Si de conocerle a Él se trata, tarde o temprano no será sin lágrimas. Porque “el exilio” produce lágrimas.
Hablando del exilio del pueblo de Israel en Babilonia, escribió Eugene Peterson:
“Esto sigue sucediendo hoy en día. El exilio es lo peor que revela lo mejor (…) Cuando nos deshacemos de lo frívolo vemos lo esencial, y lo esencial es Dios. La vida normal está llena de distracciones e irrelevancias. Luego sucede la catástrofe: La dislocación. El exilio. La enfermedad. La pérdida del trabajo. El divorcio. La muerte. La realidad de nuestras vidas es reorganizada sin que nadie nos consulte o espere nuestra autorización. Ya no estamos en casa (…) El exilio revela lo que realmente es importante y nos libera para buscar lo que realmente importa, que es buscar al Señor de todo corazón”.i
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Cierto, las distintas etapas del pueblo de Israel en la antigüedad son como ilustraciones de lo que, a veces, sucede en nuestra vida.ii Cuando menos lo esperamos todo se desbarajusta y nos deja como del revés. En un sentido podríamos decir también que, “ya no estamos en casa”. Todo lo que habíamos soñado, planificado, construido y todo cuanto habíamos conseguido con cierta ilusión, dedicación y esfuerzo, lo hemos perdido. Ahora nos queda, o sentarnos y lamentarnos o mirar la forma de buscar lo esencial; y como dice E. Peterson, “lo esencial es Dios”. Esa es y debería ser la finalidad de todo proceso; incluido aquel del cual forma parte “el exilio”.
El problema es cuando a pesar de que el proceso hacia el descubrimiento de lo que es esencial comienza bien, no siempre termina acorde con el cumplimiento del propósito divino. Quizás sea porque damos por sentado que, como tenemos por ayudador al Dios del cielo y de la tierra, todo nos saldrá “a pedir de boca”. Pero en ninguna parte de las Sagradas Escrituras se nos enseña (¡ni se nos promete!) que dicho propósito se cumplirá sin que lleve aparejado algo o mucho de sufrimiento por causas varias. Al contrario. Ahora recuerdo que cuando era un joven creyente, leí un párrafo en un librito cuyo autor era el gran teólogo y estadista holandés, Abraham Kuyper, que decía:
“Las personas alaban a Dios y, de alguna manera pareciera que le conocen, le aman y le adoran mientras todo parece que les va bien, pero si de pronto les viniera una calamidad, como una enfermedad grave o la pérdida de un ser querido... vemos a menudo que, de pronto se revuelven contra su situación y aun contra Dios; entonces le maldicen y dejan de tenerle en consideración, culpándole de todo lo malo que les pasa”.iii
Es de suponer que eso suele suceder más entre creyentes que lo son de carácter cultural, tanto católicos como protestantes.iv Pongo por caso (entre otros que se podrían exponer) que hace más de 40 años, un joven pasó por nuestra comunidad y tenía mucho interés en lo que veía y oía. Cuando en una conversación con él le invitamos a seguir a Jesús se revolvió contra esa idea. ¿La razón? Hacía años su madre cayó enferma y él le pidió a Dios que la sanara. Su madre no sanó, sino que murió; el joven no le perdonaba a Dios que “le quitara” a su madre “cuando yo más la necesitaba”, decía. Su rostro y actitud expresaba enfado y un evidente rechazo. El joven ya no volvió más.v
Esa fue la evidente actitud de la mujer de Job, quien cuando vio que toda “su felicidad” se hundió por causa del infortunio, reprochó a su marido, Job, por mantener su integridad y confianza en Dios en medio de ese trágico “exilio” al cual fueron sometidos:
“¿Aún mantienes tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete!”vi
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Así la mujer de Job quedó sin aprender nada de toda aquella desgracia múltiple. En cambio Job terminó enriquecido con la mayor riqueza que los seres humanos podemos obtener: El conocimiento real y verdadero de Dios, delante del cual todas las cosas se ven en su debida perspectiva; sin que por eso lleguemos a entender todo cuanto ocurre en nuestras vidas:
“De oídas te había oído; más ahora mis ojos te ven. Por tanto, me aborrezco y me arrepiento en polvo y en ceniza”.vii
Algunos podrán preguntarse qué tiene que ver el que Job se aborreciera a sí mismo y el arrepentimiento del cual habla, con todo cuanto él había perdido a efectos familiares y bienes materiales. Pero no se trata de que “tenga que ver una cosa con la otra”, sino de que hay reacciones diferentes frente al dolor; una conduce a la luz y a la vida, sin quitar un ápice de dolor, dudas, angustia, etc., que se puedan producir a lo largo de las dolorosas experiencias, y otra conduce a la incredulidad, el resentimiento, la amargura, y la oscuridad. Esta lección la hemos tenido que aprender alguna vez cuando habiendo puesto todo el interés y esfuerzo en nuestra propia visión y empresa, reveses de distinta índole tumbaron, tanto nuestra visión como nuestra empresa. Al venirse abajo todo, no nos quedó otra “fórmula” que la dependencia de Aquel que lo permitió y tenía en sus manos la capacidad de comunicarnos algo que no habíamos visto ni apreciado antes: Él mismo y, por tanto, todo-suficiente. Entonces, lo que nosotros apreciábamos como “esencial” quedó atrás, y algo más de la esencia del Eterno nos fue comunicado. Pero, en definitiva, si de conocerle a Él se trata, tarde o temprano no será sin lágrimas. Porque “el exilio” produce lágrimas. A veces, lágrimas abundantes.viii Pero aun así damos a Él toda la gloria porque el resultado final, no tiene precio.
Notas
i Eugene Peterson 2006.
ii 1ªCo.10.6,11; Ro.15.4.
iii Como hace muchos años perdí el libro de Abraham Kuyper, cito de memoria dicho párrafo, por lo que es posible que la cita no sea literalmente correcta, pero sí lo esencial del contenido. De también ahí que falte la cita completa.
iv En los países con cultura católica o protestante, hay una gran población que, aunque se confiesan cristianos, lo son por haber cumplido con ciertas ceremonias y haber participado de la religión que, de alguna forma acompaña a dichas culturas, pero en el fondo no se da una fe personal con arraigo en las Sagradas Escrituras. De ahí que se den esos casos a los cuales se refiere Abraham Kuyper. Lo cual no quiere decir que no pueda darse en los demás creyentes.
v Los datos han sido totalmente cambiados.
vi Job, 2.9.
vii Job, 42.1-6.
viii Sal.137.1-6.
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