Aunque el término misional es de reciente acuñación, la realidad de comunidades cristianas que han comprendido la misión cristiana como necesaria encarnación tiene amplios antecedentes históricos.
La misión cristiana para ser fiel a su ADN tiene que ser encarnada. La misión tiene que ser cumplida a la manera de Jesús, es decir, de manera contextual, con sensibilidad a las necesidades y circunstancias de las personas con las que se comparte el mensaje transformador del Evangelio.
Quienes hayan leído mis artículos recientes en Protestante Digital conocen que se refieren a lo que percibí sobre lo acontecido en la Conferencia Mundial Anabautista/Menonita, que se desarrolló en Harrisburg, Pennsylvania, del 21 al 26 de julio.
En la sede del evento, el enorme Farm Show Complex, hubo considerable espacio para la exhibición y venta de libros. Pude hacerme de varios títulos, que allá apenas pude ojear y hojear, es decir ver rápidamente y recorrer algunas de sus páginas velozmente. Ya de regreso entre los míos, he comenzado a leer con calma algunos de los nuevos volúmenes que se aprietan en las estanterías.
Uno de ellos es el coordinado por Stanley W. Green y James R. Krabill, Fully Engaged: Missional Church in an Anabaptist Voice (Compromiso pleno: Iglesia misional en una voz anabautista), Heral Press, Harrisonburg, Virginia, 2015.
La obra es colectiva, tiene 38 capítulos y más autóres y autoras porque algunas de las colaboraciones fueron escritas por más de una persona. En la introducción del libro los coordinadores del mismo comentan que si bien es cierto que el término misional es de más o menos reciente acuñación, la realidad de comunidades cristianas que han comprendido la misión cristiana como necesaria encarnación tiene amplios antecedentes históricos.
En cuanto a lo que busca definir el término misional, comparto un link que describe la historia y los distintivos que caracterizan al movimiento. En este sitio hay una lista de lecturas para quien quiera profundizar en el conocimiento del tema.
En la presentación del volumen Stanley W. Green y James R. Krabill rememoran que los anabautistas del siglo XVI “demostraron tanto en palabras como en obras testimoniales que ser la Iglesia es cumplir con la misión holística de Dios en cuanto a salvación, sanidad, reconciliación, justicia y libertad en el mundo”.
El modelo misional es el Verbo que se hizo carne, por lo cual “en el corazón de las creencias anabautistas está la incuestionable centralidad de Jesús, quien es comprendido como el más claro reflejo que tenemos de los propósitos de Dios para el mundo. Marcados con la convicción de que la centralidad de Jesús implica un decidido compromiso de seguirlo en la vida. Jesús y el reino que él anunció e inauguró —dándole vida y forma en su vida, ministerio y enseñanza, muerte y resurrección— son percibidos como la encarnación de los propósitos de Dios para el mundo”.
Cuando a los anabautistas del siglo XVI quienes les llevaban a juicio y encarcelaban por creer y practicar el seguimiento de Jesús en el contexto de la comunidad de creyentes (y en consecuencia se oponían al régimen de Cristiandad en el cual era imprescindible la simbiósis Iglesia-Estado) les hacían intrincadas preguntas teológicas, ellos y ellas respondían que ignoraban muchas cosas pero estaban ciertos y ciertas de cuál había sido el decir y actuar de Jesús, quien hizo misión desde abajo y no al amparo de los poderes de su tiempo.
Por esto, anotan Green y Krabill, “en el compromiso misional anabautista, la centralidad de Jesús implica un no negociable compromiso con la reconciliacion, la no resistencia y la construcción de la paz”.
El primer capítulo es de Wilbert R. Shenk, y se ocupa de postulados del movimiento misional que tienen relación con lo que llama el ADN del anabautismo. En tanto que el ADN del régimen de Cristiandad fue conformado por sus orígenes imperiales en el siglo IV, Shenk afirma que “los anabautistas se sintieron compelidos a recuperar el entendimiento apostólico de la Iglesia. Esto les puso en confrontación tanto con católicos romanos como con los reformadores protestantes, quienes aceptaron el régimen de Cristiandad, el poderoso sistema de gobierno basado en la alianza Iglesia-Estado”.
Un valor irrenunciable para los anabautistas, resultado de su comprensión cristológica, fue la convicción de la necesaria separación entre Iglesia y Estado. La comunidad de creyentes por su naturaleza tenía que ser necesariamente voluntaria, era inconcebible para los y las anabautistas que con el fin de defender y/o propagar la fe se hiciera uso de la fuerza, o que se buscara uniformar confesionalmente a un determinado territorio.
En medio de violentas persecuciones en su contra, los anabautistas, anota Shenk, buscaron organizarse para que todos y todas escucharan del Evangelio. En agosto de 1527, en Augsburgo, al sur de Alemania, se realizó el conocido como Sínodo de los Mártires, para conversar y desarrollar estrategías para la evangelización de Europa. Asistieron 60 representantes de las dispersas y perseguidas comunidades anabautistas, muchos de ellos morirían poco tiempo después como mártires, mediante pena de muerte.
Paulatinamente las violentísimas y sangrientas persecuciones, junto con una exacerbada postura anti-mundo, hizo que muchas comunidades anabautistas/menonitas fueran cautivadas por el aislacionismo, perdiendo su impulso misional inicial. “El DNA anabautista/menonita fue decisivamente alterado en el siglo XVII”, observa Shenk.
Desde el mismo siglo XVII hubo corrientes dentro del anabautismo que contendieron por la recuperación del énfasis misional que caracterizó originalmente al movimiento. También existieron influencias externas al anabautismo que le recordaron la necesidad de volver a las raíces, como ciertos énfasis del pietismo y posteriores esfuerzos de renovación y avivamiento en el seno de distintas confesiones protestantes/evangélicas.
En la Conferencia Mundial Anabautista/Menonita de 1978 se difundieron cifras sobre el total y la composición de la población que conformaba entonces el movimiento: del total de 613,600 bautizado/as, Europa y Norteamérica aglutinaban al 67 por ciento, y el restante 33 por ciento correspondió a Asia, África y América Latina.
En 2012 el panorama fue otro: la membresía mundial anabautista/menonita ascendió a 1,774,720 personas bautizadas (más del doble que 34 años antes). El 66 por ciento se localizaba en Asia, África y América Latina; y el 34 por ciento en Europa y Norteamérica. Considera Shenk que en esto hay una observación a ser resaltada: “el crecimiento de la iglesias anabautistas/menonitas en el siglo pasado en todos los continentes tuvo lugar donde ha habido evangelización intencional”.
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