Yo no estoy en contra de las limosnas, sean las que hacen los ricos del mundo compartiendo algo de lo que les sobra, sea la ayuda puntual que se da a un pobre sin hacer nada para sacarle de su situación de pobreza u otras acciones puntuales de ayuda a los pobres o excluidos sociales. No obstante, no lo veo como la situación ideal desde el punto de vista bíblico o simplemente humano.
Muchas veces alabamos como loable el que un rico multimillonario comparta con los pobres una parte de las riquezas que ya no necesita y le decimos benefactor. No obstante, si no se lanza a la búsqueda de la justicia para con esos pobres, justicia para con esa parte inmensa de la población empobrecida, su limosna no es mucho más que la del rico de la Parábola en donde, en una especie de actitud benevolente, dejaba al pobre Lázaro comer de las migajas que caían de su mesa... y es condenado por ello.
Es condenado por no clamar por justicia ante el espectáculo de la pobreza, máxime cuando muchos de los ricos del mundo consiguen sus riquezas de manera injusta, con corrupciones, empresas o negocios que se levantan desde la reducción a la nada o a la exclusión social de muchos de los habitantes del planeta tierra.
La limosna se queda corta, el dejar que coman de las migajas que se caen de las mesas de los opulentos conduce a la condena social y espiritual... porque hay que hacer justicia y, además, un ajusticia misericordiosa que saca al plano del ser a lo que no es, a lo que ha sido reducido a la infravida, al que se ha sido lanzado a la sima profunda de la pobreza severa. La limosna aquí se queda corta. Sí. Muy corta. Es así como se puede hablar de lo pobre de la limosna.
La limosna es pobre. Sin embargo yo digo que la limosna está bien, así como el peldaño un poco más alto de la ayuda asistencial, pero hay que ampliar la mirada y verlo todo desde el prisma bíblico que clama por justicia como fundamento de toda búsqueda de espiritualidad. La vivencia de la espiritualidad cristiana no se da en aquellos que no quieren entrar por sendas de justicia y se plantan en la simple limosna, en lo asistencial o, peor aún, no hacen nada pasando de largo ante el prójimo apaleado.
Hay peldaños más justos que la limosna.
Los cristianos deberían entrar en el tema de la justa redistribución de los bienes del planeta tierra que nos llevaría a algo más radical: el hecho de hacernos conscientes de lo que tenemos no es nuestro, fundamentalmente cuando nos sobra y sobrepasa el hecho de llevar una vida sencilla y austera. De ahí habría que pasar a un tema de justicia bíblica: poner también nuestros bienes, fundamentalmente nuestros, viviendo desde los parámetros de austeridad bíblica, a disposición de los injustamente tratados. Sólo desde estas renuncias podremos clamar realmente por justicia.
Jesús vio la radicalidad que podría llegar a tener la limosna rozando la búsqueda de justicia. Yo sé que aquí podemos entrar en el tema de las radicalidades, como si las radicalidades bíblicas fueran menores: “Ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres...”. Eso sí es la radicalidad bíblica de la limosna. Yo no soy quien para llegar a tanto. Sólo estoy hablando de renuncias parciales en pro de la justicia en el mundo y sólo de aquellos que sobrepasen los niveles de una vida austera. Sólo así se podrá entender el hecho de ser llamados de pasar de la limosna a la búsqueda de justicia en un mundo injusto. Debemos clamar por justicia desde la austeridad y una vida que es consciente de que no consiste en la abundancia de los bienes que posee. Si no desde estos parámetros austeros, mejor que no clamemos por justicia.
Así, cuando se da limosna, hay que pensar en dar un paso más. Si queremos llegar algo más lejos que el rico de la parábola en el que se nos muestra el prototipo de la pobreza humana que sigue siendo válido hoy, el pobre Lázaro, no podemos ser pasivos aunque permitamos que coman de nuestras migajas, sino dar un paso más, sea de denuncia, de compartir, de clamar por justicia, de trabajar para rehabilitar y liberar, de tender nuestra mano para sacar del pozo de conflicto al que ha sido allí tirado como basura humana, para dignificar y conseguir que también pueda disfrutar no sólo de los bienes económicos imprescindibles, sino también de los bienes de la cultura, la familia, del trabajo y de otros bienes necesarios para vivir una vida con sentido y plenamente digna.
El dar un paso más sobre la limosna, o dos o tres, nos puede llevar a pensar en radicalidades justas como afirmar que el derecho a que los hombres puedan vivir con lo mínimo imprescindible para sacar adelante a sus hijos debe estar por encima del derecho a las propiedades que sobrepasan lo que es simplemente esencial para vivir. Lo esencial para vivir con cierta dignidad puede ser la vivienda o los útiles necesarios para desenvolverse en el mundo del trabajo o en la vida en general. ¿Quién va a decir esto a los que detentan grandes propiedades? ¿Quién se lo va a demandar a los que creen en el concepto de justicia de dar a cada uno lo suyo aunque muchos no tengan nada? ¿Cómo se le va a dar lo suyo al que nada tiene? Como mucho se le dará una limosna que le aplaque su hambre o su sed algún día, per insistimos que la limosna se queda corta ante la necesidad de búsqueda de justicia, de un mundo más justo, de una mejor redistribución de los bienes del planeta tierra.
Nosotros, los creyentes, debemos sentirnos interpelados por la pobreza en el mundo y, además, no conformarnos con la pobre limosna o lo simplemente asistencial. ¿Por qué no hemos recogido la idea de hacer justicia que con tanta fuerza nos demanda Dios a través de los textos proféticos y de Jesús mismo? Nosotros, los que decimos seguir al Maestro, también somos responsables de la pobreza e injusticia del mundo. Debemos de hacer algo.
Si lo pensamos detenidamente y le damos tiempo desde el compromiso cristiano, veremos que no nos queda otra que mojarnos, mancharnos las manos, actuar e implicarnos en todo aquellos que redunde en cambios de situaciones y estructuras injustas que hacen sufrir a tantas personas reduciéndolas al no ser de la marginación social.
Así, concluimos animando a dar limosna, a actuar e implicarse en la acción asistencial. Pero recuerda. Hay unos pasos más que superan la limosna que podamos dar: Hay que implicarse en la búsqueda de la justicia como una exigencia de nuestra fe que trabaja y actúa a través del amor para con el prójimo necesitado.
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