Para salvarnos no necesitamos las obras pero la sociedad necesita de ellas para mejorarse. Cambiemos nosotros.
Nos gusta no pensar, no hacer. Pedimos a Dios que nos cambie sin hacer nosotros el más mínimo esfuerzo por cambiar nada. Exigimos paz cuando somos un ejemplo de lucha, rebeldía, egoísmo y amor propio. Nos acostumbramos a mirar al cielo desde una postura lejana y pasiva; cómoda y crítica. Ordenamos a Dios que cumpla nuestros deseos, que nos quite la pereza, que nos levante de la silla, de la cama, que nos eche a andar. Estamos seguros de que, al creer, todas nuestras carencias serán satisfechas, pero no es así.
Para salvarnos no necesitamos las obras pero la sociedad necesita de ellas para mejorarse. Cambiemos nosotros. No podemos esperar a que sea Dios quien haga lo que nos corresponde. No nos pongamos la vida tan regalona. Nuestra actitud ante la adversidad y la injusticia, cuenta. Es necesaria. Es porque tenemos al Señor por lo que podemos cambiar el mundo, dejar huella, reconstruirlo. No podemos sustituir el pasado, pero sí variar la dirección del futuro. Esa es la vida abundante que nos trajo Jesús, una vida comprometida con el mundo para sanarlo con el poder que el Señor nos da. No podemos entretenernos en minucias, ni calentando bancos, ni lanzando como piedras versículos manídos al aire a ver a quien le cae encima para luego esconder la mano; hay que dar la cara aunque nos lluevan las bofetadas. La vida cristiana es mucho más que asistir al culto los domingos y en cuatro coritos mal cantados pedir a Dios que actúe mientras nos cruzamos de brazos. Se trata de madurez espiritual, de levantarse y obrar, de equivocarse y mejorarse, de caer y proseguir. Es ensuciarse, tener el coraje de asumirlo y buscar enseguida el agua que nos limpie, porque somos terriblemente humanos, lo sabemos, no divinos. Es poseer la actitud de no detenerse porque parar es morir, porque inmovilizarse es separarse del encargo que tenemos y hacer el bien apremia, no podemos dejar para mañana lo bueno que podemos hacer hoy. Nuestra misión no es poner la mirada en el otro y esperar que haga lo que nos corresponde, cada cual es responsable de lo suyo. No se trata de buscar tranquilidad en el cristianismo sino acción.
Dice el novelista americano Ray Bradbury: Continuamos siendo imperfectos, peligrosos y terribles, y también maravillosos y fantásticos. Pero estamos aprendiendo a cambiar. Pongamos nosotros la voluntad en el obrar, pongamos a trabajar esos talentos y el Señor nos dará su conformidad, cambiemos.
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