Si en el artículo anterior hablábamos de la importancia de cumplir integralmente con todo el edificio de los DDHH, lo mismo ocurre con los mandamientos bíblicos o con las exigencias de la vivencia de la espiritualidad cristiana.
Si hemos demandado en el artículo anterior que se tenga un especial cuidado con no potenciar unos DDHH olvidando otros, lo mismo se puede decir de los temas bíblicos que nos ayudan a vivir una espiritualidad cristiana integral.
No vivir de forma integral y completa nuestra relación con Dios y con el prójimo, es simplemente vergonzante.
Desequilibramos y mutilamos la vida cristiana cuando no mantenemos un equilibrio entre el amor a Dios y al prójimo, pero muchas veces nos desequilibramos en este sentido.
Pareciera que el amor al prójimo, en semejanza con el amor a Dios, nos compromete demasiado, nos pone demasiado cerca de los hombres sufrientes, nos interpela, nos lanza a la incomodidad del servicio. Es por eso que muchas veces queremos ser semejante a los ángeles, miramos hacia arriba y nos desentendemos de las necesidades del prójimo sufriente. Vidas vergonzantes.
También con los DDHH es más fácil hablar de libertades que de derechos sociales, económicos, defensa de los trabajadores, de la sanidad para todos…
El hombre es cómodo y se gira hacia aquello que menos le compromete. Ocurre en la vida social y en la vida espiritual. Buscamos la ley del mínimo esfuerzo, lo que menos nos compromete y evitamos que la responsabilidad con el prójimo nos interpele. Vivimos existencias vergonzantes.
También entre los cristianos se potencian algunos aspectos en relación con la vivencia de una espiritualidad desencarnada y se olvidan muchos de los compromisos que hemos de tener en la línea de la projimidad.
Por eso tenemos que anclar la vivencia cristiana en las problemáticas del día a día, de las injusticias humanas, de tantos sufrimientos que nos demandan vivir como nuestro Maestro.
Tenemos que huir de la vida vergonzante y raquítica en la que vivimos, a veces, de forma egoísta, la vida cristiana. Tenemos que buscar la línea de integralidad, tanto en el cumplimiento de los mandamientos cristianos, como en nuestras responsabilidades con el prójimo, como en la observancia y la lucha por el cumplimiento de los DDHH.
Pues bien.
Todos estos derechos, estos mandamientos, estas líneas de equilibrio entre el amor a Dios ya los hombres, al prójimo, son indivisibles y los separamos sólo a efectos didácticos para entendernos y poder analizarlos, pero todos ellos se deben de cumplir de una forma indivisible al estar todos complicados.
Con que sólo se incumpla uno de ellos, se incumple la totalidad y se le roba la dignidad al individuo, dignidad que es inalienable. Tenemos que vivir la tensión del equilibrio y de la integralidad. Ser cristiano es ser una persona comprometida de forma integral entre la verticalidad de la relación con Dios y la horizontalidad de la relación con el prójimo. Lo otro cae en lo vergonzante.
El hombre debe ser destinatario de todos estos derechos, ¡de todos!, simplemente por el hecho de pertenecer al género humano, en donde se debe afirmar, rotunda y tajantemente, que todo ser humano está hecho a imagen y semejanza de su Creador.
La situación es la misma con los temas bíblicos que con los artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, guardando lógicamente la distancia y la diferencia entre la Biblia y la Declaración Universal. Todos ellos son indivisibles y, además, están coimplicados.
No podemos ser solamente cristianos de una fe carente de amor y de compromiso con el prójimo. La fe y el amor están coimplicados y son imposibles de separar. Sólo los separamos a efectos didácticos y para entendernos. Es por eso que no pueden existir cristianos de una gran fe, pero raquíticos en el amor y en el servicio al prójimo. El cristiano de gran fe debe ser un hombre entregado al servicio de los débiles del mundo, un defensor de la justicia y de la dignidad de todas las personas.
No hay cristianos de fe, o cristianos de amor, o cristianos simplemente humanitarios que defienden los derechos del prójimo que ha quedado tirado al lado del camino, pero que no viven la realidad de la fe. La fe implica todo lo demás y
“actúa a través del amor” como diría el apóstol Pablo.
Ser cristiano es estar viviendo la espiritualidad cristiana desde todos los ángulos. Todo está coimplicado y es imposible de separar. El que divida, separe o se quede sólo con algunas de las facetas de la vida cristiana, es un mutilador del Evangelio. Lo mismo ocurre con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Son indivisibles, están totalmente coimplicados. Si no se cumplen todos, estamos mutilando todo el edificio de la Declaración Universal. Caemos en la vivencia de vidas vergonzantes.
Si en las democracias occidentales se tiene cierto orgullo de estar cumpliendo con el respeto a las libertades fundamentales como expresión de una auténtica vida democrática, se puede estar errando si se están mostrando, a su vez, ciertas reticencias con respecto a los derechos económicos o sociales.
Yo creo que los cristianos deben ser conscientes de todas estas circunstancias y convertirse también en defensores, no sólo de ciertas libertades religiosas o de los derechos civiles o políticos, sino que siguiendo la línea bíblica y apoyándose en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se deben defender también el derecho al trabajo, los derechos económicos, sociales, culturales y educativos. Eso también es tener amor al prójimo. Servir a Dios en el servicio al prójimo necesitado.
Estas líneas de la Declaración Universal, nos ayudan a centrarnos de una forma muy concreta y clara en las líneas bíblicas de la defensa de los trabajadores, en lucha contra la opresión, en la defensa de esos colectivos que defiende la Biblia que en muchos casos están representados por los “huérfanos, las viudas y los extranjeros”, pero que, en el fondo, se refieren a todos y cada uno de los colectivos marginados, excluidos o empobrecidos por el egoísmo de los acumuladores del mundo.
También nos ayudarán a cumplir con todos los derechos relativos al desarrollo de los pueblos, la lucha contra el racismo, contra la tortura, contra todo tipo de violencia. Si los cristianos se callan y se refugian detrás del pecado de omisión de la ayuda, ¿quién hablará con la autoridad que da el respaldo bíblico? Ni viviremos el auténtico Evangelio, ni seremos defensores de los DDHH. Dejaremos de ser sal y luz en medio de un mundo injusto y en conflicto.
Pidamos al Señor que nos ayude a cumplir con la integralidad que nos demanda el Evangelio. Lo otro, es simplemente vergonzante.
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