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¿Acción humana o acción divina?

Dios es soberano y todo obedece en última instancia a su voluntad. Así lo enseña la Escritura en muchos lugares. Pero al mismo tiempo nosotros somos plenamente responsables de nuestros actos.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 24 DE OCTUBRE DE 2020 22:00 h

Dios creó los cielos y la tierra en seis días. Y lo hizo sin participación humana. Pero en el último día de su obra magna creó al hombre y puso a Adán y a Eva en medio de la parte más bonita de la tierra. Les dio un mandamiento que marca la diferencia: administrar la tierra. A partir de ese momento, el ser humano es responsable delante de Dios de cuidar y desarrollar lo que el Creador ha puesto en sus manos. El mandamiento de administrar la tierra - como es bien sabido - se repite después de la caída. No ha cambiado la intención divina. Solo que la tarea ahora es más difícil.



Sin embargo, en algunos sectores del mundo cristiano hay una extraña reticencia contra cualquier activismo humano, como si se tratara de un pecado o una actitud poco espiritual. De eso hay muchos ejemplos. Tal vez uno de los más famosos es aquel del padre del movimiento misionero moderno, Guillermo Carey.



Cuando Carey presentó a los responsables de su iglesia su proyecto de predicar el evangelio en la India, recibió como respuesta de su pastor la famosa frase: “Siéntese, jovencito. Si Dios quiere salvar a los gentiles, él mismo se encargará.”



El fondo teológico de esta actitud es un concepto equivocado de la soberanía divina. Es cierto: Dios ordena y dirige todas las cosas. Pero en cuanto a la zona de influencia del ser humano lo hace muchas veces a través del hombre.



Si resumimos el material bíblico sobre este tema, podemos hacer cuatro afirmaciones: 




  • Dios hace todas las cosas según su voluntad eterna. 

  • El ser humano es moralmente responsable de su vida y de su entorno.

  • Dios actúa a veces sin que el ser humano participe en ello.

  • Dios actúa a veces con la participación humana.



Vamos a desglosar las cuatro afirmaciones:



1. Dios hace todas las cosas según su voluntad eterna



En la teología se habla en este contexto de los “decretos” divinos. Esos decretos tienen que ver con sus obras en relación con la creación. Los decretos no forman parte de la naturaleza divina. Por ejemplo, Dios nunca decretó ser bueno, santo o justo. Tampoco decretó su existencia trinitaria.



Sin embargo, Dios decretó las obras y actos de su creación y de sus criaturas. De algunos de estos actos, Dios es directamente responsable como autor y otros los permite. Pero nada de lo que pasa le pilla de sorpresa.





2. El ser humano es moralmente responsable de su vida y de su entorno



Los decretos divinos forman parte de un plan eterno. Algunos se llevan acabo por lo que en la teología se llama la “libre agencia” del hombre. Es decir: en estos casos es el hombre el autor moral y responsable. Para nuestra lógica, la soberanía divina y la responsabilidad humana son dos conceptos difícilmente reconciliables. Pero hay que constatar con toda claridad: Dios es soberano y todo obedece en última instancia a su voluntad. Así lo enseña la Escritura en muchos lugares. Pero al mismo tiempo nosotros somos plenamente responsables de nuestros actos. Más aún: Dios nos ha puesto como administradores responsables de su tierra. Por lo tanto, no podemos echar la culpa de nuestros errores a Dios. Que esto para nuestra lógica supone un desafío es evidente. Pero el universo no se rige por la lógica humana.



3. Dios actúa sin que el ser humano participe en ello



La actuación de Dios tiene su origen en su voluntad y sus decretos. Antes de hacerlo, Dios ha decidido lo que quiere hacer. De nuevo, nuestra forma de entendimiento y razonamiento choca aquí con sus límites. Los decretos de Dios reflejan su sabiduría. Ciertamente no entendemos toda la sabiduría de los decretos de Dios. Pero ellos no son irracionales, ni contradictorios. Y hay muchas actuaciones divinas donde el hombre no interviene en absoluto.



4. Dios actúa con la participación humana



Los decretos de Dios no quitan al hombre su libre agencia. Nadie puede frustrar o impedir los planes de Dios. El creyente siempre intentará vivir y actuar en consonancia con la voluntad divina y convertirse de esta manera en herramienta útil en manos de Dios.



Si lo expuesto hasta aquí ha sido un tanto difícil de digerir, vamos a unos versículos bíblicos que recogen todo lo que se ha expresado arriba. Son las afirmaciones famosas de Efesios 2:8-10. Después de enfatizar que la salvación es totalmente por gracia inmerecida y por iniciativa divina, Pablo se centra precisamente en el tema que estamos tratando cuando dice: 



“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”





De forma concisa Pablo expresa aquí lo que para nosotros es una verdad contradictoria: somos creados para buenas obras. Esto significa que el propósito de nuestras vidas es precisamente que Dios sea alabado y glorificado por lo que hacemos. Esas buenas obras no son la razón de nuestra justificación, sino su resultado. Pero lo que aún puede sorprender más: Dios ya ha preparado esas obras de antemano. Es Él quien facilita las cosas en todos los sentidos, de una manera que para nosotros es completamente escondida y inescrutable. 



Y sin embargo, queda al mismo tiempo la gran verdad: nosotros andamos en lo que Él preparó. Pero el caminar, el movernos nos toca a nosotros. Dios no nos llevará en una litera.



Esto tiene implicaciones muy importantes. 



Vamos a empezar con el (mal) ejemplo del pastor de Guillermo Carey. Sí, es verdad: si Dios quiere salvar a los gentiles, los salvará. De hecho lo quiere. Pero no lo hará pintando Juan 3:16 en letras grandes en el cielo o mandando un ejército de ángeles para pregonarlo por los cuatro costados. Lo hace por la iniciativa y el esfuerzo - la agencia, teológicamente hablando - de misioneros como William Carey.



Y el mismo principio se aplica a cualquier actividad cristiana. El secreto consiste en andar en lo que Dios previamente ha preparado. Y en este sentido voy a hacer dos aplicaciones:



La primera tiene que ver con la oración. Cuando oramos, no entramos en la presencia del Señor como entramos en un supermercado donde escogemos lo que queramos. La oración se condiciona también por lo que Dios ha “preparado de antemano”. Y esa voluntad divina define lo que pedimos a Dios en oración. Así lo expresa Juan: “… si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”. 



En otras palabras: Dios es soberano en lo que hace, pero muchas cosas las hace precisamente por las oraciones de sus hijos. Así el Señor lo ha decretado y así funciona el secreto de la oración.



Y la segunda aplicación tiene que ver con lo que hacemos. Algunas necesidades que existen en este mundo, las pueden remediar solo los creyentes. Por ejemplo, predicar el evangelio donde aún no se ha predicado. Otros problema que puede resolver todo el mundo, pero particularmente los creyentes: ayudar a los que tienen necesidad. No es una casualidad que eran cristianos que inventaron hospitales. 



Hay muchos pasajes en la Biblia que enseñan este principio, pero destaca particularmente el de Mateo 25:35-36 dar comida a los hambrientos, agua a los sedientos, cobijo a los que no tienen casa, ropa a los que no tienen para vestirse en condiciones y visitar en la cárcel a los que están presos.



En el contexto, Jesucristo habla de un servicio que rendimos a él mismo.  Y teniéndole a Él en la mente hacemos bien a este mundo. De hecho: Él mismo actuará a través de nosotros.



No es una verdad nueva. Cristianos desconocidos la expresaron en esta oración que viene del siglo IV:



Cristo no tiene manos,



Salvo nuestras manos para hacer su trabajo.



Cristo no tiene pies, 



Salvo nuestros pies para guiarnos en su camino.



Cristo no tiene labios, 



Salvo nuestros labios para hablar de él.



Volvemos a la pregunta del inicio y ponemos en resumen la respuesta, cambiando solo una letra: acción humana y acción divina.


 

 


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