El terreno de la teología y la historia bíblica se vio también salpicado por las subversivas ideas freudianas. En su opinión, el gran patriarca bíblico Moisés habría sido de origen egipcio y no judío como afirma la Escritura. Se trataba por tanto de un personaje seguidor del faraón Amenhotep IV que fue quien instauró en Egipto la religión monoteísta. A la muerte de éste, y tras la prohibición de tal religiosidad seguidora del único dios Ikhnatón (la religión de Atón), Moisés se habría visto obligado a abandonar su patria egipcia junto a los seguidores de tal divinidad. Finalmente habría sido asesinado por el pueblo al que él mismo escogió, los hebreos, y su doctrina completamente erradicada. Más tarde los profetas del Antiguo Testamento habrían sido los artífices del retorno de los judíos al Dios mosaico.
“Si Moisés, además de dar a los judíos una nueva religión, les impuso el precepto de la circuncisión, entonces no era judío, sino egipcio; en tal caso, la religiónmosaica robablemente fuera también egipcia, aunque no una religión cualquiera, sinola de Atón, predestinada para tal fin por su antítesis con la religión popular y por susnotables concordancias con la religión judía ulterior.” (Freud, 1974, Escritos sobre judaísmo y antisemitismo, Alianza Editorial, Madrid, 36).
Estas hipótesis tan aventuradas e imposibles de confirmar constituyeron el núcleo de su obra, Moisés y el monoteísmo, y de su peculiar interpretación de la religión en clave del complejo de Edipo. Freud creyó ver en Moisés la imagen temida del padre y la idealización de su propia imagen que lo perseguía siempre y lo ponía en situaciones difíciles que le impedían, a veces, actuar de manera coherente.
El gran héroe bíblico le resultó siempre un personaje ambivalente, lo odiaba en cuanto le recordaba a su padre autoritario y exigente y, a la vez, lo amaba porque se identificaba plenamente con él. Freud se sintió avergonzado de sus humildes orígenes judíos y trató de buscar su genealogía imaginaria entre los grandes héroes de la antigüedad como el propio Moisés.
Si el judaísmo había sido la religión del Padre, -escribió Freud- el cristianismo sería la del Hijo que no habría podido evitar la tentación de eliminar al Padre. Moisés admiraba, respetaba y amaba al Dios Padre pero con el transcurso de los siglos, la misma hostilidad que un día había llevado a los hijos de la hipotética horda primitiva a matar a su padre, admirado y temido a la vez, se manifestó de nuevo. Como las promesas hechas por el Dios Padre se retrasaban, muchos judíos dejaron de creer en él y mataron al Padre en sus propias vidas. El apóstol San Pablo reconocerá más tarde este sentimiento de culpabilidad: si nosotros somos desgraciados es porque hemos matado al Padre. Este sería el “pecado original”, el mayor crimen contra Dios (Freud, 1974: 122).
Por tanto ese crimen sólo podía ser redimido mediante el sacrificio del Hijo. Desde entonces el Hijo se convirtió en Dios, en lugar de su Padre, y así habría surgido el cristianismo como la religión del Hijo. Pero más tarde, en Pentecostés, la religión del Padre y la del Hijo se cumplieron en la religión del Espíritu, cuyo mensaje sería que Dios ya no estaba en el cielo sino en la sociedad y en la comunicación de los hombres, en cualquier lugar donde los humanos se reunían en su nombre. De modo que, -continúa Freud- el asesinato de Moisés (?) en la religión monoteísta se correspondía con el del padre primitivo en el totemismo y con el de Jesucristo en el cristianismo. ¡Todos eran consecuencia del complejo de Edipo del ser humano!
“Ya hemos señalado que la ceremonia cristiana de la santa comunión, en la que el creyente ingiere la carne y la sangre del Redentor, no hace sino reproducir el tema del antiguo banquete totémico, aunque tan sólo en su sentido tierno, de veneración, y no en el sentido agresivo.” (Freud, 1974: 124).
De esta forma el psicoanálisis no sólo serviría para explicar las cuestiones psicológicas del ser humano sino también el origen de la religión. Se mezcla así lo que pretende ser ciencia con las propias creencias. Freud desarrolló en su libro Totem y tabú, la idea de que los ritos religiosos se parecían mucho a los actos obsesivos de los neuróticos y esto le llevó a la convicción de que la religión constituye una neurosis obsesiva universal. Igual que el ser humano, según Darwin, habría evolucionado a partir de un antepasado simiesco, también las religiones evolucionarían en línea recta desde la edad de piedra hasta la actualidad.
De manera que si se quería conocer cómo había sido el origen de la religión, lo único que había que hacer era estudiar las costumbres de los pueblos “primitivos” que vivían en el presente, puesto que constituían auténticas reliquias del pasado. Mediante tal método, los etnólogos y antropólogos de la época llegaron a la conclusión de que primero había sido el animismo o totemismo, la creencia de que el mundo estaba poblado de fuerzas mágicas o espíritus; después la religión habría evolucionado hacia el politeísmo, la concepción de muchos dioses, y por último, habría surgido la fe en un único Dios, el monoteísmo. Pero todo como un mero producto de la imaginación humana.
“[...] el totemismo con su adoración de un sustituto paterno, con la ambivalencia frente al padre expresada en el banquete totémico, con la institución de fiestas conmemorativas, de prohibiciones cuya violación se castigaba con la muerte; creo, pues, que tenemos sobrados motivos para considerar al totemismo como la primera forma en que se manifiesta la religión en la historia humana y para confirmar el hecho de que desde su origen mismo la religión aparece íntimamente vinculada con las formaciones sociales y con las obligaciones morales. [...] Estos dioses masculinos del politeísmo reflejan las condiciones de la época patriarcal: son numerosos, se limitan mutuamente y en ocasiones se subordinan a un dios superior. Pero la etapa siguiente nos lleva al tema que aquí nos ocupa: el retorno del dios paterno único, exclusivo y todopoderoso.” (Freud, 1974: 117-118).
Freud recogió tales explicaciones etnológicas y las combinó con su idea de que la religión sería también como una proyección, como un infantilismo compulsivamente ampliado. Del mismo modo en que los niños disfrutan de la protección y de los cuidados de sus padres mientras son pequeños pero cuando crecen, al enfrentarse a un mundo difícil y hostil, aparece en ellos el miedo a las amenazas que les esperan y a la responsabilidad, y a veces ese miedo hace que el niño se aferre a sus recuerdos infantiles, la persona religiosa se aferraría también a la ilusión de que existe un Dios bondadoso que le ama y le protege. En vez de romper con el deseo de seguridad o de protección paterna, proyecta así la figura del padre sobre el universo, adopta una actitud pasiva y se niega a crecer. Construye en su imaginación un Dios que presenta características paternas o maternas para poder seguir viviendo.
En esto consistiría, según Freud, la ilusión de la religión, en una proyección basada sobre unas ideas equivocadas. Este Dios al que se busca en oración impediría a los creyentes abandonar su infancia, desarrollar la libertad y convertirse en personas responsables. Tal religión sólo engendraría eternos niños de pecho, incapaces de abandonar el estado teológico-infantil para enfrentarse con la sociedad en la que viven.
Sigmund Freud se siente tan satisfecho con este análisis del sentimiento religioso que además crea su propio mito imaginario en oposición al relato de la Biblia. Para él la fe en Dios habría surgido del asesinato edípico del padre de la tribu primitiva (véase el texto que encabeza este capítulo). Ese habría sido el origen de toda religión y, por tanto, se convierte así a Dios en símbolo de todo aquello que odian los hombres: autoritarismo, obediencia, sumisión, etc. Por tanto todas las religiones, incluido el cristianismo, serían ilusiones, proyecciones de dentro a fuera que nacerían de los propios deseos humanos y que pertenecerían a una edad no madura de los pueblos y de las personas. Pero como las religiones habrían fracasado al no lograr la felicidad de los hombres, ya que éstos todavía se sentían desgraciados, lo que habría que hacer es prescindir de tal Dios y de todas las instituciones o valores culturales que se fundamentaran en su existencia.
Freud propuso una “educación para la realidad”, un abandono definitivo de esa neurosis obsesiva proveniente del complejo de Edipo, que era la religión, y su sustitución por una visión del mundo científica; abogó por una sociedad sin religión porque “la ignorancia es la ignorancia” y además, porque una sociedad irreligiosa podría ser un tesoro oculto y una fuente de progreso.
El ambiente familiar en el que se educó el joven Freud así como la presencia de su niñera católica y la influencia de la filosofía natural alemana (Naturphilosophie), que a su vez asumía las ideas evolucionistas de Darwin en cuanto a que el hombre primitivo vivía en pequeñas hordas dominadas brutalmente por un macho que poseía a todas las hembras y castigaba o mataba a los más jóvenes, determinaron su extraña relación con lo religioso. Además, el prolongado contacto con sus pacientes le hizo identificar las formas equivocadas y patológicas de la religión con la religión misma y en especial con el cristianismo. Freud no se relacionó seriamente con cristianos que vivieran su fe de manera coherente, ni tampoco leyó a los grandes creyentes de la historia. Nunca fue influido positivamente por la conducta cristiana de alguna persona próxima a él. Por tanto, nunca vio la necesidad de abandonar su postura atea.
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