El contexto socio histórico es condicionante, pero no determina rígidamente las ideas y accionar de las personas.
Es encomiable el reconocimiento que hicieron los herederos confesionales de Martín Lutero acerca de los errores y excesos del gran teólogo y reformador germano.
En las entregas anteriores de esta serie hicimos un resúmen del documento La sanación de las memorias: reconciliación por medio de Cristo (disponible en PDF). Vimos cómo en el siglo XVI, comenzando por Lutero, y después otros destacados teólogos luteranos, estigmatizaron a los anabautistas y les consideraron peligrosos para el nuevo orden que se estaba construyendo entre el Estado y las iglesias protestantes. Lutero y los suyos estuvieron de acuerdo en que los anabautistas debían ser ejecutados, y justificaron bíblica y teológicamente su toma de postura. Por otra parte, es justo subrayar que en los espacios luteranos hubo voces que arguyeron a favor de la tolerancia a los anabautistas pacificadores y consideraron que en el Nuevo Pacto de Cristo no debería tener cabida la persecución ni la pena de muerte por asuntos de fe.
Al riguroso recorrido histórico realizado por quienes conformaron la Comisión Internacional de Estudio Luterano-Menonita, la que finalmente produjo el documento que hemos citado, le siguió por parte de los luteranos un reconocimiento amplio y claro de la persecución que sus antepasados hicieron de los anabautistas/menonitas.
En un párrafo sorprendente por su honestidad histórica y moral, sin medias tintas la parte luterana reconoce que cuando estudia “la historia de las relaciones luterano-anabautistas en el siglo XVI y más allá del siglo XVI, les embarga un profundo sentimiento de arrepentimiento y dolor por la persecución de los anabautistas por parte de las autoridades luteranas y, especialmente por el hecho de que los reformadores luteranos apoyaron teológicamente esta persecución. No se puede cambiar lo que pasó en el pasado. No obstante, la presencia del pasado -nuestra manera de recordar- sí puede cambiar. Muchos menonitas conservan un vívido recuerdo de lo que les ocurrió a sus antepasados en la fe. Escuchando sus historias podemos tener presente cómo la memoria de sus mártires ha forjado su identidad. Muchas veces, los luteranos no han reconocido su complicidad en esta historia, o se han olvidado o incluso han suprimido este recuerdo. Los luteranos oran a Dios para que les conceda la sanación de los recuerdos en las relaciones luterano-menonitas, y están comprometidos a contribuir a ello procurando recordar correctamente” (p. 99).
La confesión anterior debe ser bien valorada, especialmente cuando herederos confesionales de algún gran personaje siguen justificando el actuar de su “santo patrono” al argumentar que todo se debió a que el espíritu de la época no concebía la libertad de creencias y de expresión en la simbiósis Estado-Iglesia oficial. Quienes así argumentan olvidan, convenientemente, que otros viviendo en la misma época (los perseguidos) desarrollaron puntos de vista alternativos en su lectura del mismo libro, la Biblia, en el que los perseguidores basaron el permiso para perseguir y ejecutar. El contexto socio histórico es condicionante, pero no determina rígidamente las ideas y accionar de las personas. Dentro de ese condicionante siempre hay espacios para construir imaginarios de libertad.
Con claridad en el documento leemos que el ejercicio histórico realizado por la Comisión tenía como uno de sus objetivos “tener muy en cuenta sus motivos [de los reformadores luteranos], razones y presunciones a fin de comprenderlos cabalmente. Sin embargo, comprenderlos no implica justificarlos. El ejemplo de Johannes Brenz demuestra que un reformador luterano del siglo XVI podía defender una postura que rechazaba la persecución despiadada y la pena de muerte para los anabautistas. Esto demuestra que la interpretación luterana tanto del bautismo como de la relación entre cristianos y el Estado, en sí no da lugar a la persecución de los anabautistas. Por otro lado, el hecho de que Lutero y Melanchthon conocían la postura de Brenz acrecienta su responsabilidad en cuanto a sus respectivas declaraciones” (p. 99).
Los perseguidos y anatematizdos del siglo XVI son reivindicados hoy, al expresar que fue un gran error recurrir a la fuerza de las autoridades seculares para imponer una fe en determinada jurisdicción político/territorial: “los luteranos lamentan realmente que Lutero y Melanchthon no siguieran adhiriéndo[se] a la interpretación de los límites del gobierno temporal que Lutero había explicado con tanta claridad en 1523. Si bien nunca podremos reconciliar todas las interpretaciones de la fe cristiana en conflicto en esta vida terrenal, es evidente que la solución de este problema mediante el pedido o la aceptación de la intervención de las autoridades del Estado en los asuntos de la fe, debe ser rechazada para siempre” (énfasis mío). […] Igualar el bautismo anabautista con la blasfemia e instar a las autoridades seculares a que castigaran a los blasfemos [como hicieron Lutero y Melanchton] favorecían el sostén teológico de la persecución anabautista” (p. 103).
Investigaciones que han intentado dilucidar el número de mártires anabautistas/menonitas en el siglo XVI, muestran que tan solo en los años 1525-1550, en Europa, entre “2000-3000 fueron ejecutados, miles más torturados, encarcelados u obligados a huir de sus hogares” y confiscadas sus propiedades (p. 111). La mayoría de las ejecuciones de anabautistas y las persecuciones más crueles tuvieron lugar en territorios católicos.
Del inicial reexamen histórico y el posterior dilucidamiento de posturas erróneas por parte de Lutero y Melanchton, el documento contine una sección de lamentos. Pero no se quedó aquí, porque “no parece totalmente adecuado lamentar únicamente lo que tuvieron que sufrir los anabautistas. La manera cristiana de abordar la culpa es pedir perdón […] los luteranos actuales también tienen la responsabilidad de afrontar el “lado oscuro” del pensamiento y las acciones de los reformadores, dado que especialmente los descendientes de las víctimas no se han olvidado de todo ello. Cuando los menonitas leen y reflexionan sobre El espejo de los mártires [volumen compilado por el menonita holandés Thieleman J. van Bragth en 1660] o libros similares, se identifican con sus antepasados y hacen suyo su sufrimiento. […] Los luteranos dirigen su pedido de perdón a Cristo en cuyas manos, así lo creen, están los mártires anabautistas y los reformadores, príncipes y magistrados luteranos, y desde esta perspectiva también piden perdón a sus hermanas y hermanos menonitas” (pp. 108-109).
Walter Benjamin escribió que “la memoria abre expedientes que el derecho y la historia dan por cancelados”. Al reabrir el expediente histórico de los perseguidores/perseguidos en el siglo XVI, el conmovedor documento del que nos hemos ocupado consigna, casi al final un párrafo aleccionador: “Recordar a los mártires es una manera de que puedan expresarse aquellos a quienes les arrancaron la lengua antes de morir, o fueron obligados a permanecer callados por temor a un grillete de hierro en la lengua. Recordar a los que murieron por el principio de la no resistencia es dar testimonio de la convicción cristiana de que al final la resurrección triunfará sobre la cruz”.
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