Contemplad el camino del Samaritano hoy. Es largo y espacioso. Inmenso. En sus dos orillas, se agolpan todo tipo de personas derrumbadas, maltratadas, excluidas, apaleadas. Extendemos la vista y no llegamos a ver el final de tantos golpeados por las injusticias humanas. Mirad. Mirad a lo lejos, de izquierda a derecha. Son legión. El gran escándalo humano de los apaleados y empobrecidos se pone ante nuestra vista como una ingente masa de injusticias que convierten en hombres sufrientes a muchas personas en el mundo hoy. Ahí están despojados, golpeados, medio muertos, violentamente robados.
Seguid mirando:
¿No veis a muchos religiosos que deambulan por el camino? No miran ni a derecha ni a izquierda. En su mente sólo llevan la necesidad del cumplimiento del ritual. Van ciegos en cuanto a lo que tienen a su alrededor. Van sordos y no pueden escuchar el grito del apaleado. En su mente sólo va el sonido del ritual, de los himnos religiosos. No se pueden sentir movidos a misericordia. Obvian el escandaloso espectáculo y corren hacia el templo buscando pureza.
Mirad más. Contemplad a los que pasan. Son también los integrados del sistema, los acumuladores del mundo, los que lo desequilibran, los que guardan en sus almacenes más de lo que necesitan. Son igualmente cristianos de nombre, ateos de pacotilla porque adoran al dios Mamón, gente secularizada a los que sólo les importan sus negocios y no quieren ser interpelados por los gritos de los apaleados.
Seguid mirando y contemplad el espectáculo. También van por el camino algunos despreciados, extranjeros, inmigrantes con la mayoría de sus pertenencias a cuestas. Muchos que saben lo que es el dolor de la pobreza y la marginación social. Éstos sí miran a derecha e izquierda y sufren. Les gustaría abrazar a todo ese contingente de sufrientes a los lados del camino. Uno de ellos se para ante un apaleado. Se arrodilla ante él, pues se ha sentido movido a misericordia. Se inclina ante el despojado. No ha podido pasar de largo como los otros. Acerca hasta él su rostro hasta poder oler su debilitado aliento. Todas las cosas que lleva con él, las pone a disposición del herido. Lo cura. Empaliza con él. Sufre con él.
¡Malditos los que han pasado de largo! Que se traguen su ritual y se coman su pan. Jesús los rechaza como malos prójimos, los condena. Han dado la espalda a los flagelados de la tierra, a los sufrientes del mundo. Han sido sordos y ciegos ante la tragedia humana. ¡Malditos!
Contemplad con atención. El extranjero que se arrodilla y se agacha, ha sido capaz de ver la tragedia desde la perspectiva de los últimos, de los pobres, de los desclasados, de los despojados y oprimidos de la tierra. Sabe que tiene que curar, que tiene que liberar. Sabe que si sigue al Maestro, sus prioridades deben estar siempre del lado de la misericordia. No le queda otra que ponerse en acción.
Mira hacia arriba, hacia el Dios de la vida.
El que sigue a Jesús no va a dar nunca prioridad a los negocios, a la rentabilidad de sus acciones, ni al ritual religioso insolidario. Va a dar prioridad al hombre alineándose nada menos que con Jesús. Sabe que amar al prójimo es semejante a amar a Dios. Y si no lo sabe, su sentimiento de misericordia le acerca a ese Dios aunque ni siquiera lo piense o lo sepa. Y es que cuando se conmueven las entrañas por amor, uno se pone del lado de Dios, se acerca a Él, se une a Él.
Muchos miran otros brillos. Los religiosos o los adoradores del dios de las riquezas, quizás no sean capaces de bajarse de sus coches de lujo, van desde sus mansiones al templo rodeados de esplendor. No descienden nunca a la arena de la dura realidad, no se paran en los márgenes de los caminos para escuchar el grito de nadie. Jamás bajarán con sus
“todo terreno” allí donde están los focos de conflicto.
Mirad con sencillez. Sólo los sencillos, muchas veces despreciados, los extranjeros presa de la xenofobia, los que no están apegados a las riquezas de este mundo, son los que son capaces de bajarse de su cabalgadura y de arrodillarse. ¿Por qué los otros no?
¿No hay nadie que les evangelice? ¿No hay nadie que les grite e los integrados de la tierra, a los acumuladores que ellos también pueden arrepentirse y compartir para poder entrar en el reino de Dios? Se necesitan evangelizadores y profetas no sólo para los pobres, sino para los poderosos, para los adoradores del brillo y del oro, para los integrados satisfechos que no saben mirar a los márgenes de los caminos ni escuchar los gritos de los pobres. Se necesitan evangelizadores/denunciadores entre los privilegiados del mundo rico. Se necesitan los gritos que nos despierten como trompetas del altísimo a los acumuladores de la tierra. Ellos también pueden arrepentirse y compartir.
Volved y contemplad las sendas marginales. El icono del camino del samaritano es una humanidad pobre, despojada, herida de muerte. Nadie se arrodilla hoy ante esa escandalosa humanidad maltratada, robada y herida. Les asusta su situación, no quieren ser interpelados por su débil aliento, aliento de moribundo. Nadie se para ante los “
medio muertos”, ante los que están en el no ser, en la infravida de la pobreza y del sufrimiento.
Hay que levantar gritos ensordecedores. ¿Quién tiene que gritar? ¿Quién tiene el megáfono para decir al mundo “
haz tú lo mismo”, sé como el extranjero
samaritano. ¿Acaso no queremos heredar la vida eterna como se dice en el prólogo de la parábola? ¿Dónde estamos los cristianos comprometidos? ¿Somos también sordociegos que sólo miran de frente camino del ritual? ¿Dónde están los profetas de hoy que denuncien las injusticias y los escándalos contra la humanidad? ¿Tenemos todos, acaso, el corazón paralizado e incapaz de ser movido a misericordia? ¿No queremos arrodillarnos nada más que ante el brillo del oro? ¿Somos incapaces de arrodillarnos para ayudar manchándonos las manos?
Jesús da la aprobación, no sólo el protagonismo humano, a un pobre extranjero capaz de bajarse de su cabalgadura y pararse para mancharse las manos y usar con el herido las pocas cosas que poseía: vino y aceite. Gasta también lo poco que tiene en pagarle un mesón al herido. Quiere que lo cuiden, porque él volverá. Volverá y pagará todo lo gastado. Sí. Él volverá. ¿No os recuerda nada esta frase?
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