Vivir abrazada

He seguido al maestro. He estado junto a él cuando milagrosamente sanaba a ciegos, leprosos, cojos, sordos.

Me he sentado en la ladera de un monte oyendo como enseñaba a través de las bienaventuranzas.

He comido junto a una gran multitud y he recibido gratuitamente mi porción de pan y pescado.

Pero en el momento en el que fue apresado por quienes tanto odio le profesaban, justo antes de ser yo prendido por ellos, me he deshecho de aquello que me cubría para huir lejos de Jesús.

Al alejarme he dado cabida al miedo, a la desesperanza, al dolor, al sentimiento de culpa. He dejado que su nombre se pierda en mi cabeza entre términos que me hacen sentir realmente confuso.

He abandonado al maestro y ahora, me siento verdaderamente solo.

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Cuántas veces en nuestras vidas ante problemas que nos acometen huimos desnudos y conscientes o inconscientes de nuestro error, nos alejamos de Jesús.

Huimos atemorizados y sin nada que nos cubra. Cuando estamos desnudos peligramos ante las inclemencias de fuera. Somos frágiles criaturas expuestas a un mundo demasiado hostil.

Dios me enseña a luchar en vez de huir.

A afrontar mis problemas y buscar soluciones en Él.

A tener la capacidad de no hundirme ante las adversidades y aprender a pelear de rodillas.

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Dios me enseña a esperar; mis preguntas serán contestadas en el tiempo oportuno.

Huir desnuda en contraposición a luchar abrazada.

La lucha conlleva un trabajo difícil, mientras que huir de las obligaciones escondiendo la cabeza en tierra es una acción aparentemente práctica pero plagada de desacierto.

Quiero aprender a sobrevolar por encima de mis limitaciones, lo conseguiré cuando asimile que debo vivir luchando abrazada a Dios.