Cuando los Derechos Humanos se proclaman, aún resonaban en las mentes los ecos de las bombas, los del holocausto, los de los gritos, la violencia y la muerte de la segunda Guerra Mundial. Pensar en este contexto, quizás nos pueda ayudar a entender mejor la necesidad y la importancia de estos derechos. Son un avance en la lucha por la dignidad de los seres humanos.
Los cristianos evangélicos en España y, quizás, también en otros lugares del mundo, no somos muy dados a aceptar tradiciones, a cumplir con dogmas religiosos impuestos desde cúpulas humanas religiosas ni a seguir, en el ámbito de nuestra fe, contratos sociales, puesto que nuestra norma básica y esencial es el propio texto bíblico. Es por eso que cuesta trabajo, o simplemente no se plantean, ver los DDHH como texto que nos puede ayudar a encarnar nuestros valores cristianos, aunque, lógicamente, hay muchos creyentes realmente comprometidos con estos derechos.
No obstante, para algunos, pueden quedar en un segundo plano, si los consideramos como producto de un simple contrato social firmado entre aquellos que han trabajado o han estado de acuerdo con ellos, con las formulaciones que hoy se dan en la Declaración Universal del año 1948.
También se podría pensar que un grupo de personas no se puede imponer a otras para que acepten y respeten el contrato en el que no han participado o por el cual no se han interesado.
Sin embargo, para los cristianos sería más fácil respetar, aceptar y trabajar por los Derechos Humanos si los consideramos desde otros puntos de vista:
1.- El punto de vista moral o ético. Si los cristianos comenzamos a ver el texto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos como unos mínimos morales de justicia necesarios e imprescindibles para que podamos ir construyendo y edificando una sociedad más justa, más humana, más igualitaria en donde la paz y la justicia vayan de la mano para que los hombres puedan vivir en hermandad sobre la tierra, ya comenzamos a ver los Derechos Humanos desde otra perspectiva.
Es la perspectiva moral, la perspectiva ética que tan apoyada es por la Biblia que convierte al cristianismo en la creencia con unos imperativos éticos que superan a cualquier otra creencia religiosa. Unos imperativos éticos que dimanan de las obligaciones de projimidad que nos marca y nos demanda el propio Jesús, nuestras obligaciones para con el prójimo que se aclaran y amplían con la difusión de los conocidos como valores del Reino.
Desde esta perspectiva moral, se supera el hecho del simple contrato social y se pasa a otro ámbito, el de la ética, en el que los cristianos se pueden sentir más comprometidos. Nos damos cuenta de que los derechos Humanos los tenemos que defender porque son derechos fundamentales que tiene el hombre por el hecho de serlo, por su propia naturaleza, por su propia dignidad humana. Así, de alguna manera, defender los Derechos Humanos puede significar una ayuda en la defensa del concepto de projimidad que nos dejó Jesús. Es caminar por la senda del amor al prójimo.
2.- Otra forma de entender los Derechos Humanos y de identificarse con ellos y en la lucha por la defensa de los derechos fundamentales de la persona, es verlos como derechos que están enraizados en la propia espiritualidad del hombre, enraizados en lo absoluto.
Los Derechos Humanos se pueden entender mejor si se buscan sus auténticas raíces espirituales, independientemente de que los que redactaron el contrato tuvieran estas motivaciones presentes de una forma consciente. Todo aquellos que defiende la dignidad del hombre tiene sus raíces en un absoluto, en unos valores que están impresos en el ser del hombre al ser éste hecho a imagen y semejanza de Dios mismo.
Los Derechos Humanos se proclaman en un contexto muy especial en el que el hombre había sido despreciado en su dignidad. La segunda Guerra Mundial acababa de terminarse. Todos los hombres tenían en su mente ese ambiente de destrucción, de miedo, de violencia, de muerte.
Se tenía en la mente los actos contra la dignidad del hombre del holocausto, lleno de acciones crueles y de falta de respeto a la humanidad. Había necesidad de querer devolver al hombre la dignidad perdida o robada. Aún sonaban en las mentes de muchos los gritos debidos a la crueldad, las torturas, asesinatos que no llevaban a ningún sitio… las bombas atómicas, millones y millones de desplazados, el horror de la muerte tanto de combatientes como de civiles.
Se necesitaba una expresión social de la dignidad humana… y ahí podían sonar los asertos bíblicos de que el hombre es un ser hecho a la imagen y semejanza de su creador. Eso es lo que fundamenta su auténtica dignidad. Esas criaturas de Dios necesitan desarrollarse como auténticos seres humanos. El luchar por la dignidad de la persona y por el establecimiento de la justicia social en el mundo es algo que supera a un contrato. Es algo que podemos ver arraigado en la propia espiritualidad del hombre, en la percepción de unos valores que sólo desde lo trascendente y de lo absoluto se pueden entender.
Así, no tenemos por qué ver a los Derechos Humanos como un contrato social que nos es ajeno. Todo lo que afecta a la dignidad de las personas y a la justicia que debe reinar en el mundo no es ajeno a la vivencia de la espiritualidad cristiana.
Así, pues, los Derechos Humanos reflejan el carácter absoluto del hombre, son inalienables de las personas. Reconocen al ser humano como un ser con un valor final y no como un objeto del que se puede abusar, matar, marginar u oprimir. En los Derechos Humanos se plasma como lo que se podría llamar un núcleo ético que tiene sus raíces en la dignidad del hombre que es de carácter espiritual por ser imagen y semejanza de su Creador.
Es verdad que pueden ser perfeccionables, que esta Declaración Universal se puede ampliar, pero no cabe duda de que son una base importante en la defensa de dignidad del ser humano, que están en relación con la defensa del projimidad que nos dejó Jesús.
Así, pues, merece la pena el que la iglesia y los cristianos trabajen por la defensa de los Derechos Humanos desde esa dimensión que siempre va a tener el verdadero creyente: la dimensión espiritual que todo lo trasciende sin dejar por ello de preocuparse por la situación del prójimo en su aquí y en su ahora.
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