Los evangélicos o protestantes, al igual que otras confesiones cristianas, deberíamos preguntarnos el lugar que damos a la práctica de la projimidad, a la ética en relación con el prójimo, en nuestra vivencia cristiana y en nuestra práctica de la fe. Nos preocupamos mucho por la sana doctrina. Aunque no tengamos dogmas, ni hayamos escrito sobre heterodoxos relacionándolo con nuestro alto nivel de ortodoxia, sí estamos dispuestos a formar nuestro propio cuerpo doctrinal y defenderlo buscando los más altos niveles de pureza.
También, la mayoría de los protestantes o evangélicos se definen como poco litúrgicos y creen dar poco espacio al ritual. A veces nos vanagloriamos de ello. No hablamos con frecuencia de los sacramentos, aunque los tenemos, no damos casi ningún espacio a las manifestaciones religiosas populares. Quizás alguna que otra campaña de evangelización. Sin embargo, no estamos exentos de un orden litúrgico, quizás muy diferente entre unas denominaciones y otras.
Sí.
Los evangélicos tenemos nuestro ritual aunque nuestras celebraciones destacan por la alabanza y la predicación de la Palabra. Sin embargo, hay otro aspecto fundamental para la vivencia de la fe y para la práctica cristiana que, a veces, pensamos que no pertenece estrictamente al ámbito espiritual y que tendemos a pasarlo al ámbito de lo humanitario o de la acción social como si ésta fuera algo independiente de la fe: el ámbito de la ética y de la moral en relación con la ayuda el prójimo. La acción social cristiana y la práctica de la misericordia. Con frecuencia no lo ponemos al nivel de la adoración o el culto, sino en un nivel secundario, una teología segunda. Nos olvidamos de las enseñanzas proféticas donde es imposible el ritual, o las ofrendas, o las celebraciones si no se está haciendo justicia con el prójimo.
Sin embargo, bíblicamente y según las palabras y el ejemplo de Jesús, este aspecto está íntimamente coimplicado con la vivencia de un cristianismo integral. Hasta el punto que, sin este último aspecto, para nada vale el cuerpo doctrinal por muy ortodoxo que lo consideremos, y de nada vale el ritual: suena a los oídos de Dios como “
metal que resuena o címbalo que retiñe”.
Aunque los evangélicos o protestantes no hemos tenido la Santa Inquisición, ni tenemos la Congregación para la Doctrina de la Fe, que suena a los oídos de los protestantes como algo que realmente asusta y da miedo,
no podemos negar que hacemos un énfasis muy fuerte en la defensa de la fe. No obstante hemos de decir, con cierta alegría, que no hemos llegado a la defensa violenta de esta fe, ni a las condenas públicas, casi nunca se a las excomuniones, ni practicamos castigos ni anatemas públicos contra nuestros teólogos por considerarlos herejes —quizás en España porque tenemos muy pocos—, sí estamos dispuestos a criticar, a separarnos y a no invitar en nuestros templos a aquellos de los que pensamos que no tienen un cuerpo doctrinal con el que nos identificamos.
Al no tener toda una dogmática que se impone desde arriba, formando una pirámide vertical, no caemos en la condena de aquellos que sólo se adhieren parcialmente o son críticos con la doctrina impuesta como mayoritaria. No hablamos por tanto de herejes ni de heterodoxos en un sentido estricto. Nuestra defensa de la fe no es tan violenta como en otras confesiones, pero sí la defendemos, a la vez que cuidamos el cuerpo doctrinal como base para la práctica religiosa y para la vivencia de la fe.
En cuanto al nivel del ritual, aunque seamos menos litúrgicos que otras confesiones religiosas,
sí que guardamos todo un ritual en torno a los domingos, asistencia a las celebraciones, formamos nuestros espacios sagrados que dedicamos al uso del ritual. Aunque no tenemos tiempos sagrados dedicados a los santos —por tanto menos días sagrados— sí que tenemos nuestros tiempos apartados y dedicados al culto, la adoración y la alabanza.
No se entendería un evangélico fuera de estos niveles del ritual. Es verdad que no tenemos el énfasis de otras confesiones en el considerar a ciertas personas sagradas, como ocurre con los sacerdotes, obispos o papas de otras confesiones religiosas. No tenemos acciones sagradas como sacrificios —ni siquiera nuestros cultos se equiparan al aspecto sacrificial de la misa—, pero
tenemos algo que es totalmente sagrado y al que damos un énfasis tremendo: El texto bíblico, las Sagradas Escrituras. Por tanto, si unimos todo esto al canto, a las palmas, a ciertos aleluyas y amenes de ciertas denominaciones dichos en voz alta, no podemos decir que los protestantes o evangélicos no estemos dentro de un ritual al que cuidamos y del que dependemos en nuestros cultos.
Pero
¿y el nivel ético? ¿Lo estamos asumiendo como parte integral y sin el cual los otros dos niveles anteriores no tienen sentido? ¿Estamos haciendo el énfasis necesario en el aspecto ético que tanto resaltaron los profetas y con los cuales conecta Jesús en su ministerio? Al menos no menos que otras confesiones cristianas. Pero yo creo que la falta de énfasis en el nivel ético es un déficit de la práctica del cristianismo en nuestros días a nivel interconfesional. No sólo en el ámbito de los evangélicos.
El nivel ético comportaría dos aspectos:
a) La ayuda al prójimo, el cumplir con la projimidad, la acción social cristiana. La ayuda al prójimo y, fundamentalmente, al prójimo necesitado, la práctica de la solidaridad, la acción asistencial y la búsqueda de la justicia, y
b) la denuncia —recordemos toda la denuncia social que nos dejaron los profetas como ejemplo a seguir— que una moral y una ética cristiana debe hacer de una sociedad que mantiene un orden social desigual, injusto y opresor, que mantiene a más de media humanidad en la pobreza y en el abandono. Eso debemos de asumirlo como parte esencial de la fuerza de una fe viva.
La vivencia de la fe y la práctica de un cristianismo integral necesitan la integración, al mismo nivel que el doctrinal y el litúrgico, de la enseñanza y práctica del nivel ético o moral. La acción comprometida y solidaria de los cristianos, la búsqueda de la justicia. Todo lo que podríamos llamar la acción social cristiana y no tanto la doctrina social de la iglesia aunque también sea necesaria.
Un cristianismo que ponga este último nivel de praxis como simple Teología Segunda, es un cristianismo mutilado y falso.
Es un cristianismo ajeno a la acción liberadora, integradora y sanadora de Jesús de Nazaret. De nada valen los niveles litúrgicos, ni rituales, ni cúlticos. Es necesario hacer justicia y practicar misericordia.
Las palabras proféticas volverían a sonar con fuerza: “
No me traigáis más vana ofrenda... el convocar asambleas no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes... cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración yo no oiré... aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice el Señor...”
Aprendamos la lección. No vayamos a Él antes de plantearos el nivel ético en la vivencia de vuestra fe. La ayuda al prójimo. La acción social cristiana, pues la fe actúa por el amor, nos dice el Apóstol Pablo. No sea que ofendamos al Señor, al Dios de la vida, y éste no sólo nonos escuche sino que nos considere rebeldes, no hace dores de la Palabra.
Reconocemos los esfuerzos evangélicos en el ámbito de la ética y de la acción social cristiana, pero creemos que
aún nos falta mucho. Al menos tanto como a otras confesiones cristianas.
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