Su obra ofrece universos narrativos consecuentes con una indagación detectivesca capaz de renovar los cánones de lo que se conoce como “novela negra”.
¿Para quién leer? Estábamos en el siglo XVI y muy pocas personas en Portugal sabían leer. Pero Camões pensó en este puñado de lectores, fue para ellos que Camões escribió, sin importar cuántos. ¿Terminarán los lectores? Quizás. Pero los escritores no. El síndrome de Camões continuará. El escritor resistirá.
R. F., La novela murió
La amplia variedad de registros en el trabajo literario del autor brasileño Rubem Fonseca se refleja de manera especial en sus novelas. En tres de ellas, a las que quien escribe estas líneas se acercó nuevamente en estos días, es clara la forma en que enfocó sólidamente los protagonistas y contextos para ofrecer universos narrativos consecuentes con una indagación detectivesca capaz de renovar los cánones de lo que se conoce como “novela negra”. En la primera, El enfermo Molière (2000; castellano, 2003) se trasladó hasta el siglo XVII para profundizar en la manera en que murió el famoso autor de comedias de la época de Luis XIV. La reconstrucción del ambiente y la exhaustiva búsqueda de los personajes colaterales que consiguió Fonseca forman un amplio collage sobre la vida, la corte y la cultura de la Francia de entonces. Incluso se dio el lujo de citar fragmentos de algunas de las obras de Molière para integrarlas en el marco de las intrigas que dieron lugar a la muerte poco clara de este escritor.
Luego de presentar a los personajes implicados (más de 40) en mayor medida con el acontecimiento central, como en una obra teatral, su introducción a la historia es impecable en boca del narrador, un amigo cercano ficticio de Molière:
Aun sin ser escritor siempre registré en cuadernos acontecimientos dramáticos o pintorescos, de mi vida y de la vida de otros. Lo que hago no es un diario, ya que no escribo todos los días, sólo cuando algún asunto me conmueve de alguna manera, o me asombra, o por algún motivo despierta mi curiosidad. Y tampoco consigno, al inicio de mis registros, las fechas en que los hice, sólo escribo los títulos que doy a los temas apuntados. Puedo ser un poco prolijo a veces, impreciso, y tal vez hable excesivamente de mi vida, pero me parece normal, en escritos de esta natura.
Seleccioné algunos pasajes de mis apuntes, para publicarlos anónimamente, como parte de mis memorias.
Puede parecer que no, pero las descripciones que hago de las intrigas y escándalos de la corte, de la efervescencia de los salones, de la influencia perniciosa del clero y de otras corporaciones, de la rivalidad entre artistas, nobles y áulicos, están ligadas al tema principal de esta selección: el misterio de la muerte de Molière, víctima de tantas alevosías, incomprensiones, injusticias y violencias a causa de las piezas que escribió.[1]
Fonseca lleva a sus lectores por los salones y los rincones del París sórdido, el de las relaciones peligrosas, de las cortesanas inmorales y de los contubernios palaciegos para asistir, a través de ellos, a una especie de farsa en la que el autor se solaza en mostrar la actitud dominante y la personalidad de quienes buscaban la fama por medio del teatro. Sus inquietantes observaciones sobre esa atmósfera artificiosa, banal y petulante, del cual rescata, no obstante, algunos aspectos estéticos relevantes, son incisivas: “Una ciudad sin cortesanas es como una ciudad sin poetas, un lugar incivilizado”. “Los beatos, sea verdadera o falsa su devoción, envejecen más pronto”. “Ya no frecuento salones, pero no los cambié por iglesias. No quiero convertirme en uno de esos viejos que, con miedo a la muerte, arrepentidos de lo que hicieron de su vida, por cobardía o indigno cálculo empiezan a visitar iglesias con un rosario en la mano”.
[photo_footer]Detalle de la portada de 'El enfermo Molière'.[/photo_footer]
La grandeza de Molière, a quien se rinde tributo a todo lo largo de la novela (el recuento de sus obras colinda con el rigor de un catálogo, pero cumple con creces su cometido) es el telón de fondo de los encuentros y desencuentros suceden en el relato (“Un hombre como Molière merecía tener como asesino al propio rey”, se lee cerca del final). Así lo apreció, desde Argentina, José María Brindisi, al contrastar la forma en que el escritor brasileño se movía en el cuento y en la novela:
Identificado no sólo con el género policial sino —en especial en Brasil— con el cuento corto, que prefirió en sus últimos y más fatigados años, el mejor Fonseca se halla sin embargo no en la concentración sino, por el contrario, en lo expansivo, en la digresión no sólo como método estructural sino también como postulado estético, e incluso ético. La literatura es para Fonseca un escenario para dialogar con el mundo y con sus múltiples apetitos, aunque con frecuencia estos lo lleven de vuelta a la literatura y, sí, a las mujeres, sus dos preferencias inocultables. El crimen, en ocasiones lo policial de un modo más vago o más amplio, incluso a veces apenas como paisaje de fondo —como en la deliciosa El enfermo Molière, cuya misteriosa muerte es poco más que una excusa—, es la columna vertebral o el núcleo alrededor del que orbitan sus obsesiones.[2]
En Mandrake. La Biblia y el bastón (2005; castellano, 2006) reaparece un viejo personaje que viene desde los tiempos de El cobrador (1979) y que cobró vida nuevamente en El gran arte (1983) y Del fondo del mundo prostituto… (1997), abogado penalista empeñado en investigar casos sofisticados como el robo de una Biblia de Maguncia o de su propio bastón con el que se cometió un asesinato. La vertiente cultural, en el primer caso (“…las bibliotecarias cuando se mueren se van al cielo”), es ocasión para desplegar el arte narrativo por los senderos, una vez más, de la investigación policiaca para resolver el misterio, todo ello aderezado con los dilemas existenciales del narrador-personaje que se desdobla todo el tiempo para conducir al lector por donde él quiere. El tono erótico de siempre que saca a flote esta vez al protagonista, manejado con la maestría de alguien que comprende en profundidad las pasiones humanas, hace ver que las relaciones amorosas simultáneas de Mandrake ejemplifican la dificultad para mantener una vida estable en medio de un mundo sórdido siempre en peligro de derrumbarse: “Amar a Karin era, en cierta manera, una experiencia mística, no obstante la fuerte carga de erotismo que nos envolvía”.
Sobre estas y otras múltiples posibilidades del relato policiaco desarrollado por Fonseca, escribió Javier Aparicio Maydeu:
Todos [sus personajes] son detectives porque todos sirven a una búsqueda que llamamos literatura. Y que por sus páginas transiten policías no significa necesariamente que su ficción sea policiaca. También se pasean por ellas escritores neuróticos, prostitutas de cine negro, despampanantes rubias de labios carnosos y rouge salidas de un cuadro pop de Tom Wesselman o de la letra encendida de una bossa nova, pedófilos, inadaptados y donjuanes, funcionarios corruptos, detectives erotómanos y eruditos como el cínico e impagable Mandrake, que es Bogart pero también Philip Marlowe y Russ Meyer, y más escritores, escritores vocacionales, varados en la página en blanco, diletantes incorregibles y sabiondos, fantasiosos urdidores de realidades alternativas, esquizofrénicos, pornógrafos y escatológicos, escritores compulsivos, librescos o repelentes snobs y todos ellos, eso sí, detectives literarios de palabras y de ideas, investigadores sui generis del proceso de creación literaria de la vida.[3]
Finalmente, El seminarista (2009; castellano, 2010), un verdadero tour de force en el que Fonseca echa mano del profundo conocimiento de la personalidad de su protagonista, un asesino a sueldo enamorado que en su juventud quiso ser sacerdote y, por ello, utiliza citas en latín todo el tiempo (Séneca, Cicerón, Propercio, Crisóstomo…), que iluminan y proyectan en un solo trazo lo que va aconteciendo, sigue en su camino hacia el retiro y nuevo regreso a la acción con todos los ingredientes del mejor relato policiaco. Los crímenes se suceden en una espiral interminable con lujo de detalles hasta que el contrapunto amoroso hace menguar el furor del personaje, capaz incluso de sacrificarse por su amada, quien al desaparecer lo obliga a volver a ese dudoso estilo de vida.
Élmer Mendoza, con quien abrimos este par de notas, dio fe del impacto que le causó esta novela, la cual aun cuando no alcanzó las alturas de otros ejercicios fonsequianos, no deja de ser una prueba más de su intensidad narrativa:
En esta novela exhibe una vez más su incuestionable talento para crear un personaje fuerte, irónico, amante de las reglas de su ocio y un experto a la hora de proceder. […] . “Los ojos son las guías del amor”, cita a Propercio la primera vez que se reúne con [Kirsten] esta belleza de ascendencia germana y como ambos son de placeres largos, cita a Terencio: “Los amantes son dementes.” Y es justo cuando la vida no está en otra parte. […]
El autor comparte con sus lectores su gusto por la buena vida, mientras el seminarista trata de explicarse los acontecimientos que lo envuelven sin atreverse a tomar de nuevo su pistola. Tiene salud, dinero y amor, sin embargo, se da cuenta de que en el mundo moderno no bastan, alguno de ellos se pierde en la intransigencia de la vida contemporánea.[4]
En el ambiente latinoamericano, por último, la obra de Fonseca, por su “realismo feroz” (concepto elaborado por el crítico brasileño Antonio Cándido), quizá sólo pueda compararse, entre otros, con los relatos del uruguayo Hiber Conteris (1933), especialmente con los reunidos en La cifra anónima, Premio Casa de las Américas 1988, y de quien ya nos hemos ocupado antes aquí. Con él comparte esa visión descarnada y desencantada de la realidad, luego de experimentar con todos los niveles de la existencia y sus altibajos. La fuerza de estos narradores radica, quizá, en que escriben sin concesiones y para no quedar bien con nadie.
Notas
[1] R. Fonseca, El enfermo Molière, en Nexos, 1 de febrero de 2001, trad. de Rodolfo Mata y Regina Crespo
[2] J.M. Brindisi, El adiós a un grande: Rubem Fonseca, en La Nación, Buenos Aires, 25 de abril de 2020. Énfasis agregado.
[3] J. Aparicio Maydeu, El gran arte de Rubem Fonseca, en Letras Libres, 30 de abril de 2008.
[4] É. Mendoza, Rubem Fonseca, en El Universal, 4 de octubre de 2016
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