Lo que han inventado debería alegrar a cualquiera que cree en la justicia, la honestidad y la igualdad de oportunidades para todo el mundo.
El 15 de septiembre de 2008 a la 1.45 de la madrugada, el cuarto banco más importante de EE.UU., Lehman Brothers, declaró la insolvencia. Fue el detonante de una cadena de acontecimientos que hasta el día de hoy no han parado de producirse. Había estallado la famosa “crisis”.
A finales de septiembre de aquel año, un país como Alemania estuvo durante tres semanas al borde del colapso financiero. Los ciudadanos, sin embargo, no supieron esto hasta meses más tarde. Faltaban unos pocos días y los cajeros automáticos no habrían expedido dinero. En el análisis de aquellos momentos se llegaron a usar palabras como “incendio financiero” y “abismo”.
Desde entonces, el sistema financiero se ha estabilizado a duras penas. Se consiguió a base de una política muy agresiva de los bancos centrales: la compra masiva de bonos y unos tipos de interés cero o negativo. Mario Draghi lo resumió en tres palabras1 en su famosa declaración del 26 de julio de 2012: el Banco Central Europeo salvará al euro con las medidas “que hagan falta”.
E hicieron falta medidas sin precedentes. Los bancos centrales de EE.UU., Europa y Asia inundaron los mercados con dinero creado de la nada para salvar el sistema financiero y para incentivar la economía mundial. El precio era la creación de burbujas financieras sin parangón en la historia que solo beneficiaban a un grupo de personas: los que ya se habían hecho con el control de las empresas más grandes y estaban “más cerca” del dinero repartido por los bancos centrales. Para el ciudadano normal y corriente significaba una paulatina pérdida de su poder adquisitivo. Por primera vez en la historia de la humanidad existió algo como “intereses negativos” que no es otra cosa que un robo institucionalizado. Y este proceso, lejos de parar, se va a agravar.
Sin embargo, a Dios no le agrada esto. La ley de Moisés prohíbe un uso fraudulento del dinero:
“No hagáis injusticia en juicio, en medida de tierra, en peso ni en otra medida. Balanzas justas, pesas justas y medidas justas tendréis.”2
También Isaías habló en su momento en contra del uso manipulador del dinero y de mercancías:
“Tu plata se ha convertido en escorias, tu vino está mezclado con agua. Tus príncipes, prevaricadores y compañeros de ladrones; todos aman el soborno, y van tras las recompensas; no hacen justicia al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda.”3
No conozco ningún versículo que caracterice mejor el actual sistema monetario. Es un sistema que usa medidas fraudulentas y favorece a los que establecen las reglas de juego en detrimento de los demás.
Isaías señala la injusticia de los gobernadores, a los que describe como homicidas, compañeros de ladrones y corruptos, cuyo fin es conseguir sobornos. Pero no sólo esto concuerda con el mundo de hoy en día. Llama la atención que Isaías denuncia que la plata y el vino se han envilecido. Lo interesante aquí es que el profeta culpa de este pecado directamente al poder político. Es realmente grave que casi tres milenios más tarde su mensaje siga dando en el clavo. Hoy en día podemos observar un envilecimiento de la moneda institucionalizado a través de los bancos centrales.
Pero ocurrió algo inesperado.
En medio de la mayor crisis financiera de la reciente historia, bitcoin entró en escena. Su inventor se llama Satoshi Nakamoto. Se desconoce quién se esconde detrás de este seudónimo japonés. No se sabe ni siquiera si se trata de una persona o de un grupo de programadores. Satoshi no ha dejado rastro. Pero su invento sigue avanzando sin parar.
El 3 de enero de 2009, la red de bitcoin empezó a funcionar cuando Satoshi minó el primer bloque de la moneda digital. El funcionamiento de bitcoin se basa en una nueva tecnología, llamada “blockchain”4. En el código base de este primer bloque, llamado bloque de Génesis, está escrito el titular del rotativo británico The Times de aquel día:
“… 3 de enero 2009: ministro de Finanzas a punto de llevar a cabo un segundo rescate de la banca”.
Satoshi había creado algo para declarar la guerra a la manipulación masiva de los mercados financieros.
La primera transacción en el mundo real con bitcoin tuvo lugar en 2010, cuando el programador Laszlo Hanyecz pagó 10.000 bitcoins por una pizza, unos 25 dólares. Un bitcoin valía en aquel entonces 0,25 céntimos. A precio de hoy, la pizza valdría 550 millones de dólares. Sin lugar a dudas era la más cara del mundo.
El 22 de febrero del año siguiente, bitcoin llegó al precio de 1 dólar y dos años y medio más tarde igualó al de una onza de oro, unos 1.200 dólares. En diciembre 2017, llegó al precio de casi 20,000 dólares. Pero a lo largo de los próximos dos años la criptomoneda cayó casi un 80% hasta alcanzar el nivel de 3.500 dólares. Desde entonces no para de subir y a día de hoy vale unos 55,000 dólares.
¿En qué consiste entonces la revolución de Bitcoin?
Se ha creado un medio de pago y - lo que es aún más importante - un valor de refugio perfectamente adaptado a la era digital. Algunos lo han llamado incluso el “oro digital”. Pero no solo esto: bitcoin es al mismo tiempo una red mundial de pagos, independiente y segura.
Por primera vez en un siglo, se consigue una separación entre Estado y dinero. Porque con la creación de la Reserva Federal en 1913, empezó un siglo de continuada manipulación de nuestras divisas por gobiernos y bancos centrales. Nunca hay que olvidar: sin los bancos centrales las dos guerras mundiales no se hubieran podido financiar. Bitcoin, sin embargo, no es manipulable. No obedece a las ordenes da nadie. No tiene CEO. No tiene sede corporativa. No tiene cuentas que se puedan embargar.
Pero esto no es todo. A diferencia de nuestros euros, dólares y yenes, bitcoin no se puede crear de la nada apretando un botón, sino que obedece a un proceso de producción muy complejo basado en criptografía y matemáticas. En más de una década de su existencia, ningún hacker ha sido capaz de comprometerlo. Decenas de miles de ordenadores en todo el mundo vigilan por la estabilidad de la red que está completamente descentralizada.
Y hay otro aspecto muy interesante: bitcoin es deflacionista. Es decir: a diferencia de nuestras divisas actuales, tiene un límite: nunca habrá más de 21 millones de bitcoin. Nadie será capaz de crear ni uno más. En la medida que crece su popularidad aumentará su valor porque cada vez será más difícil de conseguir.
Aún hay más: el valor de bitcoin radica en el hecho de que es una red que permite pagos sin intermediarios. Y da lo mismo si uno paga a su vecino de al lado o a una empresa en Abu Dhabi o Singapur. La transacción es casi instantánea y suele costar solo la fracción de un euro. El coste de la transacción no depende del importe que se transfiere y nadie puede impedirlo. Para bitcoin no funcionan los embargos, restricciones y prohibiciones.
Pero antes de que ahora alguien ponga el grito en el cielo para señalar a bitcoin como moneda de mafiosos y criminales, más allá de su supuesto despilfarro de energía: las transacciones son públicas y pueden ser verificadas - pero no controladas - por cualquier persona que lo desee. Es como una hoja de cálculo virtual, transparente y pública. Y en cuánto a su impacto medio ambiental: el 95% de la energía que se consumen en las “granjas” donde se mina bitcoin es producido por energías renovables en instalaciones construidas exclusivamente para este propósito.
Todo esto ha tenido un efecto interesante. Ahora por primera vez en la historia, aquellos que no tenían acceso a una cuenta bancaria pueden crearse un monedero de bitcoin en su móvil en menos de un minuto. Esto explica la gran popularidad de la cripto divisa en las economías emergentes. Un buen ejemplo es Nigeria donde una parte importante del comercio acepta y funciona con bitcoin. Lo mismo ocurre en otros países africanos, latinoamericanos y asiáticos. Para un número creciente de venezolanos, cubanos y libaneses, por ejemplo, bitcoin es más que un capricho digital. Para ellos significa poder sobrevivir. Ahora cualquier persona puede tener acceso a un medio de pago de última generación. Para eso no necesita ni un banco, ni un producto fintec. Bitcoin funciona para todos. Es la perfección de la democracia financiera.
Los que creemos en la Biblia como norma de fe y vida, deberíamos siempre acoger con agradecimiento todo lo que obedece a la honestidad y justicia.
Bitcoin cumple los requisitos clásicos de dinero: es escaso, transportable, reconocible, no perecedero y divisible. Y por ser un producto digital se adapta perfectamente a nuestros tiempos.
Pero hay un aspecto que sobresale: es un medio de pago y un valor de refugio justo que no puede ser manipulado por ningún Estado y ningún gobierno. No conoce ideología, ni es partidario. No es una marca registrada. Es de código abierto y a disposición de todos. Es completamente imparcial.
Será por esta razón que arrasa. Y personalmente opino que sea quien fuere su inventor, nos ha hecho un gran favor. Desconozco si Satoshi Nakamoto y su equipo son creyentes. Pero lo que han inventado debería alegrar a cualquiera que cree en la justicia, la honestidad y la igualdad de oportunidades para todo el mundo. Una divisa refleja el carácter de aquellos que la acuñan. El euro y el dólar se basan sobre el engaño y el fraude. No en vano Jesucristo preguntó de quien era la cara representada en el denario que tenía en mano. La moneda romana, inflacionista por cierto, representaba la persona y el carácter del emperador romano.
Una sociedad justa y libre necesita un medio de pago justo y libre. Y todos las divisas que no cumplen con esto volverán a su valor intrínseco: cero5. Los tiempos están cambiando. Y como en este caso, para mejor.
Notas
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
Estudiamos el fenómeno de la luz partiendo de varios detalles del milagro de la vista en Marcos 8:24, en el que Jesús nos ayuda a comprender nuestra necesidad de ver la realidad claramente.
Causas del triunfo de Boris Johnson y del Brexit; y sus consecuencias para la Unión Europea y la agenda globalista. Una entrevista a César Vidal.
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José era alguien de una gran lealtad, la cual demostró con su actitud y acciones.
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