El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Cinco versiones en diferentes idiomas del poema Un Dios nace (2011), de Leopoldo de Cervantes-Ortiz.
Eberhard Busch, último asistente que tuvo Karl Barth, ha sido uno de los mayores promotores del teólogo reformado suizo.
2019 será un “año barthiano”, sobre todo en Suiza, Holanda y Alemania, pues se conmemorarán los 100 años de la publicación de la Carta a los Romanos.
El tono existencialista de su teología, que nunca ocultó, le permitió someterse a un rigor y a una pertinencia que llaman la atención inmediatamente y sacuden al lector/a sin remedio, como cuando hace pedazos cualquier posibilidad de “salvar” la práctica religiosa o de “independizarse” de la Revelación divina.
El trabajo que manifiestan sus composiciones es algo de lo que más se ha celebrado en su labor lírica, pues esos textos poéticos son resultado de una búsqueda obsesiva hasta la incandescencia.
El avance de la derecha en el ámbito evangélico-político es demasiado intenso como para negar su realidad. Pero lo cierto es que, en los próximos años estará por verse el grado de impacto que pueda tener en la conformación de políticas públicas.
La libre interpretación protestante se engarzó con la práctica cultural de la lectura más amplia para las poblaciones.
Queda la esperanza de que al menos las comunidades de fe sean capaces de expresar de manera evidente la coherencia de la acción, con su mensaje religioso de amor y servicio.
Lo que hoy pasa por protestantismo no es más que una negación persistente, triunfalista y que se está orientando hacia el integrismo, de los ideales anticonstantinianos propios del anabautismo radical.
En esta historia, aún quedan muchos capítulos por escribirse, puesto que los sectores evangélicos, representados o no por partidos como el PES, seguirán reclamando su tajada de poder en los próximos años.
Tímidamente, la iglesia católica comenzaría a distanciarse de las políticas autoritarias del régimen, aunque su conservadurismo seguiría prácticamente incólume.
Sencillamente, el régimen autoritario de entonces no supo cómo tratar con una nueva generación que fue capaz de tomar distancia de los usos y costumbres políticos predominantes.
El alud de análisis y publicaciones sobre el 68 mexicano es ya bastante grande, y este año ha incorporado nuevas aportaciones. Uno de los mejores resúmenes es La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, de Jorge Volpi.
Amigo y coterráneo de Juan Rulfo, como él fue autor de una obra exigua pero sumamente festiva, pletórica de curiosidad.
La ruta intelectual y de escritura del teólogo protestante brasileño Rubem Alves (1933-2014) dejó una estela de luz que refulgirá durante mucho tiempo entre sus lectores.
La nueva definición de “iglesia”, sus nuevos signos, acordes todos ellos con el proceso encarnacional de la humanización, implicaban, entre otras cosas, que se trataba de una comunidad de gozo, al servicio de la historicidad humana, de la solidaridad, del sufrimiento mesiánico y de la apertura al futuro a partir de la dialéctica de la resurrección.
Por caminos separados, llegaron a un punto común de acuerdo en la proyección de la tarea cristiana en América Latina, acechada por una parte por los impulsos imperialistas de la época y, por la otra, por los esfuerzos renovadores para cambiar el rostro de la fe cristiana en unas sociedades sometidas trágicamente a los dictados del conservadurismo y la tradición.
Estamos pues, ante un manual de lectura urgente ante los diferentes brotes de escatologismo irresponsable y ajeno a la esperanza proclamada por las propias Escrituras.
Sus conclusiones, como no podía ser de otra manera, apuntan a lo que han desarrollado muchos exegetas posteriores: una sana comprensión del Apocalipsis encaminada hacia el fortalecimiento de una fe cristiana bien situada ante las diversas coyunturas socio-políticas.
Su orientación pastoral presidía, sin fisuras, la perspectiva del pensador evangélico.
Su enfoque es altamente crítico, en el mejor sentido, y quien lo lee y aprecia puede decir que a través de él traspone el umbral de la ingenuidad bíblica para hacerse presente en el ámbito de la hermenéutica más amplia y efectiva: crítica y profética, analítica y pastoral.
Chumacero no es de los poetas mexicanos más famosos en el extranjero. Pero si acaso fuera solamente por Responso del peregrino, merece un lugar entre los grandes autores de la lengua castellana.
No resta más que agradecer la amistad a toda prueba de las personas cercanas, dentro y fuera de México, que siempre han estado ahí, muchas de ellas compañeras del mismo dolor, exiliadas involuntariamente por creer y practicar la libertad y la pluralidad teológicas.
Roldán lleva de la mano al lector por los caminos preñados de espejos para encontrarse con el Dios del escritor, un Dios tan personal que se despliega en cada página como lo que es: un personaje tan livianamente construido, pero tan sólido en su armazón filosófica basada en las febriles lecturas de Spinoza y Schopenhauer.
Chumacero encuentra su voz desde sus primeros pasos y en ella resuena una sentenciosidad bíblica, bastante insólita en la poesía de lengua castellana que se ha hecho casi siempre de espaldas a la Biblia.
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