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Entendiendo los tiempos: el viaje hacia el siglo XXII

Estamos ya en medio de uno de estos cambios de época que cambiarán este mundo profundamente. Pero cada crisis es una oportunidad.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 03 DE FEBRERO DE 2021 11:56 h
Imagen de [link]Joshua Sortino[/link] en Unsplash.

“Es difícil hacer predicciones, especialmente del futuro”, dice una frase irónica que se atribuye a Niels Bohr. Y así es. Todo el mundo tiene sus ideas en cuanto a lo que va a pasar a corto o largo plazo. Pero pocos aciertan. Y otras cosas ocurren sin que nadie lo tenía en el radar. A nadie se le ocurrió prever un invento como el omnipresente smartphone, por ejemplo.



En el mundo evangélico hablar del futuro es doblemente complicado, porque tenemos el agravante que siempre hay los que acaban cualquier debate sobre el tema con el argumento que el Señor de todos modos vuelve pronto. Y se acabó el tema.



En esta nueva serie quiero escribir sobre nuestro entendimiento de los tiempos. Esto incluirá también el futuro. Desde luego, no intentaré hacer predicciones. Lo que sí me gustaría lograr es hacernos reflexionar en cuanto a lo que nos espera en las próximas décadas. Porque siempre cabe la posibilidad de que el Señor tenga otra escatología distinta a la nuestra. Como cristianos evangélicos nos conviene no ir siempre a la zaga de los acontecimientos, sino anticipar por lo menos algunos desarrollos o por lo menos ser conscientes de ellos.



El entendimiento cristiano de la historia es lineal. Es la diferencia con las perspectivas paganas que suelen ser cíclicas y cuya lectura de la historia es pesimista y carente de sentido. La historia no es un cúmulo de acontecimientos inconexos sino tiene sentido y forma parte de los planes divinos.



El panorama bíblico tiene un comienzo - la creación - y va hacia un punto final - la vuelta de Cristo al final de los tiempos. En medio queda su obra redentora, culminada por su resurrección y ascensión al cielo. Los demás acontecimientos forman parte de este hilo conductor. La extensión del Reino de Dios, en parte se ve condicionada por acontecimientos que consideramos “seculares”. Pero por otra parte es precisamente la fe cristiana la que ha moldeado e influenciado profundamente la historia de este mundo.



Un ejemplo de esta verdad es la obra “la ciudad de Dios” de Agustín de Hipona. Como pocas obras literarias - aparte de la Biblia - ha marcado siglos de pensamiento cristiano.



El trasfondo de la obra es el hundimiento de Roma. Un imperio que había permanecido durante medio milenio en la cúspide del poder. En los tiempos de Agustín su capital fue saqueada por los visigodos. Ocurrió en el año 410.



No es difícil de imaginar que esto supuso un problema muy importante para más de un cristiano en aquella época que se preguntó: ¿hemos llegado al final de la historia? ¿Es ahora qué Cristo va a volver? Y si no: ¿qué saldrá de las cenizas de Roma, ese imperio que al final adoptó la fe cristiana?



El hundimiento de Roma significaba el ascenso y la gloria del imperio bizantino, heredero de Roma y baluarte de la fe cristiana durante 1000 años. La conquista de Constantinopla por los musulmanes en 1453, el invento de la imprenta 13 años antes, el descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492 y la Reforma protestante que comenzó en 1517, marcan ocho décadas de acontecimientos que dejan notar sus consecuencias hasta el día de hoy. Y cada uno tenía su significado para la expansión del evangelio.



Pero el saqueo de Roma y la destrucción de la cultura greco-romana también significaba un retroceso de siglos para Europa occidental. Fue el ímpetu del renacimiento y la Reforma que marcó un nuevo hito en la historia.



El siguiente cambio de época ocurrió al final del siglo XVIII con la revolución francesa. Surgieron los estados nacionales con sus coaliciones y bloques que al final nos dieron dos guerras mundiales. Eran doscientos años dominados por el pensamiento racionalista que encontró su final exactamente 200 años después de la toma de la Bastilla con la caída del muro de Berlín. Desde entonces los acontecimientos y cambios presagian una verdad que para la mayoría parece preocupante: grandes cambios - como solo ocurren cada doscientos o trescientos años - se están produciendo delante de nuestros ojos. El centro de gravedad de este mundo se traslada de Occidente a Oriente con el surgimiento de una nueva potencia mundial en el este asiático.



Si algo ha caracterizado a los evangélicos en estos últimos 200 años es su creciente pesimismo inspirado por sus correspondientes escatologías derrotistas y pesimistas. Poco se nota de una cosmovisión optimista, positiva, creativa y animadora, fruto de la Reforma, e inspiración para muchos grandes logros de los últimos cinco siglos.



Un buen ejemplo para eso es la actual pandemia. Históricamente hablando es apenas digna de mención en cuanto a la pérdida de vidas humanas si la comparamos con el brutal impacto de las recurrentes olas de la peste negra en Europa u otros azotes no menos mortíferos y devastadores entre guerras, desastres naturales, hambrunas y epidemias.



Y sin embargo para más de uno el covid es el claro cumplimiento del primer jinete apocalíptico - porque además lleva corona1. Lo más curioso es que este pesimismo generalizado se ha extendido también entre los que no se consideran creyentes. Parece que todo lo que nos rodea también nos amenaza.



En esta nueva serie que empiezo hoy en mi columna de “teología” quiero aportar algunas reflexiones para una visión del futuro. Hemos recorrido ya casi la cuarta parte del camino hacia el siglo XXII y prácticamente cada semana nos trae nuevos inventos, tendencias, tecnologías y acontecimientos históricos. Todos y cada uno de ellos se pueden usar para mal. Esto es cierto. Pero también pueden convertirse en una bendición si se usan para el bien de todos. Como cristianos vamos a tener que aprender una vez mas a convivir con lo nuevo y usarlo para la gloria de Dios. Nuestra meta como cristianos debe ser siempre llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. La cosmovisión cristiana tiene su punto de partida en Cristo y quiere evaluar y usar todo lo que hay y lo que habrá para su gloria.



Y esto nos debería inspirar a encararnos al futuro no con temor a perder lo que guardamos, sino con ganas de conquistar lo que aún no tenemos. Preguntas como las siguientes no deben ser un tabú:



¿Cómo se vivirá la fe cristiana en un mundo digitalizado y globalizado? ¿Habrá algún día iglesias en la luna y en marte? ¿Cómo se recogerán ofrendas cuando el dinero en metálico haya dejado de existir? ¿Podemos imaginarnos vivir mucho más tiempo que en la actualidad porque se habrán erradicado muchas enfermedades? ¿Cómo se pueden evitar desarrollos nefastos? ¿Cómo podemos frenar el avance de ideologías totalitarias? ¿Dónde está el lugar de la Iglesia en un mundo que potencialmente puede controlarlo todo?



Son muchas preguntas. Pero cada respuesta empieza con una pregunta.



Para mí queda una cosa clara: solo la fe cristiana puede evitar que el desarrollo de la humanidad tome un rumbo desastroso. Solo la fe que se basa en la revelación bíblica impide que este mundo se convierta en un infierno en las próximas décadas. La sal conserva y la luz alumbra el camino.



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Nuestras creencias, no solamente se reducen a las cuatro leyes espirituales o a un compendio de teología sistemática. La fe no solamente se confiesa, sino que también se vive.



Agustín proyectó en su libro la idea de la lucha continua entre las fuerzas del mal y el pueblo de Dios. Para vencer, el pueblo de Dios tiene garantizada la ayuda divina y su intervención en momentos claves. Pero al mismo tiempo hace falta tener un proyecto, una visión del futuro en el cual queremos vivir con la ayuda de Dios. Y para conseguir esto, no está prohibido aventurarse y arriesgarse. No es un pecado ser innovador y pensar en nuevas soluciones a problemas antiguos. La cosmovisión cristiana no puede ser una copia calcada de proyectos y programas inspirados por ideologías seculares a las que se añade un toque de espiritualidad y mucha moralina.



Vamos hacia una meta y en este camino, marcado por los acontecimientos claves de la historia de la salvación, tenemos que evaluar e interpretar los tiempos a la luz de la revelación divina. Tenemos que ser “entendidos de los tiempos”2.



En mi opinión, estamos ya en medio de uno de estos cambios de época que cambiarán este mundo profundamente. Y no solamente son acontecimientos agradables.



Pero cada crisis es una oportunidad, cada catástrofe nos da la posibilidad de corregir el rumbo, cada accidente nos permite recoger los escombros para construir algo mejor.



La pregunta fundamental que queda es la siguiente: ¿es el evangelio capaz de cambiar vidas humanas de una forma profunda y duradera? ¿Es el mensaje de Cristo y de su obra lo suficientemente poderoso para inspirar a hombres y mujeres a llevar las buenas nuevas hasta el último rincón de esta tierra? ¿Tiene el Espíritu Santo suficiente poder para abrir multitud de corazones para la verdad divina? Si no es así, entonces será mejor que nos encerremos en nuestras iglesias a esperar lo que se nos viene encima con resignación. Pero si podemos dar una respuesta afirmativa a las tres preguntas, entonces deberíamos empezar hoy a dar pasos en esta dirección.



En las próximas semanas quiero profundizar un poco en este tema. Algunas de mis afirmaciones, serán provocativas. Pero así nuestro pensamiento funciona mejor: con un poco de adrenalina.



 



Notas




1 Apocalipsis 6:2





2 1Crónicas 12:32



 

 


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COMENTARIOS

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Francisco Gomez Garcia
13/02/2021
15:03 h
1
 
Pocas esperanzas hay para este mundo carcomido por el cancer del pecado.Pero los cristianos no tenemos esperanza en este mundo sino que vemos el final del mismo y la llegada de nuestro SALVADOR JESUCRISTO
 



 
 
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