El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Pregúntale al Señor lo que quieras, dile todo lo que hay en tu corazón, háblale de lo que necesitas, porque tal como está escrito en el primer libro de la Biblia: “¿Hay acaso algo tan difícil que el Señor no pueda hacer?“ (Génesis 18:14).
El Señor sigue tocando la melodía más sublime que jamás hayamos podido escuchar: es una sinfonía de gracia y luz.
Deberíamos aprender a admirar lo que otros hacen, por muy sencillo que nos parezca.
La gracia es la esencia del carácter de Dios. Jamás estamos más cerca de Él que cuando nos sumergimos en esa gracia para disfrutarla y derrocharla a todos los que nos rodean.
Es el momento de enseñar a nuestros hijos que la vida es mucho más que lo estrictamente material.
Él nos regaló el buen humor; nosotros vivimos en la desesperación y la tristeza.
Nuestra conciencia es buena cuando nos comportamos bien: somos responsables delante de Dios de lo que hacemos, de lo que decimos y de lo que pensamos, independientemente de las circunstancias y de las consecuencias.
Tenemos mucho más tiempo libre, pero no sabemos disfrutar.
Cuando más le dolía el corazón, George se retiró un momento a un lugar aparte: oró y decidió entregar por completo su “inútil” vida a Dios. En muy pocos minutos compuso el poema que ha sido la inspiración de miles de personas en todo el mundo.
El Creador del universo, Dios Omnipotente y Señor de todo, quiso ser definido por su compromiso con cada uno de nosotros.
Eso es literalmente alabar a Dios, derrochar entusiasmo por él, vivir impresionado por lo que Él es y hace, estar “orgulloso” de conocerle y amarle.
La culpa siempre es de los demás, de las circunstancias o de la “mala suerte”, la mejor amiga de muchos para no querer reconocer sus errores.
Todos ponemos nuestro grano de arena en el desierto de la incomprensión y el odio, para que la maldad no tenga fin.
Nuestra vida sería diferente si aprendiéramos a amar sin esperar nada a cambio, si supiéramos trabajar y ayudar a los demás.
No podemos impedir que otras personas nos hieran, de una manera intencionada o no, pero sí podemos decidir cómo reaccionar a esas heridas.
Dios siempre nos acompaña. Desde que le recibimos en nuestra vida, nada ni nadie puede separarnos de Él, y esa es una promesa que no se plasma solo en la eternidad.
Dios nos cuida de muchas maneras, no solo por medio de aquellas que nosotros consideramos “espirituales” sino también cuando Él aparece en nuestra vida de una manera inesperada.
Cuando nos sumergimos en la vida que el Señor Jesús nos ofrece aprendemos a disfrutar de todo lo que Él nos regala.
Creemos que el espectáculo es imprescindible para que nuestra fe aumente, y no comprendemos que la confianza no necesita ser probada; cuando amamos a alguien, simplemente creemos.
El único lugar en el que es imprescindible que esté escrito nuestro nombre es en el libro de la vida. El verdadero éxito es vivir en el corazón de Dios.
El momento más difícil de su vida fue cuando cayó en el mundo de las drogas. Sólo Dios pudo sacarle de aquel “infierno”.
La persona que más influyó en la historia de la humanidad fue alguien que no escribió nada, ni recorrió el mundo, ni buscó ningún tipo de influencias importantes.
La vida ya no se disfruta sino que se vive con estrés, no hay tiempo para parar, ni siquiera para ver el camino que hemos recorrido ni los objetivos que hemos alcanzado.
Cuando vivimos cara a cara con Dios nos encontramos a nosotros mismos, porque fue Él quién nos diseñó de una manera determinada.
El dolor inmerecido de Jesús fue el que transformó la historia. Su muerte nos dio vida a nosotros.
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