Para los antiguos egipcios la lechuza simbolizaba la muerte, la noche, el frío, así como la pasividad.
Las fieras del desierto se encontrarán con las hienas,
y la cabra salvaje gritará a su compañero;
la lechuza también tendrá allí morada,
y hallará para sí reposo. (Is. 34:14)
La lechuza común (Tyto alba), de la familia Tytonidae, es una ave rapaz que caza y está activa de noche.
Su área de distribución es muy extensa ya que se la puede encontrar en los cinco continentes. Sólo falta en las regiones polares, los grandes desiertos, al norte del Himalaya, Indonesia y algunas islas del océano Pacífico.
Tiene la cabeza grande en relación al resto del cuerpo, el pico curvo y las garras fuertes como los búhos.En la Biblia figuran varios términos hebreos que pueden referirse a la lechuza, aunque no suelen ser fáciles de identificar.
En primer lugar, está la palabra yanshuph, que parece referirse a un ave nocturna clasificada entre los animales impuros (Lv. 11:16 y Dt. 14:15) y que se ha traducido por “lechuza”.
Este mismo término aparece en Isaías 34:11 y 14 pero con una ligera variante, yanshoph, y también indica esta misma ave, aunque tanto la versión de los LXX como Jerónimo lo traducen por “ibis”.
No obstante, es poco probable que se refiera a este animal pues los ibis no suelen habitar en los edificios abandonados o en ruinas sino en los humedales, mientras que las lechuzas sí suelen hacerlo.
La segunda palabra hebrea es kos, y significa literalmente “taza” o “copa”. Se cree que puede hacer alusión a los grandes ojos de la lechuza que recuerdan pequeñas copas (Lv. 11:16; Dt. 14:15; Sal. 102:6).
Otros términos son qippoz, “lechuza grande” (Is. 34:15) y lilit, que significa “espectro nocturno” (Is. 34:14) pero puede también atribuirse a esta ave.
Para los antiguos egipcios la lechuza simbolizaba la muerte, la noche, el frío, así como la pasividad. Era como un representante del Sol cuando se está poniendo en el horizonte.
Los griegos, por su parte, asociaban la lechuza con Atenea, la diosa de la guerra y la sabiduría. Creían que ver a una de estas aves era un buen augurio de victoria.
Mientras que entre los romanos simbolizaba todo lo contrario, mala suerte, muerte y calamidades por venir.
A pesar de tales creencias míticas y leyendas inventadas, lo cierto es que las lechuzas desempeñan un importante papel en los ecosistemas naturales. Son vitales para la agricultura ya que mantienen a raya a los roedores.
Se ha calculado que una pareja de lechuzas puede eliminar más de dos mil ratones al año, en un área relativamente pequeña.
Son aves que miden de 30 a 35 cm de longitud y pueden tener una envergadura durante el vuelo de hasta 95 cm. Su peso alcanza, tanto en los machos como en las hembras, unos 350 gramos.
Los tarsos de las patas están cubiertos de plumas que contribuyen a eliminar ruidos durante el vuelo. Las alas cortas y redondeadas llevan también unas plumas filamentosas especiales (filoplumas) que les permiten un vuelo silencioso.
Antes de lanzarse a la caza se muestran muy observadoras y mueven mucho la cabeza con el fin de localizar con precisión a la presa.
Tienen los oídos a diferente altura de la cabeza, lo que les permite crear una especie de triángulo exacto con los animales que producen sonidos en plena noche.
Poseen hasta 17 vocalizaciones diferentes que emiten de forma estridente. Tal como se ha señalado, son aves carnívoras que se alimentan preferentemente de ratones, topos y otros pequeños mamíferos.
Aunque engullen por completo a sus presas, aquellas partes que no pueden digerir, como pelo, piel, huesos, etc., son regurgitadas en forma de una bola compacta y oscura que se denomina egagrópila.
Las lechuzas son aves monógamas que permanecen fieles a su pareja durante toda la vida. No suelen construir nidos sino que se refugian en huecos de edificios rurales como campanarios, graneros o que están en ruinas, según afirma también la Biblia.
En la gran obra de C.H. Spurgeon, El Tesoro de David, (ampliada con notas recopiladas por Eliseo Vila) aparece un curioso poema escrito en el siglo XIX por Samuel Taylor Coleridge, que compara a la lechuza con la increencia:
Saliendo de su tenebroso y solitario escondite la lechuza llamada ateísmo,
vuela con sus alas obscenas
hacia el filo del mediodía;
deja caer sus mortecinos párpados,
los cierra con todas sus fuerzas,
y mirando al sol que brilla en su cenit, ulula: ¿Dónde está ese astro del que tanto os jactáis?[1]
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 260.
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