El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Este Reino le pertenece a Él y llegará el momento cuando su construcción habrá terminado.
Detrás de las pruebas y tentaciones hay un propósito pedagógico divino.
El auténtico propósito de nuestras vidas y oraciones es la gloria de Dios. Y es igual si oramos por cosas grandes o pequeñas.
El nombre de Dios no puede santificarse ignorando el mundo o retirándonos de la realidad que nos rodea.
Es mediante la oración que tomamos conciencia de que nuestras cargas las lleva el Señor y no nosotros.
El veredicto de Jesucristo ante el fenómeno de oraciones cara a la galería es devastador: no sirven para nada.
En su obra magna, Calvino dedica a la oración uno de los capítulos más extensos.
Me gustaría escribir sobre algunos aspectos de este privilegio tan excepcional que tenemos.
Ser codicioso trae ruina porque es idolatría, y en consecuencia, excluye del Reino de Dios.
Aquí van algunos ejemplos de las mentiras más comunes de nuestro tiempo.
Donde el robo se convierte en forma de vida es imposible que la sociedad avance.
Una sociedad que vive su sexualidad de forma desenfrenada, es una sociedad pagana y precisamente ahí está el problema.
Debemos ser tajantes en formular nuestras exigencias: la protección de toda forma de vida humana antes y después de nacer.
Dios es soberano y todo obedece en última instancia a su voluntad. Así lo enseña la Escritura en muchos lugares. Pero al mismo tiempo nosotros somos plenamente responsables de nuestros actos.
El quinto mandamiento resume de forma muy concisa la preocupación de Dios por la familia y su funcionamiento.
El ideal cristiano no es trabajar lo menos posible, sino usar el trabajo para la gloria de Dios.
Usamos el nombre de Dios en vano cuando predicamos un cristianismo vacío de contenido bíblico, hueco, quietista, descafeinado y sin pasiones.
Hemos llegado a un nivel de estatismo donde todo lo que necesitamos lo reclamamos al Estado como si fuera la única fuente que garantiza nuestra existencia.
La simple frase del primer mandamiento “Yo soy el Señor tu Dios”, es el mayor desafío al neo-paganismo que nos rodea.
Son la vara de medir del comportamiento humano y la base de la ética cristiana.
El impacto de estas “diez palabras” se debe a un hecho insólito: reflejan el mismo carácter divino.
Al Dios de la Biblia y a sus seguidores siempre se les percibe como competencia y amenaza. Y la sospecha tiene fundamento: no se puede servir a dos señores.
La redención conseguida y cumplida de Jesucristo y el poder de su nombre es suficiente para que Satanás y sus demonios huyan.
A los creyentes nos conviene saber con quién nos enfrentamos y qué es lo que hace.
Al diablo le gustan los extremos: le agrada igual la exageración de su poder como la negación de su misma existencia.
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