El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Para salvarnos no necesitamos las obras pero la sociedad necesita de ellas para mejorarse. Cambiemos nosotros.
Si caminamos por el mundo sin saber dar, ni darnos, vivimos en una contracultura bíblica, una cultura negra e injusta, propia del reino de la muerte.
¿Es difícil expulsar a nuestro propio yo del centro de nuestras vidas? No es fácil, pero es algo trascendental que nos lanza a lo eterno.
Si amamos a Dios, somos nosotros quienes debemos preocuparnos por ayudar a los demás.
Nuestra vida sería diferente si la gente nos comprendiese más y si nosotros hiciéramos un esfuerzo por comprender más a los que nos rodean.
Estamos convirtiéndonos en una sociedad del miedo.
Cuando se olvida al pobre, se le oprime, se le despoja o se pasa de largo ante su dolor, se imposibilita toda relación cúltica con el Dios de la vida.
¿Qué clase de cristianismo vivo si sólo me preocupa lo que pasa en “mi iglesia”? ¿Qué hay de “la Iglesia”?
Él siempre nos escucha y nos ayuda, aunque a veces parece estar lejano.
Hagamos uso lícito de lo que exponemos, porque no soy bueno, no quiero aparentar ser bueno.
Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
“Se trata más bien de todo un sistema”, dice el experto Federico Bertuzzi, cuyas implicaciones van “más allá” de la expresión de una fe privada.
Los obstáculos son parte del trayecto, solventarlos no está al alcance de todos.
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