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George Steiner (1929-2020): su acercamiento a la trascendencia y a la Biblia (I)

Su celebración del libro sagrado no es meramente una cadena de alabanzas sino una auténtica marcha triunfal que va reconociendo a su paso los diferentes géneros literarios y religiosos que lo constituyen.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 21 DE FEBRERO DE 2020 10:15 h
George Steiner.

Es precisamente la Biblia Hebrea la que más interroga al hombre.



G.S.



El pasado 3 de febrero falleció en su casa de Cambridge, Inglaterra, el connotado crítico literario George Steiner, autor de algunas de las obras más emblemáticas de los últimos 40 años: Tolstói o Dostoievski (1960), Lenguaje y silencio (1967), Después de Babel (1975, traducido en México por Adolfo Castañón), Errata (1997), Gramáticas de la creación (2001), Los logócratas (2003), Lecciones de los maestros (2004), La idea de Europa (2005) y La poesía del pensamiento (2011), por sólo mencionar algunos. Nacido en Francia en una familia judía, fue profesor en el Churchill College, de la Universidad de Cambdrige y en la Universidad de Oxford, además de colaborar en las revistas más prestigiosas (The Times Literary Supplement, The New Yorker, The Observer…). Castañón, quien inspiró al personaje de un relato de Steiner, afirma que éste “es uno de los raros escritores que con la música del pensamiento han sabido dar voz al silencio después del Holocausto”.[1] A su muerte, los suplementos culturales de todo el mundo trabajaron a marchas forzadas para dar cuenta del suceso. Habían transcurrido pocas semanas de la desaparición física de otro colega suyo, Harold Bloom (nacido en 1930 y, por tanto, su estricto contemporáneo) con quien no tuvo una relación muy amable. Ambos, junto con el canadiense Northrop Frye (1912-1991) formaron una especie de triada de críticos lectores atentos a los vaivenes de la cultura occidental y, especialmente, de la presencia o ausencia de lo trascendente en el mundo contemporáneo. Abarcan así, prácticamente completa, la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI.



[photo_footer]Harlod Bloom.[/photo_footer]



Los tres autores escribieron textos puntuales y libros completos acerca de la Biblia y la religión. Entre los títulos de Bloom figuran: Poesía y creencia (1989), que articula notablemente la relación religión-literatura; El libro de J (1990), dedicado a la llamada tradición yahvista del Antiguo Testamento; y ¿Dónde está la sabiduría? (2004), en donde dedica unas deliciosas páginas a los libros sapienciales, como parte de su argumentación. La religión en los Estados Unidos. El surgimiento de la nación poscristiana (México, Fondo de Cultura Económica, 1994), Los vasos rotos (1982, también publicado en México) y Jesús y Yahvé (2005) son también formidables, a pesar de algunas afirmaciones tajantes que tanto incomodaban a muchos. En El canon occidental (1994), su obra más controversial, no dejó de referirse a la influencia de la Biblia y a Yahvé como un auténtico personaje literario, pletórico de contradicciones. Según Christopher Domínguez Michael: “Fue algo más que un ateo: un gnóstico judeo-cristiano creyente en que la literatura es una forma de la trascendencia”.[2]



Frye, a su vez, quien además fue pastor ordenado por la Iglesia Unida de su país, luego de quejarse de las limitaciones en el conocimiento bíblico de sus estudiantes en la Universidad de Toronto, escribió El gran código (1982), un acercamiento portentoso al contenido de la Biblia y a sus características formales que presentó e interpretó en un estilo muy personal. Más tarde, dio a conocer, poco antes de su muerte, Poderosas palabras. La Biblia y nuestras metáforas (1990), el cual, en palabras de Darío Villanueva “aborda el asunto desde una perspectiva ‘centrífuga’, para mostrar cómo la unidad canónica de la Biblia prefigura y representa la gran unidad imaginativa de la literatura eurocéntrica secular. Y así, más de la mitad […] nos ofrece un repertorio de símbolos y metáforas heredadas por la literatura a partir de cuatro grandes raíces bíblica: la montaña, el jardín, la caverna y el horno”.[3]



Steiner, por su parte, dedicó al menos dos espléndidos volúmenes a indagar en los senderos de lo sagrado o la trascendencia, siempre con una mirada analítica profunda: Nostalgia del absoluto (1974, en castellano: 2001) y, sobre todo, Un prefacio a la Biblia hebrea (1996; 2004), que escribió como lo indica el título para una edición del Antiguo Testamento publicada por la Everyman’s Library y que recogió después en Pasión intacta. Ensayos (1978-1995) (1996). El primero, una serie de conferencias emitidas por la radio canadiense en el otoño de 1974, es, como señala Ronaldo González Valdés: “Un ensayo portador de un lúcido desencanto acerca de las posibilidades humanas en el mundo, de su relación con la religión, los grandes sistemas de pensamiento dominantes de los siglos XIX y XX (las ‘metarreligiones’, ‘antiteologías’ o ‘credos sustitutorios’), los ‘cultos de la insensatez’ (la astrología, los ‘hombrecillos verdes’, el ocultismo, los clichés del orientalismo), la ciencia y la búsqueda o, dice Steiner, la literal caza o persecución de la verdad”.[4] Sus palabras tienen un profético:



A menos que yo lea de manera errónea la evidencia, la historia política y filosófica de Occidente durante los últimos 150 años puede ser entendida como una serie de intentos —más o menos conscientes, más o menos sistemáticos, más o menos violentos— de llenar el vacío central dejado por la erosión de la teología. Este vacío, esta oscuridad en el mismo centro, era debida a “la muerte de Dios” (recordemos que el tono irónico, trágico, de Nietzsche al utilizar esta célebre frase es con mucha frecuencia mal interpretado). Pero pienso que podemos plantearlo con mayor precisión: la descomposición de una doctrina cristiana globalizadora había dejado en desorden, o sencillamente había dejado en blanco, las percepciones esenciales de la justicia social, del sentido de la historia humana, de las relaciones entre la mente y el cuerpo, del lugar del conocimiento en nuestra conducta moral. (Énfasis agregado).[5]



De ahí que no resultara extraño que Steiner aceptase la solicitud para escribir un prólogo a la Biblia hebrea, cuya introducción sitúa, en trazos ágiles y combativos, la importancia de la Biblia para las culturas, su valor literario, filosófico y religioso, así como el impacto que tiene incluso sobre las personas más desapegadas de una lectura rigurosa y profunda. Ello, dice, se debe a la virtual omnipresencia de las traducciones y de todas sus derivaciones:



En Occidente, pero también en otras partes del planeta donde el “Buen Libro” ha sido introducido, la Biblia determina, en buena medida, nuestra identidad histórica y social. Proporciona a la conciencia los instrumentos, a menudo implícitos, para la remembranza y la cita. Hasta la época moderna, estos instrumentos estaban tan profundamente grabados en nuestra mentalidad, incluso —tal vez especialmente— entre gentes no alfabetizadas o pre-alfabetizadas, que la referencia bíblica hacía las veces de autorreferencia, de pasaporte en el viaje hacia el ser interior de la persona. Las Escrituras eran (para muchos lo son todavía) una presencia en acción, tanto universal como singular, compartida por todos y de la mayor intimidad. No hay otro libro como éste; todos los demás están habitados por el murmullo de ese manantial lejano (hoy en día los astrofísicos hablan del “ruido de fondo” de la creación).[6]



Su celebración panegirista del libro sagrado no es meramente una cadena de alabanzas sino una auténtica marcha triunfal que va reconociendo a su paso los diferentes géneros literarios y religiosos que lo constituyen, sin dejar de señalar puntualmente, con ejemplos directos, lo que representa para la civilización entera, siempre con el ingenio crítico de un autor perspicaz y experimentado. Algunas afirmaciones resumen lo observado con exactitud milimétrica: “Parece evidente que la Santa Biblia —pero ¿qué significa ese epíteto?— es el acto lingüístico más publicado y difundido sobre la faz de la tierra” (p. 15). La precisión con que describe la forma en que gravita el corpus bíblico sobre la cultura es impecable y fundamentada en elementos históricos sólidos, puesto que cada manera de decirlo obliga a la recomposición de lo sabido y a la cita obligada que los conocedores no tardarán en reconocer implícitamente:



Hay hombres y, más recientemente, mujeres que han dedicado toda una vida de estudio a un único extracto bíblico: a los primeros capítulos del Génesis, a las prescripciones rituales del Levítico, a los denominados Salmos davídicos, a la inabarcable vastedad de Isaías o Job, a Romanos, 9-13, o a los enigmas del Apocalipsis. Durante siglos ha habido encarnizadas discusiones, cuyas consecuencias han incidido en la historia social y política de Occidente, como en el caso de la Reforma, sobre la verdadera interpretación de esta o aquella máxima paulina, de tal o cual giro idiomático en Isaías, 49-53. Se han llevado a cabo matanzas y se han asolado ciudades a partir de disputas acerca de la enunciación del sacramento del bautismo o de admoniciones sobre la posesión de propiedades privadas por parte de la iglesia en los Evangelios o en los Hechos de los Apóstoles. La posible elisión o mutación de un solo marcador vocálico en el texto hebreo puede, en Números, 14-15 o en Job, alterar el edificio de la teología (p. 16).



Éste es el tono y el ritmo que imprime Steiner a su presentación de las bondades literarias del Antiguo Testamento mediante un asfixiante (pero sumamente gratificante) recorrido por las páginas imborrables de ese documento plural, abigarrado y paradójico, tantas veces recordado y supuestamente utilizado para mejorar la vida, pero al mismo tiempo tan mal interpretado y saqueado por las lecturas más superficiales, maniqueas y sesgadas. Pues, tal como resume este autor: “Ésta es la más conocida y la menos conocida de las producciones humanas. Una luz inmensa, pero vista como ‘a través de un cristal oscuro’” (p. 23).



Notas



[1] A. Castañón, “Un recuerdo de George Steiner”, en Letras Libres,4 de febrero de 2020.



[2] C. Domínguez Michael, “Harold Bloom: esbozo de elegía”, en Letras Libres, 15 de octubre de 2019.



[3] D. Villanueva, “Poderosas palabras. La Biblia y nuestras metáforas, Northrop Frye”, en ABC Literario, 6 de septiembre de 1996.



[4] R. González Valdés, “Nostalgia del absoluto, tristeza de la verdad”, en Nexos, México, 6 de octubre de 2014.



[5] G. Steiner, Nostalgia del absoluto. Madrid, Siruela, 2001 (Biblioteca de ensayo, 12), p. 15



[6] G. Steiner, Un prefacio a la Biblia hebrea. Madrid, Siruela, 2004 (Biblioteca de ensayo, 22), p. 14


 

 


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