“Los protestantes de Sevilla y Valladolid, cultivados en el sustrato humanista, erasmista y alumbrado, tomaron un camino claramente identificado con los ideales del protestantismo”.
En el monasterio de San Isidoro del Campo se acrisolaron herencias y aportes para forjar una comunidad identificada con el protestantismo. De tal comunidad fue integrante destacado Casiodoro de Reina, de quien hoy seguimos sus pasos guiados por Doris Moreno, autora de Casiodoro de Reina: libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI (Sevilla, Fundación Pública Andaluza Centro de Estudios Andaluces, 2017).
Los monjes jerónimos de San Isidoro del Campo eran parte de una orden que a semejanza de quien tomó nombre el movimiento, Jerónimo, traductor de la Biblia al latín hacia fines del siglo IV, practicaban la meditación basados en la Escritura. Observa Doris Moreno que para “los jerónimos […] la lectura y estudio de las Escrituras eran la base de su religiosidad. La exégesis de los textos bíblicos debía hacerse siguiendo a Gregorio magno, con el método de la ruminatio, el rumiar la Palabra conforme a los sentidos interiores: se trataba de volver sobre el texto una y otra vez, meditar en las palabras, reencontrar el mensaje central”.
Los jerónimos de Sevilla, Casiodoro entre ellos, sumaron a su consuetudinario estudio de la Biblia influencias teológicas como las de Erasmo, lecturas de autores protestantes que les llegaron clandestinamente, noticias de exiliados españoles cuyo protestantismo se había consolidado al asentarse en territorios que rompieron con el catolicismo romano (por ejemplo Juan Pérez de Pineda) y descubrimientos propios resultado del estudio y diálogo comunitario. El resultado fue, cita Doris Moreno la conclusión de Antonio Domínguez Ortiz, “la única comunidad española [la de los monjes jerónimos] que ingresó en masa en un movimiento que solo con reservas podemos llamar protestante”. Paginas más delante de lo citado, Doris Moreno disipa las reservas. Lo sucedido en San Isidoro fue determinante para que Felipe II decidiera ordenar la extinción de la rama y se fusionara con el cuerpo general.
El cristianismo de perfil protestante sevillano fue echando raíces en San Isidoro del Campo y además en el Colegio de Doctrina Cristiana así como en células que se reunían en casas donde la participación de mujeres fue notable, La dimensión alcanzada por el singular protestantismo en Sevilla puede ser aquilatada por la persecución que desató en su contra la Inquisición. Entre 1559 y 1562, anota Doris Moreno, fueron llevadas a proceso inquisitorial unas 800 personas.
Mientras tenían lugar los primeros juicios de la Inquisición para atajar los brotes protestantes en España, particularmente en Sevilla, Juan Pérez de Pineda escribió Epístola para consolar a los fieles de Jesucristo que padecen persecución por la confesión de su nombre, más conocida como Epístola consolatoria. Fue publicada en Ginebra, en 1560. Pérez de Pineda publicó en 1556 su traducción del Nuevo Testamento al castellano. En la Epístola consolatoria escribió que a causa de su nueva fe juzgada contraria al ser español, “los que nos persiguen nos desconocen y nos tienen por extranjeros y peregrinos”. Otra obra, de 1567 y publicada en Heidelberg, Artes de la Santa Inquisición española descubiertas y hechas públicas que apareció firmada por Reginaldus Gonsalvius Montanus, nombre ficticio tras el cual se resguardó su autor o autores, describe la implacable persecución desatada contra los estigmatizados como herejes.
Después de haber consignado las vías que confluyeron para el surgimiento de los núcleos disidentes y el procesamiento contra sus integrantes por parte de la Inquisición, Doris Moreno pregunta: ¿eran protestantes los centenares enjuiciados, a quienes genéricamente les llamaron luteranos? Hace un inventario de autores que han dado distintas respuestas al cuestionamiento. En el recuento están quienes han considerado un desatino tener por protestantes a quienes en realidad eran erasmistas, que tal vez fueron un poco más allá de lo propuesto por el teólogo de Rotterdam pero que no tuvieron identificación plena con el protestantismo. Desde esta perspectiva es necesario entender la acusación inquisitorial de ser protestantes como consecuencia de una época en la cual desafiar la ortodoxia en alguno de sus puntos conllevaba, necesariamente, simpatizar con la contraparte confesional. Es decir, los inquisidores tuvieron por protestantes a quienes no lo eran y fue la cerrazón lo que les llevo a ver luteranos donde no los había. ¿Entonces, todo fue una confusión?
En la línea anterior está Marcel Bataillon cuya valiosa obra Erasmo y España (la primera edición es de 1937) contribuyó poderosamente a la comprensión de los impulsos renovadores de la religiosidad española por parte de personajes y movimientos que recibieron con entusiasmo las críticas de Erasmo al anquilosamiento de la institución eclesiástica. Las propuestas de Erasmo florecen porque hubo un terreno previamente fertilizado por inquietudes y proyectos endógenos.
Doris Moreno menciona con justeza que “en el cuadro trazado por el historiador francés, sin embargo, los protestantes aparecen entrecomillados”. Para Bataillon, “se trata sobre todo de un evangelismo que proclama la salvación por la fe sola y cuyos partidarios pertenecen a la aristocracia y a las órdenes monásticas. Hablar, como se hace a menudo de ‘comunidades protestantes’ es falsear la imagen de ese movimiento […] Tales como aparecen en los documentos inquisitoriales, hacen pensar más bien en los ‘conventículos’ de alumbrados que en 1525 habían alarmado a la Inquisición de Toledo”.
Es precisamente el estudio cuidadoso de los documentos mencionados por Bataillon lo que da una respuesta distinta de la considerada por el autor de Erasmo y España. Doris Moreno ha investigado la documentación al igual que lo hizo detenidamente José Ignacio Tellechea Idígoras, para él, sintetiza Doris, “los protestantes de Sevilla y Valladolid, cultivados en el sustrato humanista, erasmista y alumbrado, tomaron un camino claramente identificado con los ideales del protestantismo”. La cuestión se dilucida hacia un lado u otro tras escudriñar la documentación con las siguientes preguntas como guías en la pesquisa: “¿podíamos fiarnos de los inquisidores cuando aplicaban la etiqueta de ‘protestantes’ o ‘luteranos’? ¿Sabían los inquisidores lo que era el protestantismo, conocían sus fundamentos doctrinales?”
Doris Moreno destaca la respuesta de Tellechea a las interrogantes planteadas, un enfático sí, basado en “el estudio de un memorial que utilizaban los inquisidores en el que se relacionaban hasta 151 puntos doctrinales extraídos de los diferentes procesos abiertos en aquellos años en Valladolid y Sevilla, el historiador navarro concluía que los inquisidores habían elaborado un documento en que se veía reflejado el núcleo fundamental de la Reforma, sus derivaciones teológicas y las prácticas individuales y comunitarias de los grupos perseguidos”.
Un informe inquisitorial de principios de noviembre de 1557 daba cuenta que Casiodoro ya no estaba en el monasterio de los jerónimos. Huyó con al menos otros once monjes, cada quien se fue por su lado y acordaron encontrarse en Ginebra. Cuando Reina salió de Sevilla era claramente protestante, un protestante sui generis como espero exponer la próxima semana siguiendo la investigación de Doris Moreno, al igual que ya lo eran otros de sus compañeros en el monasterio como Antonio del Corro y Cipriano de Valera.
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