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Daniel Jándula
 

D. Bowie, espiritualidad camaleónica (2)

Si tuviéramos que quedarnos con una palabra capaz de resumir el genio creativo de Bowie, y su relación con lo eterno, una de las principales sería sin duda “búsqueda”.

PREFERIRíA NO HACERLO AUTOR Daniel Jándula 21 DE ENERO DE 2016 22:20 h
bowie, the man who fell, En el rodaje de The Man who fell to Earth.

Si tuviéramos que quedarnos con una palabra capaz de resumir el genio creativo de Bowie, y su relación con lo eterno, una de las principales sería sin duda “búsqueda”.



El trabajo de Bowie fue fundamentalmente el de un buscador de oro. “La búsqueda de música (pues él no se consideraba tanto cantante como artista en perpetua búsqueda de sonidos) es como la búsqueda de Dios - explicó en una interesantísima entrevista para el programa 60 Minutes que acaba de salir a la luz -. Son muy similares. Hay un esfuerzo en recuperar lo innombrable, lo indecible, lo invisible, lo impronunciable… todas estas cosas ocurren cuando eres compositor y escribes música, y buscas notas y fragmentos de información musical que no existen”.



Esto pertenece a mi opinión personal: creo que Bowie buscó a Dios con la misma radicalidad que buscó la canción perfecta; y me atrevo a decir que, del mismo modo que todo gran artista, de cualquier disciplina, pone todo de sí en la siguiente obra para mejorar lo anterior, y se empeña en encontrar cosas que mejoren el mundo a la vez que pueda comprender su mundo propio e interior… del mismo modo, David Bowie tuvo una intensa y genuina búsqueda espiritual que le permitiera resolver el puzzle que nos ha dejado, un acertijo dentro de un enigma que es su propia persona.



Aún doy un paso más: estoy convencido de que David Bowie siempre ha sabido que, en su búsqueda espiritual, no importa lo mucho o poco que se apartara o se equivocase, Dios ocupaba un lugar importante como tema de interés personal (y por extensión artístico).



Otras cuestiones relacionadas pertenecen al campo de la especulación; no vamos a caer en la estupidez de decir si Bowie ha ido al cielo o al infierno. En lo que respecta a la vida después de la muerte, él siempre expresó con una gran vehemencia que “será más divertido que en la Tierra”, y hasta ahí sabemos de su opinión; tratándose de Bowie, es difícil encontrar frases tan tajantes pero con su habitual ambigüedad.



 



3. Word on a Wing (Station to Station, 1976)



                               



Berlín fue el lugar donde Bowie estableció su propio canon, donde perfiló su carácter, adquiriendo con una lejanía meditada del estatus de estrella la condición de verdadero artista. Allí fijó una residencia tan pacífica como nuclear, un piso obrero ideal para crear panfletos en el que apenas estuvo; cultivó su amor por la decadencia, apartó la vergüenza a un lado, desterró aquello que no pudo ser en lo sentimental y en lo profesional (o se desterró él de esa idea); se aceptó a sí mismo como hijo de la Era del Silencio. Se despojó de sus demonios particulares y del ruido de las grandes ciudades norteamericanas para tratar de perderse en un mundo antiguo, pintar, leer todo lo posible, recuperar y reconciliar parte de su cultura y su identidad. Era un estudio situado en la Hauptstrasse que compartió fugazmente con Iggy Pop, de dos niveles (él dormía arriba), y las ventanas daban a un patio interior muy amplio, de paredes cubiertas de hiedra, que también hacía de aparcamiento: es un modelo urbanístico muy peculiar en Berlín, pero muy característico del barrio de Schöneberg, donde hay excelentes guarderías, pequeños museos y algún edificio oficial. En la época de su estancia allí, era un barrio más bien bohemio, lleno de librerías de segunda mano y cafeterías, cerca del zoológico y de Tiergarten, con tramos que corrían paralelos al Muro.



Pero antes de instalarse en Berlín grabó Station to Station: crónica prefigurada de ese movimiento hacia el corazón de Europa, desde la perspectiva del Adán que ha caído al planeta Tierra y todo le parece extraño y hermoso a la vez. Como aún no se había trasladado al viejo continente (era una promesa más que algo real), seguía durante la grabación de este disco con su preocupante estado mental y espiritual como contraste a su buen momento creativo. De esta etapa se ha deducido muy libremente que Bowie era ocultista y satánico, además de aficionado al nazismo.



No negaremos su fascinación por los rasgos más incómodos y oscuros del ser humano; sin embargo, hay suficientes evidencias de que el personaje del Delgado Duque Blanco responde más a un período de inestabilidad psíquica y emocional (solía decir que su intención era la de “proyectar emoción en abstracto”) que a una verdadera atracción por la magia negra. Una prueba de esa inestabilidad la tenemos en su dieta: cafés, cigarrillos y cocaína. Se sometió a maratonianas sesiones de grabación (sin planificación y en mitad del rodaje de The Man Who Fell to Earth) y de exhaustivo trabajo. No nos puede extrañar entonces que viera platillos volantes, que creyera perder la mitad del cerebro en un estornudo, que Jimmy Page de Led Zeppelin lo buscaba para matarle o que oliera a quemado, como si la ciudad estuviera ardiendo siempre. Carlos Alomar, su guitarrista, le dijo: “¡estás hecho polvo!”. “¿Cuánto peso?”, se interesó Bowie. Alomar no se lo dijo, pero sabemos que llegó a los cuarenta y cuatro. Por otro lado, Bowie ha manifestado en ocasiones sentir culpabilidad por haberse descuidado de esa forma, y ha confesado otras tantas veces no recordar prácticamente nada de 1976.



 



Space oddity, major tom en 1969.



Hay referencias en Station to Station a la cábala, el tarot y a Aleister Crowley. Sin embargo, no llegó a creerse invisible como sí le sucedió a Crowley cuando visitó Berlín. Y su necesidad de investigación en lo oculto fue algo que, como él mismo dijo a Tim Parsons en 1993, “se me fue de las manos. Mi otra fascinación (por los nazis) era una necesidad artúrica, la búsqueda de un vínculo mitológico con Dios. Pero llegó un momento en que me dejé pervertir por aquello que leía y me atraía. No fue culpa de nadie más que yo. No me convirtió ningún satanista. Todo sucedió en Los Ángeles. Había algo horrible que impregnaba el aire de Los Ángeles en aquella época”. Lo que queremos decir con todo esto es que la etapa de fijación de Bowie por el ocultismo es un asunto demasiado intricado como para despacharlo con dos calificativos. El Station to Station no lo convierte en satánico, del mismo modo que su audaz padrenuestro en recuerdo de Freddie Mercury tampoco lo convierte en artista cristiano.



En estas, surgen canciones fascinantes como Word on a Wing, en la que reproduce su entusiasmo por la búsqueda de lo absoluto, “de una espiritualidad que sostenga una vida vacía”. El coro es especialmente brillante: “Señor, me arrodillo y te ofrezco / mi palabra sobre un ala / e intento duramente encajar / en tu esquema de las cosas”. La canción entera es una sobrecogedora oración azul, una declaración como pocas en su discografía de hasta qué punto se siente indefenso “en una era de gran ilusión” que reconoce insatisfactoria y que choca frontalmente con Station to Station, canción que abre el disco con una súplica por regresar a Europa. En las primeras notas de piano, en la rareza de Word on a Wing, Bowie ha comprendido que la salvación está más allá de Europa.



Solo Dios sabe si aquello fue verdad o un nuevo guiño a la música soul. Si bien me encuentro de entre aquellos que opinan que uno no se acerca con honestidad al soul sin salir transformado.



 



4. Loving the alien (Tonight, 1984)





Desde los inicios de su carrera Bowie tuvo claro que, o bien se renovaba continuamente, o su mente tendente a la dispersión no podría resistir los rápidos cambios del siglo XX.



Aunque esto no fue ningún problema. Se limpió de rock progresivo, y se encontró entre otros fuegos cruzados que estamos recogiendo aquí. Uno de ellos fue la característica inherente al rock encontrado con el pop: un fácil acceso que convirtiera en músicos a individuos sin el suficiente bagaje y cualidad virtuosa, aunque a la par permitiera un espacio creativo para aquellas mentes frescas y ágiles.



Entonces ser músico de verdad implicaba ser un superviviente cuando se flirteaba con las nuevas fronteras, en lugar de permanecer fiel al rock and blues. Lo cual hace que nos planteemos dónde queda situado Bowie, con una cultura adquirida y un virtuosismo musical inapelable, como mínimo con la capacidad de reconocer y apreciar en toda su extensión la “obra bien hecha” wagneriana que no podía escaparse a un artista total como él ha intentado ser siempre… ya fuera integrando teatro y música, ingiriendo dosis de gestus brechtiano, haciendo escapadas al celuloide y la fotografía, huyendo de la influencia siempre presente de Scott Walker, embadurnando con óleo sus dotes de mimo, sintiendo el ansia de tragedia corpórea en su carne pálida mientras el ojo dilatado sobre el sufrimiento inventado o verdadero pinta la rabia y se pone a hablar con el ángel perturbado que viajó a Los Ángeles con el nombre de David Bowie. Es como si el Duque Blanco fuese esa capa de imprimación que se debe aplicar sobre un lienzo antes de empezar a aplicar pigmento sobre él.



 



Loving the Alien.



Pero el amor de Dios, ese atributo de Jesús que nos resulta imposible de imitar, es capaz de tocar al ser más alienígena sobre el planeta. Algo de eso hay en Loving the Alien, una tierna alusión a su personaje ya conocido del Comandante Tom (el único que aparece varias veces a lo largo de la carrera de Bowie) que asociaba a Cristo con un extraterrestre (como más o menos le sugirieron a Spielberg, que estrenaba su E.T. por esa época).



Esta canción es una de las mejores recordadas dentro de un disco injustamente denostado por su sonido pop, y quizá de las más profundas. Es aquí donde el ataque de Bowie a los conflictos de poder se detiene en el sistema religioso y el ámbito de las ideologías. Aquí tenemos al Bowie más opuesto a la intolerancia, y algo nuevo hasta el momento, que él mismo comentó a la prensa: “en general, estoy bastante contento de mi estado mental y mi condición física. Supongo que quería colocar también mi faceta musical en una esfera formal y saludable”.



Un período de madurez y de controversia más musical que de otra clase. Pero, como veremos en la próxima y última entrega, el peregrinaje espiritual de Bowie todavía dará un par de interesantes giros, en la década de los noventa y en sus últimos años de vida.


 

 


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