Tiempo detenido

Lleva demasiado tiempo colgado en la pared.

Ya no funciona, no marca las horas. 

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Dejó de latir, enmudecieron esos rítmicos tic-tac que han sonado durante años proporcionando a esa sala un murmullo cadencioso y constante.

Le propongo quitarlo de donde está; ya no tiene sentido dejarlo reposar sin que ofrezca servicio alguno. Ella lo mira y leo en su mirada el afecto que le tiene, el absurdo apego que siente hacia ese objeto obsoleto. Declino mi proposición, vuelvo a quitarle el polvo dejándolo brillante, suspendido en la pared, presidiendo la estancia. 

Sólo en dos momentos del día ese parado reloj marca la hora correcta, una hora que se ajusta a la realidad por espacio de un minuto, el resto del tiempo sigue varado, inútil para ofrecer el servicio para el cual fue fabricado.

Pienso en mí: ¿seré como ese artilugio fútil?¿estaré detenida, parada, sin dar aquello para lo que el Creador me diseñó?

Si escucho detenidamente puedo oír lo que Él me responde. Su respuesta me alborota la candidez de la mañana. Me expone a la intemperie para mostrarme la realidad de mi realidad.

No puedo quedarme parada mirando a mi alrededor con el miedo ciñéndome el torso.

No debo dejar pasar más tiempo siendo vapuleada por temores infantiles que vuelven cada día para recordarme que los años pretéritos han determinado quien soy, cómo he de sentirme.

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No he de permitir que las agujas de mi vida queden pausadas por asuntos que pertenecen a un pasado que tengo que dejar atrás para así poder extenderme hacia lo que está delate.

He de rehacer la tarea que me ha sido encomendada, borrar la mala caligrafía y escribir correctamente las frases que Él me dicta. Deshacerme del exceso de equipaje;esa pesada maleta de recuerdos que me atan a un ayer diluido en el tiempo.

Dios sigue hablando. Me habla con palabras, con silencios. Me habla a través de objetos simples, los utiliza para mostrarme que soy creación suya y que he sido creada para un solo objetivo: adorar a mi Creador.