El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Anhelo hallar en la tersura de tus manos las caricias que han de mermar mi inquietud, el bálsamo preciso para paliar mi dolor.
El milagro se producirá cuando conciba que tú, mi gran Maestro, Redentor Santo, puedes sorprenderme a través de elementos sencillos.
El frío que se aloja en los corazones vuelve insensible al ser humano, presto al hedonismo.
Todo puede ser distinto si nos planteamos firmemente que así sea y dejamos que sea Dios quien lleve el timón.
Desde el umbral de mi presente quiero apartarme de la algarabía, mostrar en mí la huella de quien abandonando su trono de gloria nos dio la oportunidad de ser redimidos.
Me estremezco al comprobar la ternura que manifiestas para conmigo.
Qué torpeza la sutil idea de hacernos creer que la vejez es fea cuando es todo lo contrario, aporta una serenidad que embellece el rostro y el corazón.
Me has mostrado que sí se puede, que todo es posible cuando obedeces a la voz de Dios.
Aguardo en silencio a que el Maestro extienda su misericordia y toque mi herida para que esta quede sana con el leve roce de su mano.
Cuando pasó justo a su lado Jesús la miró, posó los ojos en ella y sonrió. Desde aquel preciso instante dejó de ser invisible.
Los besos no arreglarán el mundo, no ofrecerán panaceas a la sinrazón, pero son una vía preciosa para cambiar el entorno más cercano.
Me encantaría desafiar la realidad, encontrar un hueco donde insuflar todo mi optimismo, verter inmensas dosis de lucidez.
No puedo eludir la necesidad de buscar el desahogo; Él, mi Dios, me lo permite.
Saber envejecer constituye la obra maestra de la sabiduría y es una de las etapas más difícil en el arte de vivir.
Admito anhelar fervientemente que finalice este verano, que todo vuelva poco a poco a su cándida y rutinaria normalidad.
Si mis palabras no son corregidas por ti, están abocadas al fracaso. Son como metal que suena o campanilla que repiquetea.
Su omnipotencia no ha menguado, ni su amor hacia el hombre ha disminuido.
Las lágrimas caen y pintan un lienzo de doloroso pesar o de inusitada alegría, alborozo versus tristeza.
Nunca regresaré al punto del cual voy a partir, volveré a otros muchos lugares, pero ahí, no.
Francisco, un vecino mayor de mi pueblo, se pasaba largas horas en la estación del tren.
Tras un encuentro con Él todo es diferente.
Lucha por reencontrar el amor. Acúnalo de nuevo, mécelo al son de una misma nana.
Qué sutilmente se nos acomoda la desmemoria y frente al abismo seguimos presos de las preguntas.
Quiero enarbolar mi vida con términos que agradan a Dios y potencian mi capacidad para ser una hija más cercana a Él.
Aquellos que no tenían cabida en este mundo, que alejados del sendero vivían recluidos en la marginalidad, encontraron el Camino.
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