En la Biblia se condena a los pasivos. El cristianismo es ético y activo. El falso deleite de la pasividad es la gran trampa de Satanás. El que quiere buscar la práctica de un cristianismo pasivo y contemplativo, un cristianismo sin riesgo ni compromiso, no está en la línea de la autenticidad cristiana. No ha captado lo que es tener una auténtica vivencia de la espiritualidad que sigue los pasos y las enseñanzas de Jesús. La pasividad mata. Es como un veneno espiritual. La pasividad nos excluye de la ética cristiana.
La parábola de los talentos es una condena abierta a la pasividad:
“Y el que había recibido cinco talentos, fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Así mismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue y cavó en tierra, y escondió el dinero de su señor”… y fue condenado por pasivo y destituido de su talento (Mateo 25:16-18).
En la Biblia hay una condena a los pasivos.
Es curioso que todo el capítulo de Mateo 25 es reiterativo en la idea de la condena de la pasividad, es el gran capítulo de la condena del pecado de omisión, del pasar de largo sin compromiso, de vivir en la insolidaridad falsamente placentera de la pasividad insolidaria. Ser pasivo es uno de los pecados más sutiles que usa Satanás para enredarnos en sus trampas. Ser pasivo es el caminar por el camino ancho que lleva a la perdición según la simbología bíblica. Ser pasivo insolidario es como el comenzar a experimentar la muerte espiritual. Es, simplemente, no ser cristiano.
Mateo 25 es el gran capítulo bíblico de condena a la pasividad. Así, en este capítulo, la parábola de los talentos de Mateo 25 tiene como contexto anterior la parábola de las diez vírgenes. O sea, la parábola de insensatez por el descuido, la falta de permanecer vigilantes, la despreocupación, la pasividad. Esa pasividad de las vírgenes insensatas, esa pasividad falsamente placentera, el falso deleite de la pasividad, conduce a la muerte, a la exclusión de la presencia de Dios, a las tinieblas de afuera, como dice el lenguaje bíblico y, con un lenguaje apocalíptico aún más fuerte, “allí donde será el lloro y el crujir de dientes”. El reino de los pasivos insolidarios.
En el contexto que sigue a la parábola, está el juicio de las naciones, la condena de los que no dieron de comer ni de beber al Señor, la condena de los que le dejaron desnudo y sin visitarle en sus prisiones. Fueron pasivos. Disfrutaron del falso deleite de la pasividad. De forma indolente preguntaron:
“Señor, ¿cuándo?”... La respuesta nos remite a la sensibilidad de Dios mismo:
“Lo que no hicisteis por uno de estos pequeños, por mí no lo hicisteis”. Condenados por pasivos, por insolidarios, por pasar de largo sin actuar, sin comprometerse. No fueron las manos y los pies del Señor. Su deleite en la pasividad fue no solamente falso, sino inhumano.
Huyamos del falso y aparentemente dulce deleite de la pasividad. La omisión de la ayuda, la no vigilancia, la comodidad y la falta de compromiso, son los ingredientes que conducen a la muerte. La parábola de los talentos que es una parte de este capítulo de condena del pecado de omisión, nos lleva a la responsabilidad que tenemos ante los bienes que el Señor nos da, los talentos que podamos recibir de Dios. No importa el número, ni las cantidades. Lo que importa es el trabajar con esos bienes y hacerlos, de alguna manera, rentables.
Estos bienes pueden ser tanto materiales, como morales, éticos, nuestras fuerzas, nuestras capacidades, nuestro ingenio... Todo hay que usarlo para bien y, según los contextos de la parábola, para el bien de los prójimos más necesitados, heridos, hambrientos o desnudos. El que sepulta lo que tiene debajo de la tierra, o en la bolsa que se ata egoístamente a la cintura, es dinero que no renta para el reino de Dios. Lo mismo que el que no da de comer al hambriento o de beber al sediento… por Dios no lo hace. Es como dejar a Dios tirado, hambriento y desnudo.
Los “siervos inútiles” en la Biblia, son los siervos pasivos. Los personajes de esta parábola eran siervos. No salimos de la idea de servicio, de la responsabilidad que el siervo tiene ante lo que le ha sido aportado para que lo trabaje. Los pasivos y que no hacen rentable lo que han recibido, son
“siervos inútiles”. No valen. No han servido. Hay que tirarlos como fardos pesados que no tienen utilidad. Serán los lanzados a las tinieblas de afuera por dejarse guiar por Satanás en el falso deleite de la pasividad, del pecado de omisión de la ayuda.
La idea de la parábola es que, ante Dios y ante el prójimo, todos somos siervos. No somos los amos, no son las ganancias nuestras, pertenecen al padre de familia, son de todos. Hay que trabajarlas de forma responsable y aumentarlas para el servicio al otro... aunque no sean nuestras. No es suficiente con meterlas bajo tierra, sino que tienen que ser de utilidad. Si no, seremos
“siervos inútiles” destinados a las tinieblas de afuera.
El siervo inútil es reducido al silencio, al alejamiento de Dios, al frío ambiente de lo que está fuera, de lo extraño, de lo no acogido por Dios, de lo condenado, del reino del crujir de dientes y del lloro. El ámbito natural de los pasivos inmisericordes.
Dios destituye a los pasivos. ¡Quitadle el talento y dalo al que más tiene para que lo siga trabajando, para que siga produciendo bendiciones, para que se vea que hay siervos fieles! Hay que condenar a los pasivos. Así se cumple la sentencia bíblica:
“Al que tiene le será dado y al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado”. Si lo que tienes no es rentable para los valores del reino, mejor que se te quite y se te lance al lloro y al crujir de dientes.
No te regodees en la pasividad. La vida cristiana comporta todo un compromiso de acción, sabiendo que lo que tenemos no es nuestro, que somos esclavos, siervos que hemos de aumentar el talento que se nos ha dado para ser buenos y útiles siervos. La vida cristiana es acción que aleja la pasividad, es mantenerse vigilantes y no caer en la omisión de la ayuda. Todo Mateo 25 es un capítulo que nos llama a la acción, al compromiso, al gastarnos en lo que de bueno puede producir la vivencia de la espiritualidad cristiana.
Trabajar, generar para liberar y ayudar, no para guardar de forma insolidaria.
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