En nuestras iglesias nos hemos acostumbrado a la reflexión sobre los textos bíblicos, a la predicación más o menos preparada teológicamente, tenemos un lenguaje casi para iniciados, lenguaje que identificamos como cristiano. Podemos hablar de los que sufren con palabras sublimes que parecen llegar al corazón, palabras que parecen reflejar cierta empatía con los sufrientes. Hablamos del amor, de la fe, de la experiencia cristiana, de cómo evangelizar con palabras a los que no creen… nos gustaría hablar lenguas angélicas… pero no nos damos cuenta de una cosa: ni el amor, ni la fe, ni la experiencia cristiana, se dejan encerrar en palabras. Van mucho más allá. ¿Nos estaremos equivocando?
Hemos teorizado todo, hemos, incluso, teologizado todos los términos. Hablamos de la salvación por fe como una experiencia mística, un don de Dios que nos hace diferentes. Pero
el amor y la fe siguen sin querer encerrarse en palabras. Ni el amor, ni la fe, ni la salvación, son experiencias internas, individualistas. No consisten en algo que se puedan expresar en palabras. Ambos, aunque se puedan definir de alguna manera por un conjunto de palabras, se expresan en obras.
Así, podemos hablar de obras de amor, podemos reflexionar sobre las obras de la fe. En la parábola del Buen Samaritano, a una pregunta por la salvación, se responde con una parábola de obras de amor y de fe en acción. Una parábola activa, de compromiso de acción con el prójimo y que culmina con un imperativo a todos aquellos que se acercan a esta parábola cuyo pórtico es una pregunta por la vida eterna; “Ve, y haz tú lo mismo”.
Con esta reflexión no quiero contraponer la fe a la acción, a las obras. La parábola del Buen Samaritano no es sino la narración de las obras de la fe, de las consecuencias de una fe viva. No hay contradicciones bíblicas. Lo que quiero indicar es que en las iglesias se ha recogido mucho más la experiencia de la fe en palabras, la expresión del amor en reflexiones, que la expresión del amor con las obras, y de la fe a través de los hechos de la fe, las obras de la fe.
El apóstol San Pablo relaciona la fe con el amor unidos con el verbo actuar. Lo importante para él es “la fe que obra por el amor”. La fe actuante. El amor en hechos.
Jesús, para mostrar su identidad propia, usó tanto las referencias a sus hechos, a sus obras que las referencias a sus palabras. ¿Será que nosotros nos equivocamos al mostrar nuestra identidad cristiana más en base a las palabras que a los hechos? ¿No deberíamos en la iglesia recibir ciertas enseñanzas para mostrar continuamente nuestra identidad cristiana con hechos, con acciones, con compromisos cristianos? ¿Habremos hecho demasiada teología y teoría en nuestras iglesias en detrimento de la acción cristiana, de la acción social cristiana que libera y dignifica al hombre? ¿Cómo mostrar nuestra identidad en medio del mundo actual?
A Jesús, en una ocasión, mensajeros de Juan el Bautista le preguntan por su identidad: “¿Eres tú el que había de venir o esperaremos a otro?”. Jesús, para mostrar su identidad no se remite a sus enseñanzas, ni a sus palabras, ni a su teología o doctrina. Jesús se remite a sus hechos, aunque piensa que algunos pueden encontrar tropiezo en esto… se pueden escandalizar.
Así, en la respuesta por su identidad habla del trabajo que ha hecho con los excluidos del momento: ciegos, cojos, leprosos, sordos, los `pobres… y agrega: “Bienaventurado el que no halle tropiezo en mí”.
Si así se pone de relieve la identidad del Mesías, ¿por qué nosotros trabajamos tanto en mostrar nuestra identidad con palabras? Nos hemos acostumbrado a hablar con palabras bonitas del amor, a contar experiencias excelsas de fe, a cantar estas palabras, oramos con ellas, las acompañamos con alabanzas y músicas clásicas o modernas… que de nada sirven si no estamos enseñando que todo eso debe de plasmarse en hechos que son los que van a mostrar nuestra auténtica identidad cristiana.
A Dios no lo podemos encerrar en palabras, en teologías, en canciones religiosas con músicas más o menos excelsas. A Dios se le experimenta y se le vive actuando en compromiso con los débiles del mundo, a Dios se le expresa también con acciones, con obras de fe, con obras de amor. Cuando se dan estas obras de fe y de amor, es cuando las alabanzas, las palabras y las teologías cobran sentido y pueden hacer un conjunto que va mostrando las identidades cristianas.
Los profetas eran hombres de hechos, de compromisos. Dios se expresa a través de ellos dirigiéndose a su pueblo religioso recriminándoles el que se queden en alabanzas, celebraciones y ofrendas y que no pasen a los hechos. Así, Dios, en boca de los profetas, rechaza la celebración de los días de reposo, las oraciones insolidarias, considera vanas las ofrendas y el incienso… porque antes hay que mostrar la fe con obras, el amor con hechos y hay que hacer justicia, practicar misericordia, acordarse del huérfano y de la viuda.
Cuando encerramos a Dios en palabras, experiencias más o menos místicas y en teologías, cuando fabricamos un féretro de palabras y lo dejamos encorsetado en ellas, nos estamos separando del pueblo que sufre, del prójimo en pobreza, de los oprimidos de la historia, de los excluidos… de Dios mismo. Nos alejamos envueltos en palabrerías que no se concretan en hechos de amor, en obras de fe, en compromisos con los hombres, con los sufrientes del mundo.
La verdad es ésta: Somos salvos por fe, la fe actúa por el amor, la fe tiene obras, el amor también. Las obras muestran nuestra identidad cristiana. El mundo podría cambiar y arrepentirse si estuviera regado por los creyentes que están mostrando su amor y su fe al mundo a través de hechos, de acciones, de compromisos con los pobres y oprimidos… como hizo Jesús. Las palabras quedarían autenticadas por los hechos.
Pasemos a la acción para mostrar nuestra identidad, que las iglesias sean escuelas de hombres comprometidos con el mundo, un mundo en donde se ve claramente el dolor de tantos. No reduzcamos el amor y la vivencia de nuestra fe, que es un don de Dios que nos salva, a palabras y canciones… aunque no olvidemos ni estas palabras ni estas canciones. Cuando falta la acción todo es mentira… y la fe se muere… deja de ser.
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