Nuestra innovación de misión no consiste en eventos que son como la cultura, sino en una vida y un mensaje que no son como la cultura.
Un fragmento de “Iglesias 24/7”, de Tim Chester y Steve Timmis (2018, Andamio). Puede saber más sobre el libro aquí.
No podemos aspirar a ser como el mundo
Una estrategia de evangelismo basada en actividades, característica del pensamiento de la cristiandad, intenta constantemente crear experiencias similares a las que encontramos en el mundo.
Queremos que nuestra música, nuestra oratoria y nuestro estilo sean tales que atraigan a la gente a nuestros encuentros.
Sin embargo, perseguir la relevancia como un fin en sí mismo es un error, como también lo es resaltar lo parecidos que somos al mundo que nos rodea. Para empezar, nuestro “producto” siempre va a ser inferior al que ofrecen Hollywood, Facebook y Nintendo.
Los británicos pasan veinte horas a la semana viendo la televisión; los estadounidenses, veintiocho horas. Nos entretienen películas de millones de dólares. Participamos en sofisticados juegos de acción y de ordenador.
“Somos ingenuos si creemos que la iglesia puede competir con estos estímulos mediante tres canciones, una predicación de treinta minutos o representación teatral y un grupo de alabanza”. Es sencillo: no podemos competir cuando se trata de entretenimiento.
En el mejor de los casos, esto nos distrae de la necesidad de crear comunidades características que comuniquen un evangelio característico, un evangelio que a menudo rechina en la cultura predominante.
En el peor de los casos, el medio se convierte en el mensaje y el desafío del evangelio se disuelve en el entretenimiento, o lo diluimos para hacerlo más aceptable.
Ya hemos visto que en un contexto poscristiano no podemos apoyarnos en eventos de la iglesia, da igual lo atractivos que sean, porque la mayoría de la gente no vendrá.
Ahora tenemos otro motivo para no centrarnos en actividades “relevantes”. Nuestra innovación de misión no consiste en eventos que son como la cultura, sino en una vida y un mensaje que no son como la cultura.
Estos intentos por parecernos al mundo hacen que surja un interrogante: si la iglesia es como el mundo, ¿para qué necesitamos la iglesia? Cuanto más parecidos somos al mundo, menos nos queda para ofrecer.
Es cierto, debemos evitar ofensas innecesarias y experiencias desmoralizadoras, pero lo que atraerá a la gente a la iglesia siempre será lo que es diferente en nosotros.
Por lo tanto, debemos aspirar a ser diferentes. Pero esto no significa ser diferentes sin necesidad. No hay duda de que causaremos rechazo en la gente si somos culturalmente raros, anticuados o incomprensibles.
Sin embargo, solo atraeremos a las personas a través de las particularidades del evangelio. Solo nos volvemos relevantes para nuestro mundo cuando nos centramos en el evangelio. Os Guinness afirma:
En nuestras poco críticas aspiraciones de relevancia, en realidad hemos cortejado la irrelevancia. En nuestra incansable búsqueda de relevancia sin un compromiso igual de incansable con nuestra fidelidad, no solo nos hemos vuelto infieles, sino también irrelevantes.
En nuestros determinados esfuerzos por redefinirnos con métodos que son más persuasivos para el mundo moderno que fieles a Cristo, no solo hemos perdido nuestra identidad, sino también nuestra autoridad y nuestra relevancia.
Incluso en el caso de que pudiéramos producir unas actividades geniales, al hacerlo crearíamos una generación de consumidores cristianos que esperan que la iglesia los entretenga.
Solo crearíamos una mentalidad consumista en la gente que asiste a la iglesia. Muy pronto tendríamos una generación de cristianos que van de iglesia en iglesia en busca de experiencias.
Algunas iglesias atraerían, mediante buenas enseñanzas, a aquellos que quieren una experiencia intelectual; otras, a través de una alabanza buena y profesional, atraerían a los cristianos que quieren una experiencia emocional.
Pero las iglesias locales donde “cada miembro está unido a todos los demás” (Romanos 12:5) no tendrían mucho sentido.
La gente nos pregunta a menudo cómo son nuestras reuniones en The Crowded House. Hemos decidido negarnos a responder esa pregunta en la medida de lo posible, porque pierde de vista el sentido de lo que intentamos hacer.
Nosotros no proponemos una fórmula para hacer reuniones mejores. De hecho, nuestros encuentros son bastante normales. La enseñanza y la música están bien, pero no tienen nada de especial. Si nos hicieras una visita, probablemente te sentirías decepcionado.
El centro de nuestra visión no es una forma nueva de realizar actividades, sino la creación de comunidades del evangelio basadas en la Palabra, en las que las personas comparten su vida entre ellas y con los no creyentes, procurando bendecir sus barrios, llevando el evangelio unos a otros y compartiendo las buenas nuevas con los no creyentes.
El contexto para esta comunidad y esta misión centradas en el evangelio no son los eventos, sino la vida común y cotidiana.
Creamos programas cuando los cristianos no hacen lo que deberían estar haciendo en la vida diaria. Como no nos pastoreamos unos a otros en el día a día, creamos grupos de responsabilidad. Como no compartimos el evangelio en nuestra vida diaria, creamos cultos para invitar a gente.
Como no nos unimos a grupos sociales para dar testimonio de Jesús, creamos nuestros propios grupos sociales dentro de la iglesia. No nos malinterpretes, por favor. No estamos en contra de las reuniones, ni de los eventos, ni de los programas.
De hecho, el encuentro regular de la iglesia en torno a la Palabra de Dios es vital para la salud de todo lo demás, pues aquí es donde el pueblo de Dios se prepara para las obras de servicio. Pero las obras de servicio, en sí mismas, tienen lugar en el contexto del día a día.
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