¿Es el cristianismo una de esas manifestaciones religiosas alienantes que conducen a la neurosis, como decía Freud?
Parece obvio que, como todas las creencias, la fe cristiana puede sufrir deformaciones o adulteraciones capaces de crear problemas a ciertas personas. No obstante, el genuino cristianismo de Cristo no es una neurosis sino todo lo contrario, una liberación radical del ser humano. Cuando el individuo llega a conocer la verdad de la revelación, descubre la auténtica libertad. Jesús dijo que quien permanece en su palabra, conoce la verdad y ésta le convierte en una persona libre (Jn. 8:31-32). Pero “permanecer en la palabra de Cristo” implica poseer voluntad y responsabilidad moral.
Cada criatura humana es responsable de sus actos delante de Dios y es libre para decidirse a favor o en contra de él. Sin embargo, este sentido de la responsabilidad moral es el que pretenden destruir los planteamientos de Freud. ¿Hasta qué punto es el ser humano responsable de sus actos si éstos vienen determinados por fuerzas o impulsos inconscientes que no se pueden controlar?
Si las pulsiones que experimentamos vienen de la parte más antigua del cerebro (del Ello) que todavía subsiste de cuando éramos animales irracionales, ¿cómo es posible decir que tales deseos poco evolucionados son moralmente malos y no el simple producto de esa parte cerebral más antigua y animal? ¿hasta qué punto podemos ser responsables de tales pulsiones?
Las hipótesis freudianas conducen a considerar los errores del comportamiento no como resultado de la corrupción moral del individuo sino como simples respuestas aprendidas por nuestros antepasados y guardadas en el inconsciente.
No obstante, cuando se niega la visión cristiana del mundo se está rechazando también la idea de responsabilidad moral y de pecado. Bajo el disfraz de una concepción “científica” de la vida humana, lo que se hace es robarle dignidad al ser humano y tratarlo como si fuera una máquina o un animal. Al negar la realidad de la conciencia y de la maldad que anida en el corazón de las personas, se genera caos moral y corrupción a todos los niveles. Como escribe Colson:
“¿Consumen drogas? ¿Son alcohólicos? ¿Son aptos para el trabajo pero se niegan a trabajar? ¿Están teniendo hijos sin la más mínima intención de mantenerlos económicamente? No importa. Igualmente tienen derecho a los beneficios del gobierno, y no hay que hacer preguntas. De modo que estos patrones de conducta disfuncionales se robustecen, y el ciclo continúa. A los ciudadanos no se los alienta a asumir responsabilidad moral o personal para su vida. No nos sorprendamos, entonces, de que la idea de bienestar social ha engendrado una clase social subordinada en donde la conducta disfuncional e ilegal es norma. Al ignorar la dimensión moral, al reducir los desórdenes sociales a problemas técnicos que deben tratarse con soluciones científicas, hemos creado caos moral.” (Colson, 1999,
Y ahora...¿cómo viviremos?, Unilit, Miami, Estados Unidos. 168).
Las ideas de Freud están en la raíz de ese liberalismo que entiende siempre el crimen y la delincuencia como producto exclusivo de la pobreza o de otros males sociales. Es evidente que el ambiente que rodea a muchos individuos puede contribuir negativamente sobre ellos y hacer que muchos lleguen a convertirse en delincuentes.
Sin embargo, no todos los que se han criado o viven en tal ambiente se convierten necesariamente en criminales. El hombre es hombre precisamente porque es capaz de tomar decisiones propias moralmente significantes. Pero cuando se niega esta responsabilidad individual y se sitúa el origen del crimen en fuerzas abstractas e impersonales de la sociedad, entonces resulta que nadie es responsable de nada
. Negando el pecado y la culpa no es posible mejorar la sociedad. Por el contrario, lo que ocurre es que se le resta significado a las decisiones y a las acciones humanas, se mengua la dignidad del ser humano y se corre el riesgo de dejar sueltas las fuerzas más negativas de este mundo.
Freud contempló la religión, según se ha visto, como una neurosis de carácter edípico que sólo servía para ilusionar a las personas y hacerles creer en un Dios caritativo y paternal, sin embargo su psicología atea ha contribuido a recrear otro gran mito que ha tenido mucho éxito: el mito, ya anunciado por Rousseau, de la bondad innata del ser humano. La creencia en la autonomía del yo y en la inexistencia de verdades objetivas; la convicción de que la moralidad está sujeta a las preferencias de cada cual; la concepción de que cada individuo es su propio dios y de que no hay que rendir cuentas a nadie. No existe Dios, ni pecado, ni culpa.
Pero ¿no es posible decir también que estas creencias ateas son ilusiones interesadas? Si la religión, según Freud, no es más que la proyección de un deseo, ¿por qué no pueden tales ideas ser a su vez proyecciones del deseo de vivir sin Dios, sin ser responsables de nada y sin tener que dar razón de nuestros actos a nadie? El argumento de la proyección puede aplicarse tanto en un sentido como en otro.
La principal neurosis de nuestro tiempo no es la religión, ni mucho menos el cristianismo, sino la falta de orientación en la vida, la ausencia de valores, de normas éticas y de responsabilidad individual. La carencia de sentido y el vacío existencial que caracteriza al hombre contemporáneo es consecuencia directa de la represión que hoy sufre la moralidad y el sentimiento religioso.
En nuestro tiempo se reprime lo espiritual y los resultados pueden verse por doquier. Pero lo cierto es que, a pesar de todas las teorías y mitos humanos, el cristianismo continúa siendo la mejor visión del mundo que todavía está al alcance del ser humano. Es la creencia que mejor se ajusta a la realidad del hombre y que responde de manera sabia a sus preguntas fundamentales. Esto es así, sencillamente, porque
el cristianismo de Cristo es la auténtica liberación y la Verdad con mayúsculas.
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