El complaciente sol

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En el principio de los tiempos, la humanidad residía en un lugar único y fijo del planeta.

Gozaban de perpetua luz puesto que el Sol también estaba parado sobre ellos.

No necesitaban dormir ya que el resplandor les daba energía suficiente para vivir en permanente vigilia.

Pero como ya se ha dicho en repetidas ocasiones, fue las desavenencias entre cuñados lo que hizo se fueran desplazando por el territorio inexplorado.

Algunos lo hicieron buscando el norte, encontrándose sorprendidos por el frío, pero otros lo hicieron camino del oeste, topando con la noche, puesto que el Sol no se movía.

Clamaron al cielo rogando tuviesen luz para poder vivir.

En contestación a sus ruegos, el astro Sol comenzó a desplazarse por el firmamento, iba y volvía por el mismo camino intentando satisfacer a todos.

En la zona oscurecida, los pobladores aprovechaban para hacer una cabezadita, que tampoco les venía mal, y ese fue el comienzo de los sueños.

Pero los conflictivos cuñados seguían con sus desacuerdos y continuaron migrando todavía más hacia el oeste.

Volvían a rogar la luz del cielo, y el Sol iba en su búsqueda.

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Tanto se alejaron que, haciendo uso de una lógica de Perogrullo, el ardiente astro se dijo “pues para eso doy la vuelta entera”, y ya no dejó de girar.

Y esta es la explicación de por qué el Sol no deja de dar vueltas alrededor de la Tierra.

Pero ¡alto! ¿Es cierto que la Tierra gira sobre sí misma y alrededor del Sol? ¡Cómo habré estado para cometer semejante dislate! ¡Borra, borra!