Decíamos la semana pasada que ante la necesidad de explicar el origen de los conflictos mentales que padecían sus enfermos, Freud se vio obligado a elaborar un modelo que describiera la complejidad del ser humano, la lucha entre las diversas partes del sujeto.
“En mis últimos trabajos especulativos he intentado descomponer nuestro aparato psíquico basándome en la elaboración analítica de los hechos patológicos, y lo he dividido en un yo, un ello y un super-yo (El “yo” y el “ello”). El super-yo es elheredero del complejo de Edipo y el representante de las aspiraciones éticas del hombre” (Freud, 1970: 82).
Dedujo que el ello era el conjunto de los instintos o fuerzas biológicas de las que el ser humano no era consciente; el responsable del segmento inconsciente de la conducta humana que generalmente tendía al placer o a la satisfacción de apetencias que podían ser moralmente censurables.
El ello daba sentido a comportamientos que aparentemente parecían no tenerlo y explicaba también el sinsentido de los sueños. Por su parte el yo era el fragmento del ello que establecía contacto con el mundo real exterior; representaba la consciencia que organizaba las necesidades del ello y estaba regido por el principio de la realidad; tenía que resolver los conflictos del inconsciente y las imposiciones del super-yo. Mientras que éste, el super-yo, era la consciencia moral, el conjunto de normas y prohibiciones adquiridas por la educación; se encargaba de reprimir las pulsiones o deseos inconscientes que la moral rechazaba.
Según Freud, cuando una fuerza inconsciente muy intensa era reprimida por el super-yo se podía llegar a la enfermedad mental, a la neurosis. La salud psíquica de la persona dependía precisamente de ese equilibrio entre la satisfacción de las pulsiones inconscientes del ello y las restricciones impuestas por el super-yo. En ocasiones este equilibrio no se conseguía y entonces se generaba angustia, sufrimiento o sentimientos de culpabilidad.
Sin embargo, para combatir estos sentimientos de angustia el yo disponía de unos mecanismos de defensa cuya finalidad era satisfacer a la vez al ello y al super-yo.
Tales mecanismos para mantener el equilibrio entre el mundo exterior y las pulsiones psíquicas internas, fueron estudiados por su hija, Anna Freud.
Los principales pueden definirse así:
La represión o negación de las pulsiones que no son aceptables para el super-yo como podría ser, por ejemplo, el incesto;
La regresión o retorno a etapas anteriores de la vida en las que el yo no tenía los conflictos actuales, tal sería el comportamiento más infantil de ciertos niños para reclamar mayor atención cuando les nace un hermanito;
La sublimación o transformación de los impulsos instintivos en actividades consideradas superiores y más aceptadas como la cultura, el arte o la religión;
La proyección o atribución a los otros de aquellos impulsos o sentimientos que el yo considera peligrosos. En este sentido, las fobias (claustrofobia, agorafobia, etc.) serían, según Freud, pulsiones sexuales no aceptadas por el individuo y que las proyectaría al exterior como temores;
El desplazamiento o sustitución del objeto inicial de una pulsión por otro que el yo considera menos complicado o comprometido, como el amor a los animales de las personas que viven solas
Y, por último,
la reacción o desarrollo de una conducta externa contraria a un sentimiento que el super-yo rehúsa aceptar. Por ejemplo, cuando un individuo habitualmente agresivo se vuelve sospechosamente pacífico.
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