La vanidad del ser humano es una especie de religión con muchos fieles. Incluso entre nosotros, los que profesamos la fe cristiana.
¿Diste tú hermosas alas al pavo real, o alas y plumas al avestruz? (Job 39:13). Los textos bíblicos que se refieren al pavo real (1 R. 10:22; 2 Cr. 9:21) indican claramente que estas aves no eran autóctonas de Israel sino que se importaron de otros lugares, probablemente de la India.
Hay actualmente tres especies de pavo real: el azul o común de la India y Ceilán (Pavo cristatus), el verde, que vive más hacia el este, desde Birmania a Java y el pavo real del Congo.
El primero se ha podido mantener en estado semidoméstico desde hace más de dos milenios y es probablemente el que se menciona en la Biblia.
La principal belleza de este animal es, por supuesto, su enorme cola formada por plumas rectrices, muy alargadas y vistosas, que en realidad simulan la cola pero no lo son. La verdadera cola se halla por debajo y sirve de apoyo para tan suntuoso despliegue de color formado por plumas supracaudales.
Debido a tal disposición y colorido de las plumas, el pavo real ha sido venerado como ave sagrada en algunas de las regiones donde era nativo. Mientras que en otros lugares, se le mata y consume como alimento sin más miramientos.
Alejandro Magno lo introdujo en la antigua Grecia donde fue consagrado a la diosa Hera, reina de los cielos.
No obstante, en Occidente, desde hace mucho tiempo el pavo real ha sido símbolo de vanidad. No es que esta ave sea en realidad vanidosa, sino que es más bien el ser humano quien ha proyectado sobre ella sus propios sentimientos al contemplarla.
Creo que hay algo injusto en ligar la vanidad humana a este animal que lo único que hace es entregarse, según su instinto, a una exhibición estereotipada de galanteo, actuando bajo los efectos de las hormonas sexuales.
Pero, lo cierto es que la vanidad del ser humano es una especie de religión con muchos fieles. Incluso entre nosotros, los que profesamos la fe cristiana, el complejo de pavo real no conseguimos erradicarlo del todo.
Nos creemos superiores a los no creyentes porque supuestamente habríamos sido elegidos por Dios y se nos habría otorgado el don de la fe, mientras que a ellos no. ¿No habría algo vanidoso en tal creencia?
En efecto, algunos creyentes piensan que la fe, esa capacidad para creer aquello que está más allá de la razón humana, es un don de la gracia divina. En mi opinión, esto es una mala interpretación de las palabras del apóstol Pablo: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9).
Aparentemente la fe sería un don de Dios que vendría a justificar al ser humano. Pero entonces, ¿no sería Dios injusto al conceder el don de la fe a unos y negárselo a otros?
El error de tal interpretación tiene que ver sobre todo con el sentido gramatical de la frase. En el griego antiguo cada sustantivo tenía su propio género y había tres géneros diferentes: masculino, femenino y neutro.
¿Cuál es el género de la palabra “fe” que emplea aquí Pablo? Evidentemente el género femenino ya que se habla de “la fe”. ¿Cuál es el género de la palabra “esto” que aparece en el versículo 8? En griego es el género neutro. Lo que significa que la palabra antecedente de “esto” no es “fe” porque si así fuera debería llevar el pronombre femenino para referirse a “la fe”.
De manera que el término “esto” se está refiriendo en realidad a la “salvación” que es por gracia por medio de la fe. Es la salvación lo que es un regalo de Dios y no la fe.
La salvación del ser humano es algo que éste no puede generar por sí mismo ya que es un don divino. Se trata del plan de Dios para que la humanidad caída pueda salvarse por medio de la gracia divina. Pero dicho plan gratuito se aplica solamente a aquellos que tienen fe en Jesucristo.
¿Quiere esto decir que la fe es una obra meritoria para la salvación? Por supuesto que no. Ya se encarga Pablo de especificarlo: no por obras, para que nadie se gloríe. Lo que pasa es que para el apóstol, la fe no se puede considerar nunca como una obra meritoria humana. La “fe” sería lo opuesto a las “obras”. La antítesis de las mismas. La fe en Cristo no es ningún mérito personal para alcanzar la salvación.
De manera que, al recibir a Jesucristo mediante la fe personal en su obra redentora, no estamos realizando nada meritorio para ganarnos la vida eterna. Simplemente estamos cediendo a su gracia divina y permitiendo que el plan de Dios actúe en nosotros para justificarnos y salvarnos.
Él nunca es injusto -aunque a nuestra limitada capacidad pueda parecérselo- y nosotros debemos abandonar cuanto antes ese complejo de pavo real.
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