El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Coloquio íntegro con posturas enfrentadas, entre creyentes, ateos y agnósticos, en la Universidad de Castilla-La Mancha, sobre la existencia de Dios, el problema del sufrimiento o las razones de la fe.
La angustia de Jesús fue el medio de curar la nuestra.
El duelo se cruza en la vida como un proceso que obliga a pararse, reflexionar y mirar cara a cara el dolor y la tristeza. Es imprescindible.
Es imperativo resaltar que, a diferencia de los de Cristo, nuestro dolor ni nos salva ni contribuye a expiar nuestros pecados. Pero, en el padecimiento con él, nos identificamos con Él.
La compasión duele, estrecha lazos, abriga, abraza. La compasión te acerca al prójimo cuando existe una fuerza que se empeña en separar.
No hay lujos, ni boato, ni grandezas, ni aparece rodeado de apoteosis pirotécnicas. Sencillamente, nace.
El dolor inmerecido de Jesús fue el que transformó la historia. Su muerte nos dio vida a nosotros.
Soy plenamente consciente de que mis padecimientos han sido insignificantes comparados con los de Pablo, pero también escribo en locura.
El sufrimiento del prójimo siempre debe ser algo prioritario. Eso es algo central y fundante en la misión diacónica de la iglesia.
Vivir una espiritualidad desencarnada no es vivir la espiritualidad cristiana que comporta toda una ética de servicio que nos lleva a ser las manos y los pies de Jesús en medio de un mundo de dolor.
El Cristo solo, abandonado, despreciado y angustiado es, en un sentido muy real, la prueba de la solidaridad de Dios en el sufrimiento.
El dolor de las pérdidas, deja huella en el corazón del ser humano, histórica, pero sobre todo para aquellos que les ha tocado vivirlo de cerca.
Un accidente aparatosísimo y extremadamente grave le estaba esperando. El curso de su vida daría un giro inesperado sin previo aviso.
Hoy quiero honrar a las madres que viven la persecución todos los días de sus vidas. No son conocidas, pero Dios las conoce.
En la vida nos enfrentamos a muchas y variadas aparentes contradicciones que no son, en realidad, incompatibilidades, sino paradojas.
La queja puede fortalecernos, moldear nuestro carácter y, a su vez, formar el carácter de una nación.
Se nos llena la boca hablando del amor de Dios. Sin embargo, a causa de las penas y los momentos malos perdemos la fe culpándole de todos nuestros pesares.
Dios no quiso crear máquinas parlantes sin sentimientos ni libre albedrío, sino que asumió el riesgo de formar personas libres para amar, odiar o pecar.
Aunque seamos inducidos por las circunstancias a hipotecar el llamamiento divino para salvar nuestra integridad física o emocional, del mismo Dios que nos encomendó y por el que sufrimos llegará la ayuda.
Nuestras experiencias más dolorosas, nuestros orígenes, todo ello son factores que nos influyen. Pero no tienen el lugar que se les ha dado en nuestra sociedad global materialista.
Ser cada vez más semejante a Cristo es el deseo de cada creyente, y es muy alentador saber que Dios tiene el mismo deseo profundo para nosotros.
No era del mundo, mas se sometió a nuestras vicisitudes menos favorables, como los que hoy tienen que hacer cola para conseguir unos papeles que los saquen de la ilegalidad.
Porque somos humanos y todo lo humano se puede tratar, para nosotros son importantes las historias que reflejan nuestro dolor y, al mismo tiempo, nos recuerdan que podemos ser amados, perdonados e incluso salvados.
Las heridas pueden ser una bendición. Todo depende de nuestra reacción a las circunstancias y no sólo la manera de enfrentarlas, sino también cómo las curamos.
La muerte era para Hemingway la liberación de la representación del papel que la vida parecía haberle asignado.
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