Una sociedad que vive su sexualidad de forma desenfrenada, es una sociedad pagana y precisamente ahí está el problema.
“No cometerás adulterio”
Una consecuencia directa del menosprecio del séptimo mandamiento en nuestra sociedad es la revolución sexual. Estaba en la agenda del movimiento del 68 y de su expresión académica: la escuela de Frankfurt. Sus exigencias de la nivelación de los sexos, el levantamiento de todos los tabúes habidos y por haber en su momento sonaban a locura y utopía. Ahora son una realidad.
La sociedad occidental está obsesionada con el sexo, de eso no cabe duda. Que el séptimo mandamiento prohíbe el adulterio y por implicación otros pecados sexuales parece a la inmensa mayoría de la gente de nuestro entorno simplemente un dato curioso de un tiempo remoto, sin importancia.
Una sociedad que vive su sexualidad de forma desenfrenada, es una sociedad pagana y precisamente ahí está el problema. La relación matrimonial entre un hombre y una mujer según la Biblia es un pacto. Ese pacto es un ejemplo del amor entre Dios y su pueblo, Cristo y su Iglesia. En la medida que una sociedad se aleja de Dios empieza a romper las barreras que Dios ha puesto en el ámbito sexual y convierte la analogía divina en una tragedia.
La cruda realidad es: según Apocalipsis 21:8 y 22:15 personas que han convertido este tipo de pecados en su estilo de vida no tienen acceso a la ciudad celestial. Pero está muy de moda amoldar la afirmación del texto bíblico a las exigencias la escuela de Frankfurt. Desde el punto de vista de una exégesis bíblica rigurosa y de sentido común, es evidente que una persona que peca contra el séptimo mandamiento está cometiendo antes que nada un acto de rebelión contra Dios, como David lo expresa elocuentemente en el salmo 51. Es cierto que este tipo de pecado siempre se menciona en una lista con otros pecados como el homicidio, el ocultismo y la idolatría. Pero esto no necesariamente supone un gran alivio. Y además no es lo mismo, como veremos en un momento.
Otro fenómeno algo más reciente, pero que va en la misma línea, es la re-definicón del género que está inundando nuestra sociedad y sobre todo los centros de educación. Ésta ideología - que no solamente carece de sentido común sino también de rigor científico - demanda el derecho a autodefinir la orientación sexual de cada uno ofreciendo entre 50 y 100 diferentes categorías, con tendencia ascendente. Lo que hace unos años aún sonaba a chiste de algún programa de entretenimiento, ya es realidad y barra de medir de la corrección política. Según los defensores de esta ideología, no existen diferencias entre los sexos. Son simplemente modos de comportamiento que hemos aprendido por la educación de padres y profesores que no estaban a la altura de la erudición de nuestros expertos y políticos actuales.
La legalización de la pornografía y todo lo que conlleva juntamente con la llamada “libertad sexual” en todas las áreas, nos ha convertido en una sociedad donde el negocio con el sexo mueve miles de millones de euros y ha convertido a nuestros jóvenes y adultos en personas vacías en búsqueda del amor verdadero que ya no parece existir. Además, por medio de internet se tiene ahora acceso al mundo pornográfico de forma instantánea.
No sorprende que la idea “felicidad y fidelidad matrimonial” solamente levante sonrisas aburridas e incrédulas. Los últimos 50 años han formado una sociedad que vive su liberación sexual y se ha vuelto al mismo tiempo vacía, cínica e infeliz. Una persona joven que hoy a la edad de 16 años no ha tenido relaciones sexuales se considera ya un caso para el psicólogo.
En vez de adaptarse a este desarrollo que es simplemente síntoma de una sociedad en plena disolución, sería conveniente que la iglesia recapacite y enseñe a sus propios miembros lo que es la ética sexual bíblica, porque en los programas de televisión o en los colegios no lo van a aprender. Al fin y al cabo es lo que Dios espera de de su pueblo. Esto también incluye un tema tabú: el abuso sexual en familias supuestamente cristianas en el seno de una iglesia. Como evangélicos, deberíamos ser muy cautos a la hora de señalar con el dedo a ciertos sacerdotes que pasaron líneas rojas en esta área. Esto no es solamente un fenómeno en la iglesia católica, ni muchísimo menos. Detrás de una fachada de buen cristiano, anda por allí más de un abusador en nuestras iglesias, beneficiándose del hecho de que sus hermanos miran al otro lado.
Por cierto, el argumento que los pecados sexuales son iguales que los demás, no es cierto. Pablo lo niega precisamente en 1 Corintios 6:18 en su carta a una iglesia que bastantes problemas tenía en esta área.
Por mucho que hayan cambiado los tiempos y las normas éticas en nuestra sociedad, no cabe ninguna duda de que la Biblia no admite las relaciones extra-matrimoniales, ni pre-matrimoniales, ni homosexuales, ni prácticas sexuales que para Dios son abominables.
Pecados sexuales en términos generales se llaman en la Biblia “fornicación”. Que Dios prohíbe en muchos lugares explícitamente las relaciones extra-matrimoniales es un hecho conocido y no necesita ser comprobado específicamente en este contexto. No es así con las relaciones pre-matrimoniales por la sencilla razón que esto se daba por hecho. Sin embargo, hay un texto central que establece con claridad las normas divinas. En Génesis 2:24 leemos:
“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”
El “dejar” la casa paterna se lleva acabo formalmente en un acto público. El texto recoge este hecho con mucho cuidado al no decir: “y se unirá a su prometida o a su novia”.
Manteniéndose puro y en consonancia con la voluntad de Dios, no solamente honra al conyuge, sino también a Dios como creador. Los argumentos que a veces se oyen en círculos cristianos para justificar las relaciones pre-matrimoniales vienen de cualquier lugar menos de la Biblia. La Iglesia del Señor tiene por lo tanto la tarea de hacer todo lo posible para que los creyentes (y también los no-creyentes) entiendan lo que es la voluntad de Dios.
En este contexto, quiero resaltar específicamente que el adulterio no solamente se limita a una unión física. Jesucristo menciona en Mateo 5:28 la función de los ojos. Y esto me lleva a otro tema porque supone uno de las grandes peligros para el cristiano al inicio del siglo XXI: la pornografía en internet.
Es una amenaza directa. El porcentaje de creyentes y pastores que consumen pornografía en internet es escalofriante. De esto se ha escrito en este medio en varias ocasiones. Con una situación así, ¿quién puede poner en duda el enorme daño que el consumo pornográfico online está causando a la vida espiritual de un creyente? Y esos creyentes debilitados se van sumando y en su conjunto son directamente responsables de una de las mayores tragedias dentro de las iglesias en nuestros tiempos. Eso sí: es una tragedia silenciosa, escondida y bien guardada. La credibilidad y la fuerza moral y espiritual del cristianismo se ven gravemente afectadas por este comportamiento. El daño causado por la adicción a la pornografía para la Iglesia del Señor es incalculable. No cabe otra cosa que predicar el arrepentimiento, llamando al pan pan y al vino vino y enseñar con el ejemplo.
Y quiero mencionar otro tema: la apabullante influencia que ejerce la lobby que promueve y defiende la homosexualidad es tan evidente que no quiero dedicarle mucho espacio. Solo cabe constatar: la homosexualidad practicada es un pecado condenado en el AT y el NT en tantos lugares que de nuevo no hace falta ni especificarlos. Desde hace mucho tiempo un artículo que versa sobre el tema está entre los más leídos en Protestante Digital. Solamente una exégesis deficiente y chapucera es capaz de torcer estos textos bíblicos de tal modo que algunos luego se atreven a proclamar que la Biblia no dice nada en contra de tales prácticas o que no son lo que parecen. Aunque la legislación actual en la totalidad de los estados de la UE concede al colectivo homosexual el derecho de contraer matrimonio e incluso adoptar hijos, la postura de la Biblia debe ser la postura del creyente: la homosexualidad practicada es un pecado según la Biblia y por lo tanto no es una opción para un cristiano. Y a menos que arranquemos los versículos correspondientes de la Biblia, allí lo quedará para siempre.
De la misma manera es evidente que la Biblia habla desde el primer momento de las diferencias entre hombre y mujer. No son dos papeles intercambiables. No tienen las mismas funciones, ni son iguales en su forma de ser. No es cuestión de superioridad o inferioridad es simplemente el hecho de ser diferentes. Que esto no tiene nada que ver con la absoluta igualdad delante de Dios, debería ser evidente. En cuanto a la salvación en Cristo, no hay diferencia entre hombre y mujer. Pablo lo constata claramente en Gálatas 3:28.
La Iglesia, por lo tanto, debe rechazar tajantemente todos los intentos de la nivelación de las diferencias creadas por Dios.
Y un último tema quiero mencionar en este contexto: las iglesias no deben, ni pueden callarse ante casos de abuso sexual o violencia doméstica entre sus miembros. Los niños y las mujeres deben estar bajo protección especial de los que tienen autoridad en la iglesia. Mirar para otro lado no es una solución. El machismo que se cree superior y con todo el derecho de imponer su criterio por la violencia verbal o física es una ofensa contra Dios y una perversión de lo que Dios ha creado: el matrimonio.
Una de las mejores contribuciones que la Iglesia puede hacer para renovar la sociedad es ofrecer enseñanza bíblica sobre estos temas y hacer todo lo posible para fomentar una vida familiar cristiana. Esto tiene que ser una de sus prioridades más importantes. Y nunca se debe olvidar: <. No es un museo de santos, sino un hospital donde se ofrece ayuda y sanación a aquel que se ha dado cuenta de su pecado. El creyente no es mejor que nadie, pero es alguien que sabe dónde dejar las cargas del pecado para recibir perdón y vida nueva.
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