La beatificación de Pablo VI llega al final de un Sínodo que debatió la posibilidad de un reposicionamiento de la Iglesia Católica en los asuntos concernientes a la familia.
La Iglesia Católico Romana tiene otro beato, o un bienaventurado, a quien la Iglesia le reconoce la capacidad de interceder a favor de las gentes que oran en su nombre. El pasado 19 de octubre el Papa Francisco beatificó a Giovanni Battista Montini (1897-1978), que llegó a ser Pablo VI (1963-1978). Un intelectual sofisticado y reservado, bien versado en literatura francesa moderna y teología, Montini se convirtió en Papa durante el Concilio Vaticano Segundo y se le encomendó la difícil tarea de finalizar el Concilio y gestionar los turbulentos años que siguieron al mismo. Pablo VI tuvo que luchar con el “espíritu” del Concilio que para muchas personas, dentro y fuera de la Iglesia, significaba la adaptación a los cambios radicales que tuvieron lugar en la sociedad occidental durante los años sesenta. Sin ser un líder natural, Montini encarnó el drama de una iglesia que sólo había alcanzado el mundo con sus palabras optimistas de apreciación pero que también se retiraba hacia unas actitudes más cautelosas.
El Momento de la Beatificación
La beatificación de Pablo VI llega al final de un Sínodo que debatió la posibilidad de un reposicionamiento de la Iglesia Católica en los asuntos concernientes a la familia. Esta reunión de obispos discutió abiertamente la readmisión de personas divorciadas en la Eucaristía, así como también un acercamiento más positivo a las nuevas formas de familia, p.e. las uniones civiles y las relaciones homosexuales. No se tomó ninguna decisión final, pero el hecho de que se previesen e incluso se defendieran ciertos cambios por parte de algunas voces progresistas hizo que los intransigentes tradicionales teman ahora que un cambio de paradigma importante esté a punto de ocurrir. El Papa Francisco convocó el Sínodo y parecía que aprobaba estos cambios, insistiendo siempre en que la Iglesia necesita tener la mente abierta. Si bien, al mismo tiempo, no quería dar la impresión de estar completamente al lado de los que deseaban volver a discutir la valoración moral católica de las diferentes relaciones humanas.
En este punto la beatificación de Pablo VI salta a la palestra. En los círculos católicos siempre se ha representado a Pablo VI como el Papa que, con su Encíclica Humanae Vitae de 1968, se oponía a los métodos anticonceptivos y se consolidaba en la moral católica tradicional en medio de la “revolución sexual”.
Es factible que Francisco supiera que el Sínodo podía abrir nuevos caminos hacia el entendimiento católico de la familia y que los conservadores se perturbaran por estos cambios. Sin embargo, quería que Pablo VI fuera beatificado al final del Sínodo para enviar el mensaje que, por una parte la Iglesia Católica puede actualizar su visión y, por la otra, honrar sus tradiciones. Es tanto una realidad viva como tradicional. Por consiguiente, el momento de la beatificación demuestra la habilidad de una institución que es tradicional sin llegar a ser tradicionalista o, por decirlo de otra manera, hace los cambios sin perder su herencia. La beatificación ha sido un mensaje tranquilizador a esta sección de la circunscripción católica que se sintió desconcertada y perpleja con el resultado del Sínodo.
El Pacto de Lausana y el Evangelii Nuntiandi
Pablo VI debería ser también recordado por un interesante paralelismo de algo que sucedió en el Movimiento Evangélico durante su pontificado. En 1974, como resultado del Congreso Internacional de Evangelización Mundial convocado por Billy Graham y organizado por John Stott, el Pacto de Lausana llamó a la iglesia a implicarse en la evangelización del mundo con el Evangelio bíblico. Hasta entonces la palabra “evangelización” y el vocabulario asociado a la misma se habían tratado con suspicacia en los círculos católico romanos debido a la utilización y a las connotaciones “protestantes”. La misión y la catequesis eran más tradicionales y fueron los términos preferidos por mucho tiempo.
Es solamente después del Vaticano II que el lenguaje de la evangelización empezó a usarse. Fue en realidad Pablo VI con su Exhortación Apostólica de 1975 Evangelii Nuntiandi, quien ayudó a la Iglesia Católica a aceptar y utilizar la palabra “evangelización”, dándole una connotación católica. Es interesante resaltar que fue después de Lausana cuando la Iglesia Católica comprendió la importancia del vocablo para su misión. Al resistirse a la relajación de la moral católica, Pablo VI captó la necesidad que tenía la Iglesia de explorar la importancia de la evangelización. Ahora el Papa Francisco habla más de la “misión” que de la “evangelización” y quiere que la Iglesia sea “una casa abierta” a todos los seres humanos, dejando a un lado las preocupaciones que desgastaron completamente a Pablo VI.
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