En la ancianidad hay honra. Esta es un don de Dios.
Un fragmento de “Sermones actuales sobre la muerte, el luto y la esperanza de personajes bíblicos”, de Kittim Silva Bermúdez. Puede saber más sobre el libro aquí.
La muerte de Abraham
Génesis 25:6-7, RV1960
«Y estos fueron los días que vivió Abraham: ciento setenta y cinco años. Y exhaló el espíritu, y murió Abraham en buena vejez, anciano y lleno de años, y fue unido a su pueblo»
El envejecimiento es un proceso natural de la vida. El cuerpo se va desgastando con el paso de los años. Pero la actitud que se tome ante este proceso es muy determinante para el ser humano. Uno llega a viejo, pero no se tiene que sentir viejo. Un día nos miramos al espejo y notamos los surcos que la edad ha ido dejando, miramos los brazos y vemos las manchas de la vejez. Nos comienzan a doler los huesos, hombros y rodillas, manos y pies. Notamos la flexibilidad de la piel. Y nos transformamos en pasajeros del costumbrismo. El alma-espíritu nunca envejece, la casa se deteriora, pero no el inquilino espiritual. «Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día» (2 Cor. 4:16). «Por eso no nos desanimamos. Aunque nuestro cuerpo se va gastando, nuestro espíritu va cobrando más fuerza» (TLA). […]
La longevidad de Abraham
«Y estos fueron los días que vivió Abraham: ciento setenta y cinco años» (Gn. 25:7).
Abraham llegó a vivir una vida completa y longeva. Dios le dio un buen extra de años. Vivió en mucha comunión con Dios, y Aquel le dio muchos años de vida. Con Dios todo lo que se hace es inversión. ¡Jesucristo no paga viernes, ni quincenal, ni mensual, pero paga bien!
«Y murió Abraham en buena vejez…» (Gn. 25:8). Él llegó a viejo con mente, corazón y fuerzas de joven. Su vejez no le fue un estorbo, ni a él ni a otros que lo rodeaban, por el contrario, le fue una bendición. Podemos llegar a ser una mente joven atrapada en un cuerpo viejo. Pero otros tienen una mente vieja encerrada en un cuerpo joven. Por eso tenemos viejos jóvenes y jóvenes viejos. Flavio Josefo añade: «Poco tiempo después murió Abram. Fue un hombre de virtudes incomparables, favorecido por Dios por su gran piedad. El total de su vida fue de ciento setenta y cinco años; fue sepultado en Hebrón, junto con su esposa Sara, por sus hijos Isaac e Ismael» (Antigüedades De Los Judíos I, Editorial CLIE, 1986, p. 41).
«… anciano…» (Gn. 25:8). En la ancianidad hay honra. Esta es un don de Dios. Aquel que lo ha recibido dele gracias al Creador, y regocíjese por esa bendición. La ancianidad debemos aceptarla con mucha gracia. Y vivir al máximo esos años de la tercera edad.
«… y lleno de años …» (Gn. 25:8). Los años llenan. Todo depende qué actitud tomamos ante la presencia de los mismos. En inglés cuando se dice la edad se añade ‘viejo’. Por ejemplo, cuando se dice: «Tengo cincuenta años de edad» en español; en inglés se dice: «I am fifty years ‘old’». Esa persona en Cristo diría: «I am fifty years new». Los años llenan o vacían a cualquier ser humano. Sin Dios los años vacían, con Dios los años llenan. ¿Queremos estar llenos de años o vacíos con los años?
«… y fue unido a su pueblo» (Gn. 25:8). Esta expresión alude a que en su muerte se unió a toda esa familia que había fallecido y estaba sepultada, de ahí la práctica de los judíos de tener sus propios cementerios. Pero la muerte no siempre une a alguien con la familia, un no creyente que muere, jamás se unirá con los creyentes ya fallecidos. (Lógicamente solo Dios sabe en realidad quién se montó en el último vagón del tren de la salvación). En el cielo habrá muchas sorpresas: Los que esperamos ver en el cielo, quizá no los veamos; los que no esperamos ver en el cielo quizá los veamos, y muchos que no esperaban vernos en el cielo se sorprenderán de vernos.
Si Jesucristo no viene y levanta a su Iglesia en nuestros días, la muerte sigilosa llegará y reclamará nuestras vidas. No podemos pensar con preocupación en ese día señalado para cada uno de nosotros, pero tampoco podemos dejar de pensar en que llegará más tarde o más temprano de lo que uno se pueda imaginar. Mientras tanto, nos corresponde trabajar cuando es de día, antes de que llegue la noche.
En el evangelio de Juan 9:4 leemos: «Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar».
Abraham fue sepultado junto a la matriarca Sara (Gn. 25:10), en la cueva de Macpela (significa: «la cueva doble»), ubicada frente al Manré (Gn. 25:9). De ahí la antigua costumbre judía de tener sus propios cementerios, dónde son sepultados los judíos hasta donde les es posible por familias. Allí, en aquel sepulcro, según Flavio Josefo, se reunieron sus dos hijos Ismael (89 años de edad) e Isaac (75). Los funerales y los entierros reúnen a la familia. Es un momento para reconciliar antiguas rencillas, y volver a ser de nuevo familia. Estos momentos nos llevan a pensar cuan breve es la vida para nosotros los mortales.
«Y sucedió, después de muerto Abraham, que Dios bendijo a Isaac su hijo, y habitó Isaac junto al pozo del Viviente-que-me-ve» (Gn. 25:11).
Aunque el padre de la fe, Abraham, murió, no murió la bendición de Dios que continuó con Isaac. Muchas bendiciones son trans-generacionales, pasan del abuelo al padre y al nieto. Dios bendijo a Abraham, pero bendijo de igual manera a Isaac.
Un líder muere, pero la visión de Dios dada a ese líder no muere. La obra de Jesucristo no se queda coja porque el instrumento humano muera. La misma continuará y Jesucristo usará a otro para su obra. El reloj de la vida continuará marcando el tic-tac de su hora.
Conclusión
Hombres y mujeres de fe, aun en su vejez son fructíferos. Hombres y mujeres de fe se separan de cosas familiares que no les convienen. Hombres y mujeres de fe viven bendecidos y mueren bendecidos, su vejez es buena.
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