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¿Para qué orar si también puedes preocuparte?

Es mediante la oración que tomamos conciencia de que nuestras cargas las lleva el Señor y no nosotros.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 23 DE DICIEMBRE DE 2020 17:00 h
Foto de [link]Nik Suliahin[/link] en Unsplash CC.

Uno de los mejores libros que se han escrito sobre la oración es el clásico Prayer (Oración) del pastor noruego Ole Hallesby. Que yo sepa no está disponible en castellano. En el libro nos cuenta la historia de una vieja y solitaria mujer campesina. Se fue a la ciudad cercana para hacer algunas compras. Colocó todo en su mochila enorme y se puso en camino para volver a casa. 



Andando por la carretera, se encontró con un vecino que volvía por el mismo camino en un carro tirado por dos caballos. El hombre la invitó a subir y la mujer aceptó con agradecimiento. Se puso al lado del conductor, pero no se quitó la mochila de su espalda. “¿No quieres poner la mochila aquí detrás para viajar más cómoda?”, preguntó el conductor. Pero la mujer le respondió: “Los caballos ya tienen bastante carga llevándome a mí. Prefiero llevar mi propia carga. De esta manera alivio por lo menos un poco su trabajo.”



Hallesby cuenta esta historia para ilustrar un problema que no nos es ajeno. Si Jesucristo es nuestro Señor, pero a la vez seguimos intentado llevar nuestras cargas pesadas, somos igual de necios que la señora mencionada. 



La buena noticia es que vamos en el carro del Señor camino a nuestro destino. No hace falta llevar las cargas de nuestra vida en nuestras espaldas. Es completamente inútil.



La oración es el antídoto contra nuestras preocupaciones. Porque es mediante la oración que tomamos conciencia de que nuestras cargas las lleva el Señor y no nosotros. Es curioso que poco después de hablar de la oración en el Sermón del Monte, Jesucristo habla de lo inútil que es preocuparse. Dios cuida de las flores y de los pájaros. Y sin lugar a duda se va a acordar de los suyos.



La oración es un lugar idóneo para reconocer esa gran verdad: los destinos del universo están en manos de un Dios todopoderoso que nos ama. Pero no solamente cuida de lo grande, sino hasta del más mínimo detalle de nuestras vidas. Los que oran reconocen que Dios está en control. De lo contrario pueden ahorrarse tiempo y esfuerzo. Porque si Dios no está en control, no tiene sentido orar. 



Y el que reconoce que Dios está en control vive mucho más tranquilo y va ligero de bagaje. El secreto consiste en no coger de nuevo las cargas entregadas al Señor a la hora de enfrentarnos con los desafíos de la vida. Y dejando esas cargas con Él, la vida se ve de otra manera.



1 Juan 5:14 expresa una de las verdades más sorprendentes y alentadoras sobre la oración: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.” 



Dios nos oye. Pero esto no significa que recibimos lo que queramos, sino que estamos en mejores manos que las nuestras. Es una actitud insólita y arrogante suponer que todo iría mejor si Dios nos diera todo lo que pedimos de él. Claro, nunca lo decimos así, pero de forma subyacente es muchas veces nuestra actitud, juzgando por lo que pedimos.



Las cosas no son así. El Señor no es Papá Noel que hace todo lo posible para cumplir con la lista de nuestros pedidos. Gracias a Dios - y nunca mejor dicho- que muchas veces no nos da lo que pedimos, sino todo lo contrario. Es unas de sus muestras de amor menos comprendidas. Nuestras oraciones se deben someter a su voluntad, nos guste o no nos guste.



Es por esta razón que Dios nos ha dado su Espíritu Santo. Él nos dirige en nuestras oraciones para hacernos entender lo que debemos pedir y como pedirlo. Es casi como si el Espíritu Santo fuera el artesano que moldea nuestras oraciones de tal manera que sean aceptables para el Padre. Es lo que Pablo expresa así: “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”.



Podemos comparar la oración con un niño de dos o tres años que está sentado en el regazo de su madre o su padre. El niño sabe que en este momento nada le puede pasar. Los padres escuchan lo que dice y lo que pide el niño. El niño a su vez aprende que no va a recibir todo lo que pide. Esto le ayudará a llegar a ser adulto y responsable. Pero a la vez sabe que sus padres le aman y le cuidan. 



Esta es una de las experiencias más inolvidables para aquellos que hacen de la oración una costumbre que por nada quieren cambiar: saber que estamos sentados en el regazo del Señor del universo. El sabe lo que es mejor para nosotros. Nada en el mundo nos dará más seguridad y confianza que esto.



Y en este contexto, nuestras preocupaciones aparecen en una nueva luz; en el fondo son una forma de incredulidad. Simplemente no creemos que Dios sea capaz de ordenar nuestras vidas de tal manera que al final saldremos ganando. No nos cuesta creer que Dios ha creado todo lo que vemos y cuida de su universo de una forma que asombra. Pero el mismo Dios parece incapaz de resolver los problemas de nuestra vida.



Es una actitud incoherente, como el ejemplo de la mujer con su mochila. Lo sabemos teóricamente. La realidad es otra.



Una consecuencia de este concepto deficiente de la oración son las listas largas de las cosas que le pedimos al Señor que se asemejan peligrosamente a nuestras listas de la compra. Pedimos a Dios esto y lo otro, para nosotros, para nuestras familias, para nuestro país y para todo el mundo. Y muchas veces, parece que Dios sigue con sus planes y no tiene en cuenta lo que pedimos. Para muchos esto llega a ser una continuada frustración. Algunos incluso llegan a la conclusión: Dios no me escucha.



Pero es curioso: este tipo de oraciones, vamos a buscarlas en vano en las páginas de la Biblia. Los primeros cristianos tenían otro enfoque.



Voy a poner solo un ejemplo: en Hechos 4 vemos a la iglesia de Jerusalén reunida en oración. Las autoridades habían amenazado a los apóstoles Pedro y Juan con consecuencias severas si no dejaban de proclamar el evangelio. La iglesia sin embargo no se dejó intimidar. Tampoco tenían un plan de emergencia, ni siquiera una lista de motivos de oración que sepamos. No oraron por protección, por libertad religiosa o por un cambio en la actitud de las autoridades. La iglesia descansaba en la soberanía divina. Sabían que el Señor cuidaría de su Iglesia. Eso lo había prometido. Y en cuanto a su seguridad personal: parece que poco les importaba. En su reunión de oración, sus peticiones se concentraban en una sola cosa: “… concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra.



Esto nos enseña más sobre la oración que muchas páginas de verdades teóricas. Dios cuida de los suyos. Esto es un hecho. Y nos libera para concentrarnos en las cosas que realmente importan: la gloria de nuestro Dios y la proclamación de su evangelio. 



Este enfoque de la realidad de la vida debería liberarnos del intento de querer gobernar este universo a través de la oración, diciéndole a Dios lo que debería hacer. Intentar gobernar el universo es muy pesado, salvo para Dios. Y Él está en control. Esto nos debería quitar un gran peso de encima.


 

 


2
COMENTARIOS

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Alfredo
24/12/2020
21:18 h
2
 
Porque si Dios no está en control, no tiene sentido orar. Gracias por esta útil reflexión
 

Francisco Gomez Garcia
24/12/2020
13:19 h
1
 
Asi es VENID A MI LOS TRABAJADOS Y CARGADOS Y OS HARE DESCANSAR( MAT 11:28-30)
 



 
 
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