herejes deben ser perseguidos de Castellio”. Este atrevimiento de Casiodoro mostró un compromiso que mantuvo en años posteriores: defender el derecho a disentir doctrinal y teológicamente de las distintas ortodoxias sin tener que ser perseguido por ello y menos castigado corporalmente o con pena de muerte.
A la controversia entre Castellio y Calvino se sumó Teodoro de Beza, y lo hizo en apoyo al reformador de Ginebra, “denunciando las impiedades vomitadas” por Castellio. Éste volvió a la carga con el escrito titulado Contra el libelo de Calvino, una de cuyas copias manuscritas llegó a Ginebra en junio de 1554. Al parecer no hubo impresor que se atreviera a desafiar la censura, por lo que solamente se conoció en formato manuscrito y circuló de mano en mano. Castellio explicó en el prefacio que no pretendía “defender las doctrinas de Servet, sino mostrar la falsedad de Calvino”.
Sebastián afirmaba que era más peligroso para sus críticos ofender a Calvino en Ginebra que en su palacio al rey de Francia, y agregó: “Si un cristiano llega a Ginebra, será crucificado. Porque Ginebra no es un lugar de libertad cristiana. Está gobernada por un nuevo Papa, uno que quema personas vivas, mientras el Papa de Roma por lo menos primero las estrangula” (Perez Zagorin, op. cit., p. 116). Castellio fue tajante contra Calvino, de quien dijo “quiere matar a todos los herejes y quiere que todos los que disienten de él sean considerados herejes. De ahí que todos los papistas, luteranos, seguidores de Zwinglio, anabaptistas y cualesquiera otros, si los hay, deban ser, de acuerdo con el parecer de Calvino, condenados a muerte y que sobrevivan en la tierra únicamente los calvinistas junto a los turcos y los judíos, con quienes hace una excepción”.
Tras su experiencia en Sevilla, cuando debió adelantarse a los agentes de la Inquisición que vigilaban a los monjes de San Isidoro del Campo y junto con once de sus compañeros huyó (cada uno se fue por su lado, acordando encontrarse en Ginebra) para evadir un seguro encarcelamiento, de la misma manera Reina aquilató que debía salir de la ciudad en la que pensó hallaría la libertad que le fue negada en Sevilla. Abandonó Ginebra menos de un año después de haber arribado. Se marchó hacia Londres, a donde llegó tras una breve estancia en Frankfurt, donde posiblemente se encontró con otro monje escapado de San Isidoro, su querido amigo Antonio del Corro.
Reina no nada más tradujo Sobre si los herejes deben ser perseguidos de Sebastián Castellio, sino que, como señala Doris Moreno, mantuvo correspondencia con él durante los meses que permaneció en Ginebra y el tiempo de su primera estancia en Londres (fines de 1558 a otoño de 1563). Castellio murió en 1563, en Basilea, donde tras varios años de penurias y ganarse la vida en distintos trabajos obtuvo un puesto como profesor universitario. En Basilea era integrante de un grupo de estudiosos con distintos trasfondos y tendencias, de tal grupo formaba parte el anabautista David Joris.
Por la correspondencia que intercambió con Castellio y por haber leído sus libros, Casiodoro de Reina debió estar enterado que las continuas presiones de Calvino y Teodoro de Beza (mano derecha y sucesor de Calvino en Ginebra) para que fuese expulsado de Basilea el autor de Historia de la muerte de Servet y el muy crítico Sobre si los herejes deben ser perseguidos. Anota Doris Moreno que “un cansado Castellio” instó en sus últimos tiempos a Beza para que cesara maniobras persecutorias en su contra, fue así que le escribió: “Te pido por la sangre de Cristo, déjame en paz y deja de perseguirme. Garantízame la libertad de mi fe y la libertad para confesarla, de la misma forma que yo te garantizo tu libertad. No condenes siempre a los que discrepan de ti como apóstatas o blasfemos. En los aspectos principales de la religión no estoy en desacuerdo contigo. Quiero servir apasionadamente a la misma religión que tú sirves. Estoy en desacuerdo contigo solo en unos pocos temas de interpretación y muchas personas pías comparten este desacuerdo conmigo. Todos nosotros estamos errando […] Déjanos de una vez tratarnos amablemente los unos a los otros. Todos conocemos en qué consiste la caridad cristiana. Déjanos cumplir este trabajo y hacerlo para reducir a nuestro común enemigo al silencio”.
En el otoño de 1567 Casiodoro de Reina llegó a Basilea, donde dos años más tarde sería publicada su traducción de la Biblia al castellano. La traducción la realizó en circunstancias muy adversas, cuidándose de los enviados españoles que buscaban secuestrarlo para llevarlo a España, defendiéndose de acusaciones que en distintas ciudades europeas en las que se instaló levantaron en su contra líderes calvinistas (de lo que ofrece pormenores Doris Moreno), buscando fondos para imprimir la Biblia traducida por él, limitaciones económicas padecidas junto con su esposa e hijos, y abogando por la libertad de pensamiento y la expresión de las ideas.
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